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El día que quité la venda de mis ojos fue el peor de mis escasos 230 años de vida. La crueldad, el egoísmo y la maldad que habita en el planeta Tierra me dejó asqueada de los seres humanos y molesta conmigo misma. Me recriminé tantas veces el haberlos ayudado, el haberlos sanado y dedicado mi preciado tiempo. Los odié en ese momento, y los odio ahora exactamente con la misma intensidad, no se merecen la misericordia de absolutamente nadie, merecen morir como viven, despedazándose unos a otros como si fueran animales salvajes, y ni siquiera eso porque hasta los animales salvajes tienen mejores sentimientos que ellos.

–¡ESE ES TU TRABAJO JISOO!¡Y TIENES QUE CUMPLIRLO PORQUE PARA ESO TE CREÉ, PARA AYUDARLOS!-sus gritos ya no tienen ningún efecto en mi, han sido unas mil veces las que me ha reclamado y con esta, mil una. Ya estoy arta de que me diga siempre lo mismo–No me estás escuchando otra vez ¿verdad?-masajeó su cien volviéndose a sentar en su trono del cual se había levantado hace unos minutos por la exaltación de la <conversación>.

–No lo hago, y seguiré sin hacerlo mientras continúe insistiendo con este tema; no soporto a los humanos, ninguno es digno de confianza y su hipocresía me enferma, no entiendo siquiera para que los creó. Se habría ahorrado muchos dolores de cabeza de no haberlo hecho-confecé con sinceridad, tampoco hay motivo para ocultarlo, de todas formas acabaría enterándose si así lo desea–Con su permiso, me retiro-hice una reverencia y le di la espalda encontrándome con la expresión aterrada de Sana, mi mejor amiga, que negaba repetidas veces con la cabeza como si de un bucle temporal se tratara.

–No tienes mi permiso Jisoo-habló haciéndome girar en mi lugar, había estado de pie durante mucho tiempo escuchando las incoherencias que tenía por decir y lo único que quiero es irme a casa–y me rindo de tener que hacerte entender las cosas por las buenas. Ya que no quieres escuchar, tendrás que vivir un año en la Tierra, rodeada de todas esas personas que te desagradan-centenció con la voz pausada y un calor que nunca antes había sentido invadió mi cuerpo, como si quisiera golpear algo, como si fuera a estallar en cualquier momento.

–¡No lo haré, no quiero pasar ni un segundo con esos asquerosos seres, no quiero contagiarme de su falta de sensibilidad!-grité molesta, no valen la pena, posiblemente nunca la valieron y les dediqué tantos años de mi existencia que sólo hacen que sienta arrepentimiento.

–Estás muy mal hija mía, aprenderás a perdonar, aprenderás que en esta vida las cosas no son sólo blanco o negro, son una infinidad de escalas de grises que se complementan y comprenden entre sí-sonrió con tranquilidad acomodándose mejor en su trono antes de hacer girar la gran bola del mundo junto a él–El odio no es un sentimiento propio de los ángeles, te doy un año, un año y cambiarás de opinión.

Vivir sin permiso (Jensoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora