xxiii. "lo que siente mi corazón"

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Me quedé en silencio mirando al hombre que estaba sentado frente a mí. Él también estaba callado y cómo no estarlo después de soltar tal confesión. Me tomó por sorpresa y eso generó que mi cuerpo no sepa que hacer. Estaba incómoda, avergonzada y esperanzada. Tenía una mezcla de emociones que no podía descrifar y sentía que si hablaba en respuesta, las palabras nunca iba a salir de mi boca. Intenté por unos segundos evitar la escasa mirada que mantenía sobre mí pero no podía. Y tampoco podía responder lo que él quería escuchar.

—Santi.— Lo llamé con una media sonrisa, esperando a que el menor se girara a verme. —¿Probaste hacer un sanguchito de papas con queso?

—No..— Rápidamente, el castaño claro tomó un trozo del fiambre y lo amoldó a dos papas fritas. Sin queja alguna, mordió de este y cuando ví sus ojos abrirse, sonreí copiando su acción. —¡Que rico! ¡Papá, proba!

Estiró la comida que tenía en sus manos y la llevó a los labios de Emi, quién tenía el ceño fruncido. Para no hacer sentir mal a su hijo, terminó de comer lo que Santi había dejado y segundos después, se levantó del sillón.

Suspiré sabiendo que tenía que ir detrás de él y antes de seguirlo, le dejé el control a Santi.

Caminé por el pasillo, el cuál me pareció más largo de lo normal gracias a esta apretada situación. Sabía que el único lugar en el que podría llegar a estar era mi habitación, por lo que, golpeé suavemente la puerta antes de adentrarme en mi propia pieza.

Al visualizarlo, quise asesinarme a mí misma por haberlo rechazado de forma tan directa en el living. Estaba sentado en la punta de mi cama, con las piernas y muslos ligeramente abiertos hacía los costados y entre sus manos tenía su celular, en el cuál no dejaba de deslizar su dedo.

—¿Todo bien?— Susurré, levantando una remera que había dejado sobre el piso.

Como respuesta obtuve un fuerte suspiro y eso me atrevió a volver a sacar el tema.

—Emi, escucha..— Caminé con lentitud hacía dónde él estaba y bajo su atenta mirada, me senté a su lado.

—No quiero saber nada de lo que estés apunto de decirme Agus.— Negó apenado, aproximándose a lo que yo estaba por decir. —Ya sé todo esto. Me lo sé de memoria.

— Pero déjame hablar, Emi. Ni siquiera terminé y ya sabes todo lo que quiero decirte.

— No quiero escucharte decirme en persona que sólo querés ser mi amiga.

Sus ojos ya no me miraban y todo en él estaba caído. Su postura estaba hacía delante y ligeramente encorvada, su rostro entristecido y cabizbajo; pero lo que más me llamó la atención fue qué sus manos se daban entre sí contacto, cómo sí algo en él lo necesitara por completo.

—Gordo.— Murmuré dejando una de mis manos sobre las suyas, dándole leves caricias. —Quiero que entiendas algo y para eso, necesito que me escuches.

Tomé con mi palma libre su mentón y él, accedió a que nuestras miradas conecten. Antes de empezar a hablar, le sonreí para que esté tranquilo y más que nada, con la esperanza de recibir lo mismo de su parte.

—La vez que Mandinha fue a tu casa, nos hiciste un favor a los dos.— Expliqué, ganandome su tierna cara de confusión. —Creo que empezamos muy rápido y el haber quedado como amigos nos ayudó bastante.

—¿Qué tiene que ver ella con nosotros, Agustina?— No se alejó pero si pude ver que estaba un poco enojado.

—Cállate y déjame hablar.— Amenacé. —Los dos estábamos muy solos y eso nos hizo sentir de forma tan intensa. A mí me daba miedo encariñarme de más con vos sabiendo que llevábamos muy poco tiempo conociendonos y me diste la razón cuando a la primera aparición de tu ex mujer, me sacaste de tu casa como si no fuera importante. Al principio no lo entendí pero después empecé a darme cuenta que vos necesitabas arreglar tus problemas con ella para poder iniciar algo conmigo o con cualquier otra persona. Y también me tomé el atrevimiento de aceptar que yo necesitaba tiempo para saber qué era lo que quería con vos. No quiero que pienses que fue fácil para mí porque no lo era y no había ni un día en el que no pensara en que vos estabas rehaciendo tu vida con la mujer que amabas. Yo no quería hostigarte con la inseguridad que tengo de que la química no sea exactamente igual que el tiempo y yo no quería agobiarme con la inseguridad que tenés a que no te vuelvan a dejar como ella lo hizo.— Finalicé, tragando saliva y esperando a que él diga algo a cambio.

vínculos perniciosos,  dibu martínez. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora