viii. "mi vida"

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Nos quedamos charlando un poco con Santi después de que se despertó. Desayunamos los tres juntos y cuando la mamá de Emiliano se despertó, hice que Santi me acompañara a buscar algo para tomar, dejándolos solos para que pudieran hablar de forma tranquila.

—Yo quiero un juguito de manzana.— Señaló entre la máquina expendedora un jugo con envoltorio rojo.

—Sabés que yo también quiero uno.— Murmuré, apretando dos veces el botón para que pudiéramos agarrar las cajitas de jugo.

—¡Wow!— Emocionado, se agachó a tomar los dos productos. —¡Está buenísimo!— Me reí ante su fascinación por la tonta máquina.

—Y también está caro.— Comenté, abriendo la caja para él y haciendo lo mismo con la mía.

Mientras esperábamos afuera de la habitación, recorrimos del hospital que poco a poco, empezaba a llenarse de doctores y enfermeros. De vez en cuando, algunos pacientes pasaban caminando por nuestro lado, cosa que hacía que Santi interactúe con cada uno de ellos. Les preguntaba por qué estaban ahí, cómo se llamaban, cuántos años tenían y así. Haciéndome morir de ternura con cada pregunta coherente que el menor daba. Me costó un poco separarlo de Beto, nuestro nuevo amigo de 78 años que había sufrido una operación de apéndice.

—Pero Agus, me quiero quedar con Beto— Lloriqueó el menor, tomando mi mano para que no me mueva.

_Dale Santi, tenemos que ir a buscar a tu papá.— Me negué, llevándolo conmigo. —Chau Beto, fue un gusto conocerte.

—Hasta pronto, nena.— Me saludó el señor, con una sonrisa. —Chau Santi, cuídate mucho hijo.

—Chau, Beto.— Entristecido, el menor me siguió mirando hacía atrás.

— Seguro otro día lo vez de nuevo, no te pongas mal.— Intenté calmarlo.

— Va a estar solito.— Hizo un puchero el menor, haciendo que frene de golpe y me agache para estar a su altura.

—No, amor. Sus nietos y hijos vienen todos los días a verlo.— Susurré, tomando su carita. —¿Vamos con papá y le contamos sobre Beto?

—¡Síiii! — Quise reírme de lo rápido que se le fue la tristeza y nuevamente, seguimos caminando.

Al llegar a la habitación de la mamá de Emi, nos lo cruzamos.

—Papi, no sabes lo que pasó.— Dijo el menor, siendo cargado en los brazos de su padre.

—¿Qué pasó?— Emocionado, Emiliano esperó alguna respuesta.

Yo me quedé mirándolos con una sonrisa. Prestando atención a las facciones de sus rostros y en la manera en la que se emocionaban y actuaban igual. Eran tal para cual sin duda alguna.

—¿Vos también sos amiga de Beto?— Levantó una ceja del castaño, mirándome de forma burlona.

—Sí, es un bueno.— Asentí, dándole la razón a las palabras de Santi y también, a las de Emiliano.

—¿Me tengo que poner celoso, San?— Soltó derrepente, llamando la atención de su hijo y dejándome sonrojada.

—No pa.— Mordió su labio el menor, sin poder creer lo que decía su papá.

—Bueno, vos tenés que avisarme qué onda. Me la tenés que cuidar.— Dijo él, como si fuera obvio.

—Sigo acá.— Murmuré, poniendo los ojos en blanco.

—¿Cuando vamos a casa?— Se quejó Santi cuando sus pies tocaron el piso.

—En un ratito.— Intentó calmarlo Dibu, sentandose en las sillas que había en los pasillos.

—Yo seguro ya me vaya para casa.— Hablé sentandome a su lado.

—Sí, deberías. Estuviste toda la noche y quiero que descanses bien.— Me miró fijamente, preocupado por mí.

—Tranqui. Voy a dormir siesta como loca.— Hice un ademán con mis manos, ocasionando una pequeña sonrisa en los labios del mayor.

—Gracias, Agus.— Su mano se dirigió a mi pómulo derecho, dejando caricias con la yema de su dedo pulgar. Por inercia, cerré mis ojos y disfruté apenas un poco su tacto, tranquilizandome.

—Deja de agradecerme, Emi. Ya te dije que no pasa nada.

—No, no.— Se apresuró a decir y fruncí el ceño, confundida. —Gracias por aparecer en mi vida.— Murmuró, mirándome de esa forma que me hacía temblar por completo.

Me había quedado sin palabras y mi boca se secó ante tanto silencio. Sentía que mi corazón latía tan fuerte que hasta podría salirse de su propio lugar y ni hablar de mi estómago, que daba vueltas y vueltas como si una ballena nadara en círculos dentro de mí.

—Yo...— Toci un poco, recuperando el aliento. —No sé que decir, Emi.— Apenada, miré hacía un costado, dónde Santi jugaba sólo.

—No hace falta que digas nada.— Buscó mis ojos pero no podía. Tenía vergüenza. —Sólo quería sepas que estoy agradecido de conocerte, Agustina.— Me sonrió cuando volví a mirar hacia su dirección e hice lo mismo, demostrándole que todo lo que él podría llegar a sentir; yo también lo sentía.

—Me debes algo.— Me atreví a decir y su característica sonrisa pícara se aproximó en su rostro.

—Mañana a las 9 en tu casa, entonces.— Soltó y abrí mi boca, apunto de quejarme. —Ah. Me gusta más el vino tinto así que compra de ese.— Me guiñó un ojo, levantándose de su lugar.

—Nunca dije que..

—Decile chau a Agus, hijo. Ya se tiene que ir a la casa.— Fingió tristeza y por encima de su hombro, se empezó a reír.

—Chau, Agus— Me saludó Santi, entrando junto a su papá a la habitación.

Emiliano, que hijo de puta tan lindo que sos.

vínculos perniciosos,  dibu martínez. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora