Prefacio

94 9 2
                                    

Prefacio

¿No les ha pasado alguna vez que tienen miedo de lo que dicte el destino, porque hicieron algo malo y saben que tarde o temprano todo en esta vida se paga?

Ella también lo sentía. Ella también sabia que ese día seria el comienzo de su deuda, una con un fin muy lejano, pero... ¿Realmente la pagaría o la haría mas grande?

Ella sabía que nada bueno podía venir después de que dos hombres le cubrieran la cara y la subieran a ese coche. Y mucho menos, cuando bajo de él y subio cientos de escalones a ciegas.

Las voces de los hombres le causaban estragos a su sistema nervioso, sabía que nunca las olvidaría. Lo que no sabía es que las seguiría oyendo por mucho.

La silla estaba helada, tenía las manos libres y aún asi no podia mover ni una minúscula parte de su cuerpo. Estaba paralizada bajo la negra funda que cubria su rostro, pensando que ese sería su fin.

Pero recuerden no es el final. Es el comienzo.

Su corazón golpeaba fuerte en su pecho. Ella era valiente. No dejaría jamás que la vieran llorar. Simplemente no lo haría, sin importar cuan asustada estaba. No lo haría.

Cuando volvió a ver la luz, un gran desconcierto la invadió. No podía creer lo que sus ojos veían. ¿Una cara familiar en medio del tsunami puede ayudarte a flotar o terminar hundiendote? No lo sabía del todo, pero estaba apunto de descubrirlo.

El lugar era un poco menos grande que su habitación, más bien era como un cuartito de hotel de segunda, con paredes de un blanco envejecido y agrietado, como si no hubieran pintado en mil años. Y piso de cerámica, una muy gastada. No había ventanas, ni panales o cualquier cosa donde entrara algo de ventilación. Pero estaba helado. Fue ahí donde se dio cuenta de un pequeño ducto en la esquina superior derecha que pertenecia al aire acondicionado.

Algo bueno, al menos no se moriría de calor -pensó- pero si de frío.

En el centro había una pantalla de unas 58 pulgadas sobre un soporte TV ruedas. A los lados dos hombres, los mismos que la trajeron aqui.

Uno en corbata y el otro en chaqueta de cuero. Y por último... Ella.

La susodicha con un blazer rojo y tacones de punta. Toda una dama de sociedad.

Llego el momento de responder la pregunta, pequeña ¿Te salvará o te ahogará?

—¿Que hago aquí? —su voz era espanto encarnado, sus ojos dos gemas preciosas y sus cabellos rojos, como el fuego en una noche de fogata.

—Esa es una buena pregunta —la dama le sonrio con suspicacia, mientras que al mismo tiempo la señalaba con el dedo— Goldman, puedes esclarecerle a nuestra invitada que hace aquí.

El tal Goldman.

El de saco y corbata.

El de unos 30 años, que parecia que nunca en su vida había experimentado lo que era la felicidad. Se acercó a la pantalla y oprimió un botón. Que inmediatamente empezó a reproducir un video.

—¿Tienes un secreto?

Preguntó la dama y luego se acercó a ella quedando a unos cuántos centimetros de su cara, tenía ambas manos a los lados del rostro y la comisura de los labios elevada.

—No recuerdo tener ninguno

—¿Ah, no? ¿Tal vez esto te refresque la memoria? —se enderezó y empezo a caminar hacia la pantalla. Tomo un mp3 que al parecer estaba encima de está. Y lo presiono fuerte, apretando los labios.

Un ensordecedor y ahogado llanto de un bebé se manifestó en toda la habitación.

-—Volveré a preguntar ¿tienes algún secreto?

La pobre, tragó saliva con fuerza y se removió en el asiento. La dama sabía su secreto.

—Señora yo...

—¡Shhh! ¡No hables! Nada de lo que digas justificara el oprobio que hiciste.

—Yo... Señora Na...

—¡SHHH! ¡Calla! No quiero que mi nombre se manche a salir de tu boca.

La dama dio unos cuantos pasos de un lugar a otro, al tiempo, que asentía con la cabeza, ensimismada.

—¿Que pensará Ricardo sobre ti, la niña de sus ojos, cuando le diga lo que hiciste? —se detuvo delante y sonrió maliciosamente.

—Mi padre nunca le creería —aseguró relajando su espalda en el respaldo de la silla

—¿Estas muy segura? Hay ojos por todas partes —habló con voz aguda y luego la cambio a un tono hostil— ¡Tú, no tuviste compasión! ¡y Yo, tampoco la tendré! ¡Cuándo le diga a tu padre que hiciste tal atrocidad con un...

—¡¿Que quiere?!

La dama rió ironicamente, no pareció inmutarse por ser interrumpida, más bien, estaba satisfecha.

—Parece que no eres tan ingenua, ahora veamos la capacidad que tiene eso que llamas "cerebro" -sonrió de lado- tu me necesitas, entonces a partir de ahora harás todo lo que yo diga

—No me dejaré manipular por una...

—¡Ten cuidado con lo que dices, niña! veo que no has visto la gravedad del asunto ¡Sí lo harás! si no quieres que tu padre se enteré, lo harás.

Nuestra chica se mantuvo en silencio, apretó los labios en una línea fina mirando a la señora con desprecio y recelo.

—digáme ¿Que debo hacer?

—Fácil —se encogió de hombros— ¡La destruirás!

Trozos #1: Kintsugi, el arte de querer nuestras cicatrices.  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora