Capítulo 8: Dirección

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Somos niños en un parque de atracciones, perdidos entre tanta emoción.

Fabianna Chávez

Capitulo 8

Dirección

Eran las 5 am, no había pegado un ojo en toda la noche.

Papá no aparecía, de nuevo, pero esta vez tenía un mal presentimiento. Que carcomía mi corazón.

Sali de la cama. No podía quedarme acostada, tenía que mantenerme activa, hacer algo pronto.

Pero, ¿Que cosa podía hacer que no fuera insignificante? ¿Algo que valiera la pena?

Para cuando llegue a la sala, ya había caminado en círculos -un buen rato- por toda la habitación.

Contaba los segundos para que el sol saliera e iluminará la habitación con su rayos que atravesaban el vidrio de la ventana; y así, poder sentirme un poco mejor.

Pero, cuando no funcionó no tuve de otra que venir aquí y trasladar mi desesperación.

Me senté en el mueble, pasaba la uña de mi dedo índice sobre el costado de mi pulgar, la uña chocaba con el bulto de piel muerta que tenia formado y se seguía formando cada vez que lo hacía.

Dolía, pero al menos me ayudaba a calmarme.

Trataba de no pensar en nada y habría funcionado, si no fuera por una única pregunta que rondaba por mi cabeza

¿Le habrá pasado algo?

Y cuando esa pregunta llegaba, aumentaba la fuerza y mi pulgar incaba mucho más.

Ya se lo que siente una madre cuando su hijo sale de fiesta, cuando su hijo se va sin avisar, cuando ha pasado tanto tiempo sin volver.

No era mi hijo, y quizás lo que sentía no era ni remotamente cerca de lo que siente una madre.

Pero era real.

Por los cielos que era real.

Mi corazón angustiado y ansioso. Ansioso y angustiado latía.

Más fuerte, más rápido, más intenso.

Más real.

No quería volver a sentirme, así nunca más.

Fui a la cocina por un vaso de leche, luego busqué en todos los estantes de arriba, quien sabe si por un milagro encontraba alguna galleta que quizás se me había olvidado comer.

Todavía es bueno creer en los milagros.

No encontré nada.

También busque en los estantes de abajo. Y en uno de esos, yacían botellas del alcohol sin abrir. Una gran reserva de alcohol sin duda.

Por todo lo que había pasado estas últimas semanas con Manuel, la muerte de Belén, Danna evitándome y todas las burlas de mis compañeros. Me habían tenido lo suficientemente ocupada como para no darme cuenta de esto. En mi propia cara, papá se estaba destruyendo y no lo sabía.

Todos los años que jure mientras me culpaba por no poder hacer nada, que si un día tenia la oportunidad, lo haría. No sería una mala hija y ayudaría a mi padre. Pero, tuve la oportunidad frente a mis ojos y no me di cuenta. No lo hice.

¡Mi papá se destruyó la vida! ¡Gracias a esto!

¡Gracias a mi!

Es mi culpa.

Trozos #1: Kintsugi, el arte de querer nuestras cicatrices.  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora