VII

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Habían pasado dos días, y ninguno de los dos tocó el tema. Más bien, era algo incómodo hablar con él, ya que apenas intercambiabamos palabras tanto en el trabajo como en la casa. Los días aún seguían siendo demasiado duros para mi, y cada noche me atormentaba la idea de pensar en que estaría haciendo Missa, si me estaría buscando o preocupándose por mi, o peor: ¿Como está Luzu? Realmente deseaba que esté bien, y la ansiedad me comía internamente al pensar que posiblemente lo he dejado plantado con nuestro plan, un plan con el chico que me encantaba que había esperado por mucho tiempo.

Me serví un poco de sopa de pollo en la casa de guardias, con el plan de almorzar solo ahí como ya empezaba a hacerse costumbre. No me sentía cercano al grupo de colegas del General, por lo que voluntariamente yo me alejaba para evitar incomodidad. Me senté en la pequeña mesa con mis palmas pegadas en la sopa para recibir el calor de la comida, y mientras revolvía ligeramente la sopa con la cuchara, veía desde la ventana el lindo día que estaba haciendo. El cielo estaba despejado, de color celeste y la nieve en todas partes le daba el toque al invierno que ya se estaba acabando en Alemania. Hundido en mis solitarios pensamientos, el sonido de la puerta abriéndose hizo que diera un pequeño salto del susto. Por milésima vez alguien se dignaba a asustarme.

—¡Sargento!—

—¡Wah!— Me di rápidamente la vuelta casi que tirando mi sopa al piso, pero no pasó —S-Señor Alonso...—

—Nah, llámame Fargan, nadie me dice de esa manera tan horrenda...— Entró a la casa, abrió uno de los cajones de la pequeña cocina y sacó unas cuantas cucharas —Hey, ¿Qué haces almorzando solo aquí?—

—No es nada nuevo, siempre almuerzo solo.—

—¿Cómo que solo, tú?— No le había gustado nada la idea —Hombre, todos almorzamos afuera en el patio aprovechando la soledad, ¡Ven con nosotros!—

El hombre se acercó hacía mi y tomó mi tazón, como si estuviese sosteniendo un plato de comida fría.

—Oh, no hace falta, Fargan...— Pronuncié su apodo con pena y me levanté del asiento, empezándolo a seguir hacia la salida —No me gusta molestarles, se-seguro tienen mucho de que hablar y tal...—

—¿De que hablas?— Soltó una risa divertida —Eres bienvenido, sargento, no tienes porqué almorzar ahí todo solo. Al final del día, aquí todos nos llevamos bien.—

Hm, claro, como no. Todos con el objetivo de torturar inocentes. Pero está bien, que todos somos colegitas. Internamente estaba enfadado por las cosas que sucedían aquí, pero nada estaba bajo mi control.

Cerré la puerta una vez que estábamos afuera, y luego de seguirlo los vi a todos sentados fuera de la casa. Samuel estaba parado con la espalda apoyada en la pared, mientras que Alexby y el General estaban sentados en unas banquetas.

—¡Hombre, por fin te vemos en el almuerzo!— Pronunció De Luque con su voz aguda.

—Lo siento, es que aquí siempre hace frío...—

Todos parecían estar felices de verme, menos don Doblas. Cuando nuestras miradas se encontraron, noté que me observaba indiferente. Tomó su tazón del suelo y dio sorbos a su sopa, tomando esa acción como una excusa perfecta para quitar su mirada de la mía. No mentiré que sentí bastante feo, pero ignoré mis sentimientos y puse a unos pocos metros de Samuel, nuevamente con mi tazón en la mano.

—¿Qué te parece esa sopa?—

—Meh, ni tan buena.— Dije revolviendo el líquido con la cuchara —Es lo único que estoy consumiendo estos días.—

—Bueno, eres privilegiado si tomas esta sopa de pollo. He visto la comida de los prisioneros y, madre mía, me han dado arcadas.— Al terminar su frase, metió su cuchara en su boca para seguir comiendo.

Invierno del 45' ; Rubckity Donde viven las historias. Descúbrelo ahora