VIII

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15 de Marzo de 1945. A veces me preguntaba a mi mismo como soportaba todo lo que sucedía ante mis ojos, en como el bello clima no era compatible con la situación sociopolítica. Nadie lo sabía, o tal vez Rubén no quería decírmelo, pero el nazismo empezaba a derrumbarse internamente, y eso era algo que me alegraba muchísimo. Cada día morían muchos prisioneros, hombres, mujeres, incluso niños trabajaban horas y horas aguantando los malos tratos y las malas condiciones de higiene. Arrugaba mi nariz siempre que pasaba al lado de ellos, pero no era porque ellos no querían ducharse o estar en condiciones, era el régimen donde estuve obligado a permanecer en esta primera semana. Comenzaba creer que tal vez no era un sueño lo que estaba viviendo.

Ya me estaba acostumbrando a esta extraña vida, y como si fuera poco, a alejarme de la figura de Rubén siempre a su lado y quise hacer de las mías. O al menos eso intentaba.

Me escondí entre las casas de los prisioneros, y una vez que vi a unos guardias desconocidos irse de la enfermería, me adentré a la fachada pobre y pequeña que simulaba ser un centro donde los prisioneros no mueran tan rápido. Y ahí estaba Anton, uno de los prisioneros a los que le había agarrado cariño desde aquella vez que trasladamos esos cuerpos, sentado en una pobre camilla de madera y un colchón de pésima calidad.

—¿Está ocupado?— Pregunté con una sonrisa, recibiendo una de él como respuesta.

—¡Sargento Maldonado!— Exclamó con las pocas fuerzas que tenía.

Cerré la puerta de la enfermería y di unos pasos hacía mi nuevo amigo, y saqué de mi bolsillo un pedazo de pan que pude rescatar del almuerzo. En cuanto se lo ofrecí, enseguida lo tomó y fue comiendo de a poco con sus temblorosas manos.

—No se que haríamos sin usted, sargento.— Masticó muy a gusto la comida —Realmente todos lo adoramos, es la primera vez que un guardia nazi se apiada de nosotros.—

—No estoy aquí porque quiera.— Pronuncié observando su rostro manchado de tierra y sus ojeras prominentes —Avísale a tus compañeros de la casa que les dejé dos banderas de pan recién horneado escondido en uno de los rincones. Lamento si no alcanza para todos, es lo único que puedo rescatar del almuerzo.—

—Oiga, ¡No se disculpe, enserio!— Su sonrisa esperanzadora revolvió mi corazón —Le agradezco por la nobleza que tiene y tratarnos como humanos. Estamos esperando cada día el milagro de Jehová, y que esta pesadilla se acabe de una vez por todas. Tan solo deseo llegar vivo para ese día.—

8 de Mayo. Ese sería el mejor día para todos los prisioneros de todos los campos, y también lo sería para mi como una liberación emocional. Sin embargo, mi sonrisa se fue desvaneciendo al analizar como Anton comía desesperado luego de pasar días sin poder comer nada. Hace dos días había cumplido 39 años, y también 2 años de haber llegado a Sachsenhausen. Era de admirar el tiempo que estaba soportando los malos tratos, pero su cuerpo débil, sucio, su cabello castaño descuidado al igual que su barba y los huesos que se marcaban, me hacían pensar que su hora ya estaba llegando.

En ese corto silencio, escuché a los dos guardias acercándose a la enfermería. Me di la vuelta rápidamente al notarlo y sentí la desesperación de actuar rápido.

—Comete eso rápido.— Dije apurado al verlo terminando su pan —Trataré de visitarte estos días, ¿Si?—

—¡Hm!— Asintió.

Me di la vuelta para salir por la puerta trasera, pero su grave voz me detuvo por unos segundos.

—Sargento...— Abrí la puerta y mis pasos se detuvieron —Usted es nuestro milagro.—

Giré medio cuerpo, y una conmovida sonrisa se dibujó en mi rostro. Tomé la visera de mi gorro y asentí levemente en forma de agradecimiento, y él hizo el saludo de militar poniendo su mano a la altura de su frente. Al poner mis pies sobre el piso frío, cerré la puerta con cuidado para que no se escuchase, y luego de escuchar como esos guardias entraron inmediatamente, di la vuelta por la fachada comprobando que nadie me haya visto. Me hubiese gustado que la palabra NADIE haya sido real.

Invierno del 45' ; Rubckity Donde viven las historias. Descúbrelo ahora