XXIII

517 76 97
                                    

Mis ojos empezaron a abrirse muy despacio. Mi vista cada vez se enfocaba más, pero a medida que iba recuperando la consciencia, sentía mi cuerpo muy adolorido y pesado. Seguía esposado, y me encontraba sentado en el suelo, apoyado en una desgastada pared.

Miré a mi alrededor, donde parecía ser una cárcel con paredes de cemento, un foco de luz blanca que no era muy potente y en ocasiones titilaba de forma leve por lo vieja que era. No habían ventanas, ni ventilación, solo éramos yo, una puerta verde oxidada y cuatro paredes. Mi camisa blanca tenía unas extrañas manchas de sangre al igual que mi pantalón, pero estaba tan débil que ni siquiera pude sentir un poco de temor y curiosidad. La sangre era mía, ya que mientras estuve inconsciente fui torturado por seguramente Alexby, Fargan y Samuel para ver si en algún momento me despertaba. Mi labio estaba partido, por lo que las manchas provenían de allí.

De repente, alguien empezó a toser a unos metros de donde yo estaba. Al mirar a mi lado, la energía volvió a mi cuerpo.

Pero lo que veía no era nada bueno.

—¿S-Se...?— Mi quebrada y aireada voz rompió el silencio. —¿Señor?—

Mis ojos se humedecieron al verlo casi inconsciente, como si la muerte estuviera en sus ojos. Tenia su uniforme de General, pero al igual que yo, estaba manchado de sangre. No, tampoco estábamos iguales, la sangre en el suelo era mucho más abundante. Su cabello rubio cubría gran parte de su rostro, pero pude ver en él su sufrimiento, sus lastimaduras, moretones, posiblemente por haber sido torturado.

—No...— Me levanté del suelo con esfuerzo para estar frente a él —No, no, no, dime que no es usted, porfavor...—

—Alex...— Sonaba tan apagado, pero lo reconocí al instante.

Caí arrodillado a su lado, completamente desgarrado , sin saber como habíamos terminado aquí. Sus piernas estaban extendidas, y su espalda reposaba en la pared. Lentamente fue levantando su cabeza, y oía sus pesados suspiros de dolor.

—Jamás creí estar aquí...—

—¡Señor!— Mis lágrimas comenzaron a caer en mis mejillas —D-Dime que ha pasado, ¿¡Como es que estamos aquí!? ¿¡Que-qué le han hecho!?—

No me respondió a lo que estaba preguntando. Pero a pesar de estar herido de gravedad, giró levemente su cabeza para observar mis muñecas esposadas. Sus manos rojas manchadas de sangre seca hicieron una extraña maniobra para quitarme las esposas con tan sólo un clic.

—Libre.— Tiró el objeto hacia un lado.

Mis muñecas estaban moradas, cortadas por lo filosas que eran, a propósito para hacer sufrir aún más a quienes las poseían. Parecía que las tenía puestas hace días, pues me sentía extraño sin ellas.

—Pato...— Llamó mi atención con las pocas fuerzas que tenia —Lo lamento.—

—¿Q-Qué? ¡No!— Su dicho me había ofendido —¿De que se disculpa, señor? ¡Yo debería disculparme, porque si yo no hubiera bajado esas malditas escaleras del museo, usted no estaría aquí!—

Bajé mi cabeza, y mis lágrimas comenzaron a caer al piso. No quería que mi llanto haga ruido porque ni siquiera debia estar llorando. Pero la culpa me acechaba, sentía que me acuchillaba el corazón. Le había arruinado la vida por completo a la persona que más amaba.

—Es muy tarde para un "hubiéramos", pato. Las cosas debían de ser así... Pero, si hay algo que me dolió mucho fue-...— Su voz se entrecortó —Fue ver como los estúpidos que mis compañeros te hicieron cosas tan horribles...—

Por primera vez escuchaba a Rubén al borde de las lágrimas. Al levantar mi cabeza, él estaba igual de cabizbajo. Éramos incapaces de mirarnos en las condiciones en las que estábamos, secuestrados, adoloridos y heridos.

Invierno del 45' ; Rubckity Donde viven las historias. Descúbrelo ahora