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El gimnasio estaba vacío, salvo por el eco de los últimos pasos de Kenma mientras cruzaba el lugar con la mirada fija en su teléfono. Había terminado otro día de práctica y, como siempre, su mente estaba a medio camino entre los movimientos del voleibol y las nuevas estrategias de su videojuego favorito. De alguna manera, encontrabas encantador cómo sus ojos se iluminaban cuando mencionaba alguna táctica o cuando describía un pase perfecto en el juego. Ese era el Kenma que habías llegado a conocer y, en tu mente, a amar.
Con las manos temblorosas y el corazón acelerado, lo seguiste con cautela, planeando tu confesión desde hacía semanas, pero solo hoy habías reunido el valor para enfrentar el miedo de un rechazo. Cuando por fin te paraste frente a él, Kenma levantó la vista, una mezcla de sorpresa y curiosidad pasando fugazmente por su rostro.
—¿Necesitas algo? —preguntó con su tono característicamente neutral.
Respiraste hondo y dejaste salir las palabras que habías ensayado frente al espejo incontables veces.
—Kenma, me gustas.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Kenma parpadeó, claramente procesando tus palabras mientras su mente analítica buscaba una respuesta adecuada. Finalmente, bajó la mirada, su dedo pulgar jugueteando con el borde de su teléfono, un gesto que hacía cuando estaba nervioso o incómodo.
