Body insecurities.

580 42 2
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.





Kenma estaba sentado en el sofá de su departamento, con su consola en las manos, absorto en un juego que había comenzado horas antes. Los sonidos del juego resonaban por la habitación, pero su mente no estaba tan enfocada en la pantalla como solía estar. Desde hacía algunos días, notaba que algo te preocupaba. Habías estado más callada, y aunque siempre habías sido reservada en ciertos aspectos, esta vez había algo distinto, algo que él no lograba descifrar.

Esa noche, mientras Kenma seguía jugando, tú saliste del cuarto en silencio. Llevabas una camiseta larga que te cubría hasta los muslos, lo que te hacía sentir un poco más segura, aunque dentro de ti, las dudas y las inseguridades seguían presentes. Sabías que Kenma no era alguien que juzgara por lo superficial, pero aún así, las sombras de tus pensamientos no dejaban de susurrarte al oído.

Te sentaste en el otro extremo del sofá, abrazando tus rodillas, y observaste cómo Kenma, concentrado, movía los controles. Él, sin embargo, sintió tu presencia de inmediato, aunque fingió no notarlo al principio, dándote tu espacio. Sin embargo, después de unos minutos, pausó el juego y giró la cabeza hacia ti, con una mirada tranquila pero atenta.

—¿Estás bien? —preguntó, con esa voz suave y calmada que siempre utilizaba contigo, como si supiera que no necesitabas palabras grandilocuentes, solo honestidad.

—Sí —respondiste de inmediato, pero ambos sabían que no era del todo cierto.

Kenma dejó el control a un lado y se inclinó un poco hacia ti, apoyando su cabeza en su mano. No era alguien que solía presionar por respuestas, pero le preocupaba lo que veía en ti. El brillo en tus ojos había cambiado, y no se trataba de algo que pudiera ignorar.

—No parece que lo estés —dijo en un tono casi susurrante, sin quitarte los ojos de encima.

Miraste hacia otro lado, sintiendo el calor subir por tus mejillas. No querías decir lo que te pasaba. Sabías que era un tema delicado para ti, y no querías que Kenma pensara que eras demasiado sensible o que te preocupabas por cosas que tal vez no importaban tanto. Pero esos pensamientos te carcomían por dentro, y la presión de guardártelo todo se hacía insoportable.

—Es... solo que… —titubeaste, jugando con las mangas de la camiseta mientras sentías cómo se formaba un nudo en tu garganta—. A veces no me siento cómoda con mi cuerpo.

Kenma parpadeó un par de veces, sorprendido. No era lo que esperaba oír, pero no por ello lo tomó a la ligera. Se enderezó un poco, procesando lo que habías dicho, y luego se acercó más a ti, sentándose a tu lado. Sus manos se posaron suavemente en tus piernas, acariciando tu piel con la calma que lo caracterizaba.

—¿Por qué? —preguntó en un susurro, como si quisiera que lo escucharas solo tú y nadie más. Sus ojos, oscuros y profundos, estaban fijos en los tuyos, esperando una respuesta sin apuro.

Tú dudaste por un momento, pero sabías que podías confiar en él. Siempre habías sentido esa conexión especial con Kenma, y aunque te costaba hablar de tus inseguridades, sabías que él no te juzgaría.

—No lo sé. A veces siento que... no soy lo suficientemente atractiva. Que tal vez no te gusta tanto mi cuerpo como deberías... —admitiste en voz baja, sin atreverte a mirarlo directamente.

Kenma se quedó en silencio por un momento, y sentiste su mano deslizarse suavemente hacia tu brazo, trazando pequeños círculos con los dedos. Sus ojos no se apartaron de ti ni un segundo, y aunque no era alguien que mostrara emociones de manera evidente, podías notar que lo que habías dicho lo afectaba de alguna manera.

—Eso no es cierto —dijo finalmente, su voz profunda y calmada—. Me encanta tu cuerpo.

Te estremeciste un poco al escuchar esas palabras, tan directas y sinceras, pero él no se detuvo ahí. Su mano se deslizó por tu brazo hasta alcanzar tu cintura, y con un gesto delicado pero firme, te atrajo más cerca de él. Ahora, estabas lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo, y el ritmo suave de su respiración.

—Cada parte de ti me encanta —continuó, su aliento rozando tu mejilla mientras inclinaba la cabeza hacia ti—. No sé de dónde sacas la idea de que no eres atractiva, porque para mí, lo eres más de lo que puedo expresar.

Te quedaste en silencio, sintiendo cómo sus palabras derrumbaban las barreras que habías construido en torno a tus inseguridades. No sabías cómo responder, pero Kenma no necesitaba que lo hicieras. Con suavidad, su mano subió hasta tu rostro, acariciando tu mejilla con el dorso de los dedos, y luego, con una ternura que pocas veces mostraba, te besó.

El beso fue lento, pausado, como si quisiera transmitirte a través de él todo lo que no podía decir en palabras. Sus labios suaves contra los tuyos te hicieron olvidar por un momento cualquier duda que pudieras tener. Kenma no era alguien que hiciera las cosas a la ligera, y lo sabías. Sentías en ese beso toda la devoción que tenía por ti, por quien eras y por tu cuerpo, tal y como era.

Cuando el beso terminó, Kenma te miró a los ojos, acercando su frente a la tuya.

—No quiero que pienses mal de ti misma —susurró, casi en un tono de súplica—. Todo de ti me gusta, y quiero que lo sepas. No me importa cómo crees que deberías verte. Para mí, eres perfecta así.

Una lágrima involuntaria se escapó de tus ojos, pero no era de tristeza. Era como si el peso de todas esas inseguridades hubiera comenzado a disiparse, reemplazado por la seguridad y el cariño que Kenma te ofrecía en ese momento.

Sin decir nada más, él se inclinó nuevamente para besarte, pero esta vez con un poco más de intensidad. Sus manos se deslizaron suavemente por tu espalda, abrazándote con una firmeza que te hacía sentir protegida. La manera en que sus labios se movían sobre los tuyos te hacía olvidar cada pensamiento negativo que habías tenido sobre ti misma.

El beso se prolongó, y pronto, la pasión que ambos sentían comenzó a crecer. Kenma te guió con cuidado hacia el sofá, recostándote suavemente mientras sus manos recorrían tu cuerpo con una mezcla de adoración y deseo. En cada caricia, sentías el cariño que él tenía por ti, el aprecio genuino por cada curva, cada rincón de tu ser.

—Eres hermosa —murmuró contra tu piel, mientras su boca descendía lentamente por tu cuello. Su voz era apenas un susurro, pero el tono en ella era firme y lleno de convicción—. No quiero que vuelvas a dudar de eso.

Tus inseguridades comenzaban a desvanecerse con cada palabra, con cada beso que te ofrecía, y pronto, solo quedó la certeza de que, para Kenma, no había nadie más que tú.

Kozᥙmᥱ Kᥱᥒmᥲ ᭟  ⸼ᝢONE SHOTS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora