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—Lo siento muchísimo cariño —susurra apretándome con fuerza entre sus brazos sin dejar de masajear mi espalda y repartir mil besos por mi cara y mi cuello.

No puedo dejar de llorar, los hipidos me consumen y las lágrimas salen a borbotones mientras yo me encojo cada vez más entre sus brazos.

—Desahógate Rosé, sácalo cariño—repite sin parar.

Intento recoger y guardar para mí el recuerdo de cada una de las palabras cariñosas que me dice porque sé que no volverán a repetirse y las necesito, necesito todo el cariño que ella me está dando en este momento más que el aire que respiro. Lloro con tanta insistencia que me empieza a faltar el aire y me fallan las fuerzas, así que poco a poco me voy dejando caer y ella lo hace conmigo hasta que se sienta en el suelo y me acuna entre sus brazos como a una niña pequeña, permitiéndome llorar hasta quedarme seca. Cuando por fin comienzo a calmarme y solo me quedan suspiros que aparecen en forma de pequeños espasmos, Lalisa se agacha a nuestro lado, lleva una caja de pañuelos en una mano y un vaso de agua en la otra. Con las manos temblando cojo varios pañuelos y me limpio la cara, me sueno los mocos y me seco los labios mientras la observo. Me incorporo un poco sin que Jennie deje de abrazarme e intento sujetar el vaso de agua entre mis manos, me muero de sed, pero me tiemblan tanto que Lisa me ayuda a beber.

—¿Has comido? —pregunta la señora orco.

Me hizo mucha gracia cuando Jennie se refirió a ella usando ese término, en una de nuestras conversaciones y desde entonces cuando pienso en Lisa me acuerdo. Niego con la cabeza, tampoco me he parado ni una sola vez y lo único que llevo en el estómago es lo que he desayunado por la mañana, estoy hambrienta.

—¿Qué te apetece más? ¿Unos huevos revueltos que me salen de muerte o un bocadillo de jamón ibérico recién cortadito que también me queda de vicio?

¿Quién se ha comido a la desagradable Lalisa? Ahora no solo es amable, sino que es agradable y hasta graciosa, ¿qué ha pasado? Tengo muchas ganas de decirle lo que quiero, pero tantas horas de viaje me hacen sentir sucia y en este momento necesito una ducha antes que la comida.

—Te lo agradezco Lalisa, pero me voy a casa, necesito ducharme.

—Dúchate aquí —ordena Jennie sorprendiéndome.

—No, yo no...

—Vamos Chaeyoung—me corta Lisa—no será la primera vez que te duchas en casa, refréscate y para cuando salgas tendrás un plato que hará que me supliques que sea tu cocinera para siempre.

—Eso es cierto —añade Jennie sonriente —ahí donde la ves, mi mujer es una cocinera excelente.

—Dame las llaves del coche, te traigo la maleta y te duchas, no se hable más.

Le entrego las llaves a Lisa completamente desconcertada, en una ocasión normal hubiera discutido antes de obedecer a mis dos jefas, pero estoy tan agotada en todos los sentidos que decido que ya que por una vez se están mostrando atentas conmigo me voy a dejar cuidar un poco. Lisa vuelve con mi maleta, la deja a mi lado y las llaves del coche las deja sobre la mesa del comedor.

—¿Te has decidido ya? ¿Huevos o bocadillo? U otra cosa, si hay algo que te apetezca más te lo puedo hacer—vuelve a insistir.

Dudo un instante, la idea de los huevos me parece tentadora, me encantan, pero solo de pensar en el bocadillo la boca se me hace agua.

—El bocadillo —susurro.

—Buena elección, ve a la ducha —ordena Jennie mientras Lisa se mete en la cocina.

Cojo la maleta y me encierro con ella en el baño para buscar las pocas prendas limpias que me quedan, esta vez me demoro un poco más, su ducha es grande y el chorro de agua cae de forma muy amplia y con mucha fuerza, eso me encanta y es algo que por desgracia no ocurre en mi baño. Me inundo durante unos minutos y cuando me seco me doy cuenta de que ni la ducha me ha bajado la hinchazón de los ojos por el llanto.

Cuando entro en la cocina hay tres platos con tres bocadillos que tienen una pinta deliciosa, el pan todavía está abierto, veo un lado untado con aceite y tomate y el otro cargado de jamón jugoso que desprende un olor que me hace salivar como un animal. Hay dos medianos y uno grande, y este último es el que Lisa coloca frente a mi cuando me siento en la mesa.

—Es muy grande Lalisa...

—No has comido nada en todo el día, tienes que llenar el estómago, si no te apetece entero puedes dejar un poco, pero solo un poco...

Me da risa, tantas atenciones viniendo de ella me sorprenden demasiado. Miro a Jennie y se encoge de hombros devolviéndome la sonrisa como si su mujer no tuviera remedio. Saca unas latas de Coca Cola, un plato con aceitunas, otro con queso cortado y otro con patatas de bolsa.

—A comer —dice cuando se sienta.

No he dejado ni las migas, no me había comido un bocadillo tan bueno en toda mi vida, el pan estaba crujiente como si acabaran de traerlo, la pata de jamón recién empezada está sobre la encimera junto al cuchillo jamonero y unos tomates que parecen recién recogidos del huerto. No solo he arrasado con el bocadillo, también me he inflado de queso, patatas y olivas y he dejado la Coca Cola vacía.

—Suerte que era grande el bocadillo—bromea Jennie con gracia.

—Estaba muy bueno —me defiendo —además estaba cortado como a mí me gusta, con lonchas finitas pero bien cargado.

Ante mi comentario, Lisa me guiña un ojo y yo me derrito.

—¿Tiene algo para el dolor de cabeza? Me va a explotar y no quiero que vaya a más, así me hará efecto por el camino.
Me duele desde que he llorado y no ha disminuido, sino todo lo contrario, cada vez me duele más.

—Claro.

Jennie se levanta y me trae un analgésico junto con un vaso de agua.

—Nada de irte Chaeyoung, te lo tomas y te vas al sofá a relajarte y descansar un poco. Lisa y yo tenemos una videoconferencia en unos minutos y no te molestaremos. El sofá es comodísimo, acuéstate y cierra los ojos, ya verás que bien te sienta.

—No Jen, se los agradezco pero me voy a casa, ya han hecho bastante.

—¿Quieres hacerme enfadar Chaeyoung? —murmura Lisa que aparece detrás de mí y susurrando en mi oído.

—No—respondo mientras un intenso escalofrío me recorre todo el cuerpo.

—Pues ve, Jen se quedará contigo mientras cierras los ojos un poco.

—¿Y la videoconferencia? —pregunta Jennie.

—Yo me encargo, tú asegúrate de que la niña descanse un poco.

¿La niña soy yo?

ALGO DE TRES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora