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—Ponte aquí —dice acomodándose y ofreciéndome apoyar la cabeza en su pecho mientras me tumbo.

—No creo que tarde más de una hora —dice Lisa besando a su mujer en la cabeza antes de desaparecer.

—Si me necesitas avisa cariño —añade Jen.

—Creo que me apañaré —se escucha a lo lejos.

—¿Hacen video conferencias un sábado por la tarde? —pregunto extrañada.

—No, normalmente nos reunimos en las academias directamente.

Y ante mi cara de asombro y de no entender, añade:

—Aprovechamos los fines de semana para ir visitando las demás delegaciones. Solemos irnos el sábado por la mañana a la que toque, nos reunimos con el personal por la tarde para ponernos al día de todo y ya que estamos, aprovechamos y nos quedamos a dormir allí, pasamos el domingo por la mañana visitando cosas y por la tarde volvemos.

Eso me alivia y me hace sentir un poco estúpida, hasta ahora pensaba que no me llamaban porque tenían a otra o simplemente no querían, pero según me explica los fines de semana los pasan prácticamente trabajando también.

—¿Y por qué hoy no? ¿Era muy lejos? —quiero saber.

—No, esta semana teníamos que ir a otra ciudad, pero como conseguí convencerte de que te pasaras por casa cambiamos la reunión física por la video conferencia.

—¿Por mí?

—Sí Rosé, por ti —se ríe.

—¿Le doy pena?

—¿Qué? —pregunta Jen sorprendida.

—A Lalisa, ¿le doy pena?

—¿Por qué dices eso? —pregunta acariciando mi mejilla.

—Porque tú y yo sabemos lo fría que es conmigo siempre, y hoy es amable y atenta, supongo que es por lo de mi madre y dentro de unos días se le pasará y volverá a ser un orco...

En realidad me da igual que se esté comportando así por pena, no me gusta que nadie se compadezca de mí, pero es la primera vez que no me importa que ese sea el motivo, que sea así de atenta conmigo es muy agradable.

—No es eso, aunque no lo creas mi mujer te adora.

Se me escapa una sonrisa incrédula y Jen me da un toque en el brazo.

—No te rías que hablo en serio. Tal vez lo de tu madre la haya ayudado a esforzarse por demostrarte un poco lo que siente, pero no es pena, ese sentimiento ha estado siempre ahí, te lo garantizo.

—Pero siempre me trata mal, solo le falta tocarme con un palo —me quejo.

Jennie no puede contener la risa, y tras unos segundos en los que nos reímos juntas, me estrecha con fuerza entre sus brazos y me da un sonoro beso en la cabeza que me hace temblar.

—Te voy a contar una cosa ahora que no nos oye, pero no me delates, eh, ya le diré que te lo he dicho cuando encuentre el momento oportuno.

—¿Qué cosa? —pregunto sumamente intrigada.

—La razón por la que se muestra así contigo, no pretendo excusarla, solo que entiendas porque se comporta así aunque no sea justo.

Me giro un poco y me acomodo mejor en su regazo cuando pone un cojín sobre sus piernas, Jennie tiene una voz muy sexy, pero cuando habla bajito se vuelve muy dulce y eso me está relajando mucho.

—Hará cosa de tres años tu sitio lo ocupaba otra chica...

—¿Te refieres al sexo? ¿El sitio que rechacé?

—Sí, a ese —afirma molesta —y espero que te lo pienses mejor y cambies de opinión, porque no sabes las ganas que tengo de follarte — dice paralizándome el cerebro.

Mi cuerpo comienza a arder y se me corta la respiración, la naturalidad con la que utiliza la palabra follar y su capacidad para soltarlo cuando menos me lo espero es algo que me excita exageradamente.

—En fin —continua como si aquí no hubiera pasado nada —como te decía, hubo otra chica, se llamaba Eun, y durante casi un año estuvo metiéndose en nuestra cama y jugando con nosotras sin problema alguno. Le teníamos mucho cariño, pasaba muchos fines de semana aquí, salía en muchas ocasiones con nosotras, no sé, además de amante se convirtió en una amiga, digamos que especial para nosotras.

—¿Y qué pasó? —pregunto intrigada mientras ella da un sorbo de agua.

—¿Quieres? —dice ofreciéndome la botella.

Bebo rápido y le devuelvo la botella ansiosa por seguir escuchándola.

—Pasó que un sábado quedamos en que se vendría a casa a comer y se quedaría el resto del fin de semana aquí, pero no apareció, y cuando la llamamos para ver si estaba bien no contestó a nuestras llamadas, ni tampoco a los mensajes que le dejamos pese a que sabíamos que los había leído. El martes siguiente nos dejó una carta en el buzón en la que nos exigía que le pagáramos una cantidad considerable de dinero en un plazo de cinco días o se encargaría de que todo el mundo se enterara de nuestro secreto.

—No jodas.

—Sí, ella conocía a nuestras familias, a nuestros amigos, la empresa, se había colado en nuestras vidas al completo y ni yo ni mi mujer sospechamos en ningún momento que pudiera acabar haciendo algo así.

—Que maldita, ¿y qué hicieron?

—Pues al principio nos planteamos pagarle y comprar su silencio, no nos apetecía dar explicaciones ni que todo el mundo nos señalara con el dedo, pero después de hablarlo mucho decidimos que no, no hacemos nada malo, ya lo has visto, nuestros gustos sexuales no son asunto de nadie, y aunque preferíamos que se quedaran en nuestra intimidad, decidimos no ceder a su chantaje, tampoco teníamos garantías de que después de pagarle no siguiera exigiendo dinero. Al día siguiente cogimos la carta y se la llevamos a nuestro abogado, nos recomendó poner una denuncia por chantaje y extorsión y lo hicimos. Una semana después su abogado se puso en contacto con el nuestro para decirle que Eun se había retractado, y que si no seguíamos adelante con la denuncia nos dejaría tranquilas.

—¿Lo hicieron?

—Sí —dice mirando hacia el pasillo para asegurarse de que Lisa todavía sigue reunida.

—¿Y han vuelto a saber algo de ella?

—No, no hemos vuelto a verla desde entonces. Te cuento esto porque aquella experiencia nos hizo recular mucho a ambas, nos volvió muy desconfiadas, sobre todo a mi esposa, Lisa le había cogido mucho cariño y lo que hizo no solo la decepcionó como a mí, a ella le dolió mucho.

—Yo no soy Eun—me quejo.

—Lo sé, pero a Lisa le da pánico abrirse de nuevo a alguien.

—¿Le da miedo encariñarse conmigo?

—No cariño —susurra acariciándome el pelo—lo que le da miedo es reconocerlo, encariñada está desde hace tiempo. Aunque no lo parezca a mi mujer le encanta que estés aquí.

Las palabras de Jennie me dejan atónita y sumamente sorprendida.

—Me cuesta creerlo, a veces tengo la sensación de que me aguanta para complacerte a ti.

Se le escapa una carcajada que me hace sonreír a mí también pese al sueño que me está entrando.

—Mira, esto que te voy a decir sí que te prohíbo que se lo digas jamás, pero fue ella la que me propuso que hablara contigo, yo estuve encantada con la idea, no te lo voy a negar, pero quien quiso que participaras en nuestros juegos fue ella.

—Mentira —murmuro con sorpresa.

—No me llames mentirosa que eso me cabrea —dice pellizcándome.

Sonrío y me acurruco de lado mientras cierro los ojos alucinada por todo lo que me ha contado.

—Duerme un poco —susurra.
Y los ojos me pesan tanto que caigo rendida entre sus brazos.

ALGO DE TRES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora