12| Joey Bosa.

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Pasé las últimas horas de mi turno nocturno haciendo corajes con los clientes, que cada noche traían la peor actitud. Varios eran los casos de personas que apenas salían de trabajar y para bajar el estrés, venían a tomarse una o dos cervezas. Era por esa misma razón que, como mesera del bar, tenía que lidiar con sus groserías, aunque no siempre permitía que me insultasen.

Sin embargo, mi jefe ya me había prohibido que les respondiera a los clientes. La última vez que desobedecí sus órdenes casi tuvimos que visitar la comisaría debido a que un policía trató de abusar de su autoridad, así que para evitar ese tipo de problemas prefería quedarme callada y solamente colocar mi mejor expresión.

– ¿¡Ya atendiste al cliente de la esquina?! –Josh casi me gritó al ver que me encontraba limpiando una de las mesas desocupadas con toda tranquilidad.

–A mí no me vas a estar gritando. –No era un secreto que él y yo no nos llevábamos para nada bien. El gesto amargado de mi jefe disminuyó al oír mi respuesta–. Fue al primero que atendí, ya va por su segunda cerveza y solo estoy esperando que pague.

–Ah, bueno. Voy a estar en mi oficina.

Lo ignoré, porque la verdad no me importaba en lo absoluto donde estuviera, si se fuera del bar por mí mucho mejor. Vi que se dio la vuelta y se perdió en el pasillo que conducía a su oficina. Apenas se fue me alcanzó Emma, una de mis compañeras, al parecer se dio cuenta de la discusión entre Josh y yo.

–¿Qué pasó con el jefe? –me preguntó nerviosa.

Antes de responder su pregunta, me fijé en la hora que marcaba el reloj situado en la pared del fondo. Se me dificultó ver la hora indicada por las manecillas, así que me acerqué bajo la curiosa mirada de mi compañera. 

Las luces del bar eran tenues, ese tipo de iluminación le gustaba a Josh, pues constantemente solía decir que a él le gustaba el prototipo de bar americano; que la televisión tuviera programación deportiva, juegos de mesa, meseras ardientes y mucho alcohol.

–Estás actuando muy rara –Emma comentó.

Las once de la noche con nueve minutos. Mis ojos oscuros se dirigieron a la puerta de la entrada y después a mi compañera, quien me miraba con las cejas fruncidas. Sus labios (siempre rojos) se torcieron en una mueca.

–Dile a Kevin que te lleve a casa –La tomé por los hombros, dirigiéndola hacia la barra, donde se encontraba el recién mencionado. Preparaba unas bebidas para los pocos clientes que había cuando, al vernos, sonrió–. Kev, ya se pueden ir. ¿Podrías llevar a Emma a su casa, por favor?

Los dos me miraban sumamente confundidos. Emma se alejó de mí.

–¿Por qué? ¿Josh ya va a cerrar?

–Sí, así que ya váyanse antes de que se arrepienta, chicos –les dije–, y si pueden vayan diciéndole a los clientes que ya es hora de que también se vayan...

–Ah, me parece rarísimo, pero bueno. ¿Y qué hago con las bebidas? ¿Las tiro o qué? –Kevin continuaba haciendo preguntas y lo único que yo quería era que ya se fueran de aquí. Rodeé la barra para sacar a mi compañero de ahí, Emma ahora me miraba con miedo, pero no comentó nada al respecto.

–Ya, yo me encargo de todo. Ya váyanse, chicos, en serio.

–Pero espérate, ¿no me dijiste que les dijera a los clientes que se fueran?

Emma percibió la insistencia en mis ojos y prefirió ir a la bodega por sus cosas, mientras yo continuaba lidiando con Kevin. Resoplé con cierto estrés.

One Shot's | 𝗡𝗙𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora