—Nil, aplastas mi pie —estar encerrada en un armario junto a otras cuatro personas no era lo más cómodo del mundo para Aya, para ninguno realmente.
—Lo siento.
—Raika, ¿podrías poner tu brazo en otro lugar?
—Claro, Ezio. Porque tengo tantos lugares para escoger.
—El sarcasmo no es lo tuyo, no me lo robes.
—Nil, otra vez estás pisando mi pie.
—¿Cómo te robaría algo que no inventaste?
—No lo sé, pero lo estás haciendo.
—Nil, tu pie está sobre mí pie.
—Eso es imposible, tú eres imposible, pretendiendo que haga cosas imposibles.
—Solo pedí que corrieras tu brazo.
—En un lugar diminuto como este. ¿Siquiera piensas lo que dices?
—Nil...
—¡¿Podrían hacer silencio de una vez?! —Akemi observaba cansada las tontas discusiones de sus compañeros— ¿Acaso quieren ser descubiertos?
A partir de ese momento, ni una sola queja se escuchó allí adentro.
Habían pasado varias horas y el cansancio junto al malhumor se hicieron presentes entre ellos.
Parecía que jamás saldrían de allí, hasta que aquel sonido que tanto deseaban se hizo presente.
La puerta que antes había sido abierta estaba siendo cerrada nuevamente y aquella persona que ocasionó tal ruido caminó frente al armario sin detenerse.
El grupo aguardó unos minutos antes de salir, esperaron que los pasos se oyeran lejanos y abrieron el armario.
—¿Huelen eso? —los cuatro jóvenes miraron extrañados a Raika, pues ellos no sentían nada. La pelirroja al ver sus rostros de confusión, continuó— exacto, no hay nada. Solo aire puro —al oír eso, los demás suspiraron de alivio, no había problema alguno del cual encargarse, mientras que Raika se veía más feliz que nunca.
—¿Podemos continuar, por favor? —Ezio, luego de casi ser descubiertos, solo quería salir de allí. La confianza que había reunido antes de entrar se había esfumado, por lo que ahora lo inundaba un sentimiento de inquietud.
—Bien, solo quedan tres puertas. Akemi y Raika les toca la derecha, Aya al fondo y Ezio y Yo la izquierda —todos asintieron de acuerdo con Nil.
Akemi y Raika se dirigieron a donde se les había indicado. Abrieron la puerta y entraron, encontrándose con una bonita habitación. Por la decoración adivinaron que pertenecía a una persona mayor que ellas, una mujer. Era obvio que no se trataba de la princesa, sin embargo, había sido usada hace poco.
—¿Qué piensas? —Akemi esperaba que Raika compartiera con ella su teoría y por la mirada de la pelirroja sabía que tenía una.
—Creo que la persona que casi nos mata del susto, es una mujer y ha cuidado de la princesa.
—¿Y...? —Akemi sabía perfectamente a dónde quería llegar la otra.
—Podría tener información valiosa sobre el Yian.
Ambas decidieron buscar en cada rincón de la habitación.
—Mira esto —Akemi tenía sus manos repleta de documentos.
Algunos hablaban de alianzas con otras aldeas, algunas hechas de manera legal, otras no tanto, y algunos papeles tenían grabadas en sus páginas acuerdos con antiguos Jyas para acabar con todo aquel que supiera la verdadera identidad de su esposa y la princesa. También había varios documentos firmados por los mismos reyes y una tercer firma que no lograron identificar, para acabar con cada sangre negra que viviera en su aldea.
Cada hoja se tornaba más y más espeluznante.
—¿Qué mierda es esto? —Raika estaba realmente enfadada con aquellas personas.
—Si no hubieran muerto aquella noche, probablemente no estaríamos con vida.
Luego de la muerte de los reyes, varios de los Jyas antiguos con los que había hecho aquel horrible trato, intentaron luchar contra la esencia del Yian. No solo no lo lograron, sino que también murieron tratando de hacerlo, por lo que el acuerdo había perdido su validez.
—¿Por qué acabar con cada sangre negra cuando su hija también es una de nosotros? —Para Akemi no había nada de lógica en aquellos documentos.
—No lo sé, debemos devolver todo esto a su sitio y volver con los demás.
—¿No diremos nada?
—No, solo volvamos —Raika temía por aquella mujer, es decir ¿Por qué guardarías documentos que ya no tienen relevancia? Eso era lo que más le aterraba.
Sin nada más por decir, ambas ordenaron los papeles y salieron en busca de los demás.
◇◇◇
Ezio y Nil, por su parte, se adentraron en una oficina. Al atravesar la puerta, lo primero que observaron fueron muebles de madera.
—Bien, no hay princesa alguna por aquí, ya podemos retirarnos.
—Aguarda un segundo —Ezio necesitaba descansar un poco, su cuerpo había experimentado tantas emociones en pocas horas que lo habían agotado— no entiendo cómo es que siempre tienes energía.
—Se llama ejercitarse, pero creo que no lo conocías —respondió Nil mientras revisaba la pequeña biblioteca del lugar.
—¿Qué tienen todos hoy con el sarcasmo? —se preguntó a sí mismo, su tono de voz apenas se oyó como un murmuro.
—¿Qué dices? No te oigo.
—Nada, nada.
—Mira esto, ¿lo recuerdas? —Nil cambió la conversación, mostrando la portada de un libro que acababa de encontrar y que Ezio conocía bastante bien.
—Como olvidarlo, fueron los peores tres días de mi vida —respondió divertido el peliblanco al recordar aquellos días.
—No fue tan malo, solo tres días sin dormir.
—Y todo por tu estupidez —volvió a murmurar Ezio.
—Eso sí lo escuché, además, nadie pidió que me defendieras aquel día.
—Y así me lo pagas, ni un gracias.
—Tu padre debería considerarse el peor profesor de la historia.
—No es cierto, solo tenía algo en contra de tí.
—Ya lo sé, pero, ¿pedir que sea el único que lea un libro de quinientas páginas y luego hacer la representación gráfica de cada manto? Eso es más que tener algo en mi contra.
Al no poder convivir con la aldea, tampoco podían acceder a la educación como los demás niños. Es por ello que sus padres debían encargarse de hacerlo.
Por decisión de los adultos, el padre de Ezio se encargaría de enseñarles conocimientos más avanzados cuando sea el momento, mientras que la madre de Akemi les enseñaría en sus primeros años.
—¿Has descansado suficiente?
—Creo que sí, deberíamos volver.
◇◇◇
Aya era la única que había tenido suerte, por lo que en ese mismo momento tenía a la princesa cara a cara.
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Mil maneras de liberar Wildwood.
FantasíaMiles de criaturas acechaban los alrededores de la aldea Wildwood cada día, envidiando la felicidad que sus habitantes mostraban. Sin embargo, solo bastó un segundo para que esa felicidad se convirtiera en tristeza y preocupación. El pasado de la al...