Zombie

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En el año 2040, una terrible tragedia sacudió al mundo. A pesar de haber alcanzado un nivel de tecnología avanzada, la codicia de algunos líderes desencadenó conflictos devastadores que cobraron la vida de numerosos habitantes de la Tierra.

Guerras por el poder estallaron, con el lanzamiento de armas nucleares que tiñeron el cielo de tonos grises, rojos y naranjas debido a las explosiones de aviones militares. La felicidad de las personas se vio eclipsada por los llantos ahogados de los inocentes torturados, los ancianos acribillados y los padres de familia asesinados por defender sus convicciones.

Entre los afectados por esta tragedia se encontraban Alya y Alan, dos niños que quedaron huérfanos en medio de la devastación. Sin hogar y sin sus padres, se vieron obligados a deambular entre los escombros de su pueblo, presenciando la tragedia de ver a sus amigos y seres queridos caídos en las tierras destrozadas, manchadas por la sangre de ciudadanos que no merecían tal destino.

En medio del sufrimiento, recordando cómo un soldado sin piedad arrebató la vida de sus padres ante sus ojos, Alya y Alan se comprometieron a cambiar el futuro de la humanidad. Su objetivo era preservar el rastro de bondad que debía perdurar. Con esta determinación, transcurrió una década.

Ya no eran los niños de ocho años; habían crecido lo suficiente como para unirse a la milicia insurrecta. La diferencia radicaba en que su plan inicial seguía intacto en sus mentes. No eran dos críos indefensos; ahora lideraban un pequeño ejército dispuesto a todo para liberar a sus compañeros de las atrocidades de la guerra.

Después de algunos meses en la milicia, comenzaron a destacarse. Sus planes elaborados y la eficacia con la que llevaban a cabo operaciones con recursos limitados les ganaron reconocimiento. Gracias a ellos, las bajas eran mínimas, y los soldados formaban una pequeña familia agradecida por su valor. Sin embargo, cometieron un grave error al no darse cuenta de que no eran los únicos que habían cambiado.

El soldado responsable del asesinato de sus padres, Daniel Frederick, había ascendido rápidamente en las filas militares y, al enterarse de los nuevos reclutas de la armada rebelde, quienes estaban influenciando las estrategias hacia la victoria, lamentó no haberlos eliminado aquella tarde de domingo.

—Gonzáles —llamó a uno de sus tenientes, quien ingresó al cuartel en cuestión de segundos y realizó un saludo militar. —Necesito localizar a dos individuos, Alya y Alan Manson, ambos hermanos y vinculados con los recientes ataques a la central.

—¿Debemos traerlos con vida o muertos? —preguntó el teniente.

—Con vida —respondió Daniel, mientras observaba a través de la pequeña ventana hacia la ciudad devastada —. Necesito encargarme personalmente de ellos. Son necesarios vivos.

—¡Como ordene, mi general! —exclamó el teniente antes de salir y reunirse con sus reclutas para iniciar la búsqueda.

Las semanas transcurrían y, a pesar de contar con las mejores armas y rastreadores, Daniel no lograba dar con los hermanos. Hasta que un día, los avistó, no por una estrategia cuidadosa, sino por pura casualidad.

Alya y Alan habían regresado a lo que quedaba de su hogar para recordar a sus seres queridos, sin ser conscientes de que el enemigo los observaba con malicia y rencor.

—¿Crees que algún día esto terminará? —le preguntó Alan a su hermana.

—Debe terminar. Aunque las probabilidades de victoria sean escasas, debemos intentarlo con todos nuestros recursos —respondió ella mientras observaba los escombros que alguna vez fueron su hogar —. No pudimos salvar a mamá y papá, pero está en nuestras manos hacer justicia.

Mientras conversaban sobre el breve tiempo que compartieron con sus padres, el general se acercaba lentamente, sacando su pistola de nueva generación cargada con balas impregnadas en veneno, tan potente como sus ansias de asesinar y su maldad.

Apuntó primero a la chica, quien se estaba girando para regresar al campamento, pero su hermano, al darse cuenta del peligro que corrían, se interpuso entre ella y Daniel.

Alya lo vio todo en cámara lenta; observó cómo su hermano caía ante el impacto de la bala mientras el verdugo reía como un demente. Su ropa terminó salpicada por la sangre de lo único que le quedaba en ese mundo tan cruel, y solo cuando sintió el cuerpo sin vida de Alan, hizo lo impensable...

De su bolsillo sacó una daga no muy grande y la lanzó hacia el asesino de su familia, la cual impactó en su cabeza acabando con su miserable existencia, no sin que antes él también la atacara. Ambos cayeron muertos donde para los dos chicos todo había comenzado.

Los tres cadáveres reposaban cerca unos de otros, pero solo dos de ellos estaban imbuidos de sentimientos nobles. Cualquier observador habría notado el profundo amor entre esos dos, contrastando con la perversidad y la maldad del tercero.

En ese lugar, donde los seres humanos parecían meros zombies, manipulados por la codicia y el ansia de poder, concluía una historia donde pagaban los inocentes, pero también se hacía justicia por los crímenes cometidos por aquel asesino.

La codicia es la perdición de los hombres, y las guerras su inevitable consecuencia. Por ello, está en nuestras manos evitar desear lo que no tenemos, lo que no nos hace bien. Debemos abstenernos de provocar conflictos innecesarios y una lluvia de balas, bombas y sangre; en su lugar, cultivemos la bondad, el amor y la paz. Construyamos un mundo menos sombrío y brindémosle la calidez que verdaderamente necesita. Porque en nuestras manos está salvar al hombre, y en manos del hombre el destino.

Colección De RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora