Dicen que los opuestos se atraen...
¿Opuestos de qué exactamente?
Tal vez debamos hablar los extremos contrarios
SE TRATAN TEMAS FUERTES, POR FAVOR MANTENER LA RESPECTIVA DISCRECIÓN
⚠ HISTORIA TOTALMENTE MÍA ⚠
Todos los derechos reservados para la a...
ADVERTENCIA: Hay una escenita un poco... No es nada increíble ni demasiado detallada pero ajá, si te incomoda, puedes saltártela :D
Mejor aviso que lamentarlo)?
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— Me gusta mucho el ramen — fue diciéndole a Dongju con bastante calma, o bueno, cuando nos referimos a decir, es que le estaba hablando en señas, aunque por propia naturaleza de Keonhee, hablaba también en voz alta.
— Oh, a mí también me gusta, pero tienes como diez tarros en un solo anaquel. ¿No es bastante? — inquiere el menor, riendo entre gestos mientras ayudaba al mayor a calentar el agua en la olla.
Dongmyeong volvió al trabajo a los dos meses, después de una complicada recuperación, pero ya estaba bien para la tranquilidad de todos, como nuevo.
Aunque eso no impidió que el rubio y el chico de pelo plateado se empezaran a frecuentar.
Todo empezó muy pequeño, primero como simples amigos, saliendo a tomar café, disfrutar de algún postre o a comer hamburguesas, siempre con la excusa de que el mayor deseaba un poco de ayuda con el lenguaje de señas, o que Dongju deseaba despejarse de sus estudios un momento.
Pero pronto la convivencia se volvió mucho más recóndita, más enfocada en ellos.
Sus principales puntos de encuentro pasaron a ser ambos departamentos, aunque más seguido se reunían en el lugar de Keonhee, porque ahí eran solo ellos dos, y les agradaba más así.
Y sí, ¿para qué negarlo? Había sentimientos que de a poco iban calando en ambos chicos, pero paradójicamente, ninguno creía que era correspondido por el contrario.
Pensaban que aquello era unilateral.
Dongju no notaba como Keonhee parecía derretirse por su sonrisa.
Y Keonhee no podía darse cuenta de cómo Dongju se moría por él.
— ¿Beberemos Soju? — pregunta regresando su cuerpo hacia el mayor, sonriendo divertidamente ante su propia pregunta, sabía que el rubio disfrutaba de la bebida, igual que él mismo.
Preguntarle a Keonhee si iban a beber estaba demás porque sabían la respuesta de memoria, y ambos reían por ello.
No era la primera vez que pasaba.
Y como siempre, Lee suspiró suavemente al oír la atrofiada pero tierna risita del menor.
Podía pasar vidas enteras escuchándolo...
— Efectivamente, mi estimado — sonrió al responderle.
Comunicarse de aquella manera, muda pero directa, era reconfortante para ambos chicos, siempre había contacto visual, y podían apreciar de primera mano cada pequeño gesto, sonrisa, mirada, ademán o muequita que el otro hacía.
La vista era el sentido principal cuando se trataba de su convivencia.
La pequeña cena transcurrió entre el alcohol, la sopa, un pequeño florero de violetas que adornaba la mesita, las manos revoloteando en el aire para producir las diversas señas del lenguaje utilizado, y las sonrisas y risas de ambos muchachos.