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Lo había visto casi catorce veces más

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Lo había visto casi catorce veces más.

Y no habían ido más allá de las profundas conversaciones que compartían.

Y por mera comodidad, empezaron a acompañarlas con una copa de vino que podían llegar a llenar una o dos veces más en el transcurso de las horas.

Y también hubo algunos besos.

Nada que significara algo más allá que una pequeña muestra de, ¿cariño? Pero estos nunca se tornaron pasionales. Nunca escalaron o hicieron aumentar la temperatura del cuarto.

Pero los hubo.

Y aunque no lo admitieran, hacían que sus corazones burbujearan entre la dicha y la emoción.

— Eres demasiado soñador... — le sonrió el mayor, escuchándolo comentar cómo las luces que podían apreciar por el ventanal representaban los sueños que existían en la gente que habitaba cada hogar — Tal y como cuando éramos vecinos — añadió con una divertida risa, recibiendo un amistoso empujón de parte del menor, quien solo atinó a reír suavemente ante la mención de sus infancias.

Seoho al fin sabía por qué le había sonado tan familiar su nombre y por qué su mirada le resultaba conocida.

Aunque tenía muchísimos recuerdos nublados, jamás olvidaría a aquel niño de ojitos gatunos que había sido su primer beso. Al fin había descubierto qué había sido de aquel mejor amigo que pintaba de colores las grises tardes cuando debía quedarse con su abuela.

— Bueno, es mejor soñar y ser feliz que llorar por la realidad, al menos yo lo veo así — comentó incorporándose. Todo lo bueno debía acabar en algún momento, y Seoho debía volver a "La Casa de las Amapolas" antes de que la Madame hiciera ronda a las habitaciones.

— ¿Debes volver? — preguntó con cierto pesar el mayor, viendo al contrario asentir sin darle demasiada importancia, para luego despedirse levemente y marcharse como en cada encuentro.

Youngjo sabía a lo que su primer amor, como siempre lo llamó, se dedicaba. Era consciente de las razones que lo orillaban a aquel mundo y lo mantenían encadenado a aquel burdel, pero neciamente, se negaba a creerlo.

Y tercamente, hizo una visita al tan famoso establecimiento que laboraba bajo el nombre de "La Casa de las Amapolas".

Aquellas paredes con amapolas y granadas pintadas delicadamente solo era una fachada para los obscenos y preocupantes ruidos que se escuchaban por todo el piso. Kim no sabía distinguir si lo que ocurría detrás de cada cortina de cristalillos era placer o era tortura disfrazada de disfrute...

Probablemente era la segunda.

Una vez llegaron al cuarto respectivo, la mujer que lo guiaba le pidió aguardar afuera antes de pasar sola. Lo único que obstaculizaba realmente su campo visual era aquella cortinilla, por lo que fácilmente pudo distinguir cómo la empleada revisaba el rostro de Seoho y le acomodaba con cuidado el cabello, mientras el chico abrochaba nuevamente las prendas que llevaba puestas.

My Malus Is... (ONEUS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora