Trátame Suavemente — Soda Stereo.
Kozuki Hiyori, Tayu reconocida por la tierra de Wano, Oiran favorita del Shogun O-rochi, estableció una extraña relación con un pirata.
Roronoa Zoro, espadachín principal de la tripulación de un yonko, apoyaba su cabeza en el vientre de su compañera.
Los dos estaban dentro de sus cabezas, pensando en sus propios asuntos, ignorando la presencia del otro individuo.
No era ningún secreto que los dos sufrían de una basta depresión, la cual Zoro aprendió a manejar y vivir con ella. En cambio, Hiyori, le aplastaba día a día.
En sus ojos se podía ver la soledad que ella sentía; la pérdida de sus padres a temprana edad, sometida en el mundo de la prostitución sin su consentimiento, sumando la desaparición de su hermano definitivamente fue un gran golpe para ella. No sabía como soltar esa pena, pues sentía como su kimono iba acumulando sus tristezas.
Zoro deseaba ayudarla, no sabía la razón, solo quería estar ahí para ella. El problema es que no sabía como hacerlo, pues cada vez que intentaba dar un paso, Hiyori se exaltaba. ¿Cómo podría quitar sus penas si al hacerlo le desgarraba?
Su paciencia se iba acabando, tampoco era que gozara de esa virtud, solo por ella lo había intentado. Pero Zoro ya no estaba para esos momentos, el sólo estaba en el mar para lograr su ambición de ser el mejor espadachín del mundo.
Quizás la razón de porque perdió el interés en ella fue por su cruel trato. Reconocía sentir vergüenza cada vez que le ofrecía ayuda, pensaba que mostrar misericordia era signo de debilidad. Por lo que cada vez que se sentía rechazo, la vergüenza le doblegaba, perdiendo el interés poco a poco.
Sentía que un trato más suave le ayudaría a tener las fuerzas para ayudarle, pero no sabía la conclusión de aquello, ¿de que le serviría?
No pensaba casarse con ella y convertirse en el príncipe de su tierra, menos quedarse allí mirando a la gente caminar. Quería salir al mar, y nada ni nadie le iba a cambiar aquel parecer.
—Zoro...
—¿Qué quieres? —Respondió secamente, cerrando sus ojos al escuchar su voz.
—O-rochi me a pedido ir mañana a su burdel, seré obediente e iré ¿no te molesta?
—¿Por qué debería?
—No lo sé... ¿celos?
—No me importas en los más mínimo, estás enferma, haciendo caso a todo lo que te dicen, sin importar la gravedad de aquello —. Hiyori miró con aflicción la cabellera de Zoro en su vientre, pensando en sus palabras.
Y es que, ¿acaso no es admirable de su parte obedecer todo lo que le pidan? ¿acaso aquello era "estar enferma"?"
Siguieron en la misma posición por varias horas más, hasta que Zoro escuchó a su capitán llamándole. Debían partir hacia la siguiente isla.
Hiyori entristeció un poco al escuchar el llamado, el único hombre al que había "amado" se iba a ir, quizás para siempre.
—Bien, me voy —. Zoro tomó sus cosas y las introdujo a su Omamori-Bukuro, sin mirar a la peliverde.
—¿Cuándo volverás?
—Eso a ti no te importa —. Colocó un garrafón de sake a su hombro, preparándose para salir de su washitsu.
—Claro que me importa, deseo volver a verte —. Confesó, con lágrimas en los ojos, sorprendiendo al espachín.
—¿Es qué acaso aun quieres verme después de todo lo que me has hecho? —Gritó, asustando aún más a la Tayu. —¡Lo único que quería era ayudarte, hacer ir toda tu pena, pero no, fuiste una malagradecida conmigo!
Hiyori comenzó a llorar. Eran lágrimas de vergüenza, arrepentimiento e incluso de miedo. Cuanto desearía tener la fruta del diablo de su madre.
—Solo había una cosa que yo quería, Hiyori... —Se calmó, tomando con su mano el delicado mentón de la oiran, haciendo que la mirara. —Lo único que quería era que me trataras suavemente.
Tomó sus cosas y finalmente se fue, dejando a Hiyori en un mar de lágrimas.