Aunque no sea conmigo —Macha y el Bloque Depresivo
Dracule Mihawk caminaba a pasos lentos por su castillo, mirando cada rincón de éste, escuchando cada ruido mínimo que provenía de la madera chillona.
Zoro se habían ido hace un par de semanas y Perona fue a dejarlo para que no se perdiera. Sabaody era su destino.
No lo iba a negar, estaba triste y celoso al saber que su amante volvería con el hombre que siempre estuvo enamorado.
Y es que lo sabía bien, siempre supo que Zoro estaba enamorado del cocinero de su barco. Él nunca lo había reconocido, pero sus ojos brillaban cuando hablaba de él.
Tomó una guitarra vieja que guardaba en su habitación. Antiguamente era de Akagami, hasta que perdió un brazo y se le dificultaba tocar.
Mihawk no era fan de expresar sus tristezas, ni menos cantando, pero no sabía como soltar aquella pena que lo atormentaba.
Afinó la guitarra y miró hacia el lago, dejando llevar sus manos por las cuerdas del instrumento.
—A placer... puede tomarte el tiempo necesario. —Comenzó a cantar, cerrando sus ojos al sorprenderse por aún recordar la letra.
—Que por mi parte yo estaré esperando... el día que te decidas a volver y ser feliz —. Miró con rapidez la entrada del castillo, Perona había llegado.
—Como antes fuimos...
Su mente le recordó todos los momentos que vivió con Zoro en aquellos dos años. Todas las caricias, los besos, palabras tontas de cariño, noches apasionadas.
—Se muy bien...
Los labios de Zoro era la imagen que más tenía grabada en su mente. Aquellos labios que soltaban mentiras como "Te amo", o "Tú eres el único hombre del que me he enamorado".
—Qué estarás sufriendo a diario... la soledad de dos amantes que al dejarse, están luchando cada cual por no encontrarse.
Perona paró su andar al escuchar una voz grave cantar desde el segundo piso del castillo. No había duda alguna, era Mihawk.
—Y no es por eso, que haya dejado de quererte un solo día... estoy contigo aunque estés lejos de mi vida, por tu felicidad a costa de la mia.
Pequeñas lágrimas comenzaron a caer de los ojos dorados del espadachín. Finalmente dejó soltar aquella tristeza que atormentaba su corazón.
Comenzó a tocar con más fuerza las cuerdas de la guitarra, en modo de quitar toda su desesperación.
—Pero si ahora tienes, tan solo la mitad del gran amor que aún te tengo... —Un suspiro lastimero salió de sus labios, la voz le estaba jugando una mala pasada. —Puedo jurar, al que te quiere lo bendigo, quiero que seas feliz... aun que no sea conmigo.
Las lágrimas se apoderaron de su garganta. La voz no le daba más, un llanto llenó el silencio del castillo.