Tras dos años de navegación y cuatro de haber partido de su isla natal, finalmente había vuelto.
Su capitán se había convertido en el Rey de los Piratas, y cada uno de sus compañeros habían cumplido sus sueños.
Solo faltaba él, y era la única razón de porque no se habían disuelto aún.
Anclaron en la isla Shimotsuki, maravillados por la belleza rural. Les recordaba un poco a Wano.
Se habían disuelto para que cada uno buscara lo que les interesaba. Pues aún querían visitar cada isla del East Blue.
Zoro caminó hacia el centro de la isla, buscando el Dojo en el que había crecido.
Abrió la puerta, sonriendo ante el ruido de los bokken.
Miró a cada niño, quienes seguían las ordenes de su sensei.
Su sensei, Shimotsuki Kyochirō.
Agarró con fuerza su katana, Wado Ichimonji.
Los niños miraron hacia la puerta, sorprendidos por la presencia de aquel espadachín en el dojo. Kyochirō sonrió sorprendido.
—¡Zoro! Volviste... —El aludido sonrió contento. Hizo una reverencia y lo abrazó con fuerza.
—Vine para verte —. Posó nuevamente su mano en Wado, dando a entender la verdadera razón de su visita. Kyochirō solo sonrió desafiante.
—Dejame terminar el entrenamiento.
Zoro siguió a su sensei en el centro de la sala.
—Hoy tendrán a un nuevo contrincante. El es Roronoa Zoro... la mayoría de ustedes ya lo conocerán —. Los niños emitieron un ruido asustados al escuchar el nombre de su nuevo contrincante.
Pues se enfrentarían ni más ni menos que con el hombre que poseía el título de el mejor espadachín del mundo.
Zoro en aquellos años de navegación había logrado conseguir el título de el mejor espadachín derrotando al hombre que poseía aquel título, pero resultó ser solo una farsa. Aquel hombre no era el espadachín más poderoso.
Tragaron nerviosos y miraron con temor el enfrentamiento de uno de sus compañeros con aquel espadachín.
Zoro no forzó la pelea, pues estaba peleando con un niño de ocho años, solo se dispuso a recordar viejos tiempos.
El niño era fuerte. Sonrió al recordar a su amiga.
Tras un elegante paso hacia adelante, acertó con el bokken en el pecho del niño, tirándolo al suelo.
—Tienes fuerza, mocoso, solo te falta práctica —. El niño hizo una reverencia y rápidamente se dirigió donde sus amigos, algo humillado.
Zoro miró con cariño el lugar, le recordaba su niñez y adolescencia.
Pasó las dos últimas horas entrenando con cada uno de los niños, dándoles consejos y recomendaciones.
Kyochirō definitivamente estaba orgulloso de Zoro, pues había heredado el poder de su padre, Roronoa Arachi.
Los niños se retiraron del Dojo, dejando a Zoro y Kyochirō solos.
—¿Cómo estuvo tu viaje, Zoro? —Le miró fijamente, apreciando cada movimiento que su discípulo hacía.
—Entretenido. Es divertido ser perseguido por el gobierno mundial.
—Ya veo... —Un silencio abundó la sala, el maestro se dedicó a ordenar los bokken tirados por el suelo.