Vanadis

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Sigrid tragaba saliva, en toda su vida jamás había sido amenazada, los únicos conflictos que tenía era contra la gente que buscaba lastimar la flora y fauna, destruir los parques ecológicos o que hubiera crueldad animal, jamás por alguna otra cosa.

Sin embargo, aquí estaba, sorprendida con una espada apuntando a su cuello por una mujer que era mínimo dos cabezas más alta que ella, ¿Dónde se había metido? Y la cereza del pastel, ese par de gatos en posición de acecho, que más que domésticos parecían linces, dejando salir el típico bufido de los mininos cuando cazaban a su presa.

—¡Por favor baja esa arma! —La veterinaria se lo pedía a la recién llegada quien no dejaba de verla, pero ese visaje de enojo ya no estaba difuminado en su ser, era diferente, de confusión, como si la mujer intentará entender quién era la chica a la que amenazaba.

—¿Er vera? —La imponente voz de la rubia resonaba por el lugar, haciendo que Sigrid se acobardará ante ella, bajando su cabeza y cerrando sus ojos.

La mujer observaba esta reacción de la chica, frunciendo el ceño, sin entender el motivo, hasta que se percataba de lo rara que se veía con aquellos ropajes, tenía mucho tiempo sin ponerle atención a los humanos como para saber qué tipo de cosas usaban hoy en día.

—No me lastimes...por favor. —Sigrid lloraba, tenía miedo de morir, no sabía que decía la mujer y observarla la hacía entrar en pánico, sabía que era alguien poderosa.

Uno de los gatos, el gris, se acercaba de una manera pacífica, olfateándola y restregando su nariz en su pierna diestra, hasta el momento donde los ojos del animal y de Sigrid se encontraban, los orbes dorados del gato penetraban la mirada azul de la veterinaria, como si buscaran entender la mente el uno del otro.

Pasaba un segundo, pero el gato comprendía muchas cosas, aquel felino se acercaba más a Sigrid lamiendo su mano, para posteriormente poner sus ojos en blanco, con el acto seguido de acercarse a su contraparte blanca que aún veía con preocupación a la chica, lamiéndolo, ocasionando lo mismo que le había pasado a él, aquel trance.

El gris iba a donde estaba la mujer con armas y se restregaba dejando salir un maullido mientras la veía a los ojos haciendo que esta los abriera de manera sorprendida.

La rubia caminaba hacia la figura de la azabache quien estaba aún asustada sentada en el suelo del recinto, se ponía de cuclillas y hundía su mirada en aquellos gélidos orbes azules.

Sigrid en ese momento sentía que el aíre se le escapara de los pulmones, no había apreciado por completo a la mujer enfrente de ella, ahora lo hacía, era hermosa, su piel pareciese que brillará bajo la luz de la tenue luna a través de los árboles, su tono blanquecino recordaba al primer manto níveo de la temporada, aquellos ojos eran negros con dorado y estaban llenos de calidez, no tenía ninguna imperfección en todo su visaje mientras que su cuerpo era escultura, músculos marcados y una figura que envidiaría cualquier mujer. Algo le decía a la veterinaria que esa persona no era de este mundo.

Aquella recién llegada se acercaba un poco más a Sigrid quien temblaba de pavor intentando hacerse para atrás, sin embargo, al mismo tiempo se sentía atraída hacia ella, era una corazonada que le decía que estaría a salvo cerca de ella.

—No tengas miedo, humana, mi señora Vanadis no busca lastimarte. —Sigrid no sabía de donde había venido la voz hasta que volteo a ver al gato gris que la había lamido.

—No me jodas...debo de estar soñando.

—No lo estas, pero todo está bien. — Contestaba el blanco.

Con ello Sigrid volteaba su mirada hacia la mujer llamada Vanadis, quien sin meditarlo besaba la frente de la veterinaria, haciéndola sentir cierto sonrojo en sus mejillas mientras que un destello dorado se manifestaba entre las dos.

A través del mito l: La Bendición de FreyjaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora