óbito ineludible

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¿Y si las personas fueran libros?

Vengo a esta biblioteca cuando estoy triste.
Normalmente porque soy capaz de distraerme, de salir de mi vida y entrar en la de alguien más.
Literalmente.

El ascensor vintage que hace un ruido que pone los pelos de punta al llegar al sótano espanta a las personas que bajan aquí. Pero no a mí, siempre me he considerado una persona valiente.

Solo si supieran que tras las primeras tres columnas de libros se esconde un misterio de nigromancia, un suceso inexplicable por cualquier medio de lógica.

Lo cierto es que aquí dentro hay un millón de libros, grandes, pequeños, antiguos, recientes...
Y también hay personas.

Libros que al abrirlos cuentan una vida, la de alguien que tuvo fama o la de alguien que no; las que se acaban en una infancia dolorosa y los que acaban con una vida de lujos a la impresionante edad de una centena.

Cuentan su vida de manera imparcial pero delicada, casi como una escritora que le tiene un cariño especial al protagonista de su libro. Lo trata y lo cuida casi acompañándolo durante lo que será su vida, su historia.
Mi teoría es que es una narradora omnisciente, como si ella escribiera y relatara con cariño las historias de todas las personas que viven aquí.

Cuando llegué por primera vez, una voz me llamó, me atrajo hasta este lado de la biblioteca y yo, insaciable, quise saber más.

Desde entonces me dedico a leer las vidas de las personas, y las presencio como desde arriba, veo la historia desenvolverse y cobrar vida despegando las palabras de las hojas.

Hace dos noches vine aquí a leer y tomé prestado el libro de Alex, un adolescente británico que acababa de tener sexo por primera vez... con un chico. Se partía el culo (literalm- perdón.) diciendo que había sido lo más divertido y a la vez incómodo que había hecho nunca.
Luego se miraba al espejo y se hablaba a sí mismo con ternura sobre el chico, decía que le había hecho sentir muy cómodo todo el rato y... tras sentir que estaba invadiendo el espacio de alguien y con las mejillas rojas de vergüenza cerré el libro con cuidado y lo devolví a su estantería. Ya tenía un amigo más.

Al volver a la silla 378 de la biblioteca cerré los ojos, y casi sentí la voz de Alex riéndose de la situación a mi lado, como si fuéramos amigos de toda la vida. Ahora Alex formaba parte de mí.

Ante ayer estaba muy nerviosa y decidí escabullirme de clase para venir aquí una vez más, abriendo, en esta ocasión, el libro de Maya, una mujer de treinta y dos años que había dado a luz a su primera hija, Sol.
El narrador contaba que había estado horas empujando y que, finalmente cuando Sol abrió los ojos por primera vez en brazos de su madre, entendió perfectamente ese nombre.

Sus ojos brillaban con vida, con curiosidad, con familiaridad ante la calidez agotada que desprendía su madre. Compartían la misma energía, ambas, y se quedaron dormidas en la cama del ajetreado hospital.

Seguí leyendo sobre la historia de Maya, hasta que un libro en la estantería más cercana captó mi atención por el rabillo del ojo.
Era... morado. El morado siempre ha sido mi color favorito, pero eso no fue lo que me distrajo.

En el dorso del libro había un hexágono dorado, que con la entrada del sol por la ventana se reflejaba en mi dirección.

Y el nombre del libro... Era el mío.

No me he dignado a leer al libro aun porque tengo mucho miedo, no entiendo nada. ¿Mi libro ya está escrito? ¿El final también? ¿Se escribe solo? ¿Si lo abro afectará mi destino? Todas las preguntas lógicas que había conseguido ignorar la primera vez que entré en este sitio se materializaron frente a mis ojos, en mi cerebro y en el corazón.

·*cuentos*·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora