Tu imagen aún persigue mis sueños, esos que no vienen del corazón sino de las entrañas.
Tu pelo lacio negro que caía por tus hombros con delicadeza, tu piel blanca tan blanca que tus venas se entreveían por tus brazos como mapas del tesoro, tus ojos rojos color sangre, que nunca me transmitieron ningún tipo de emoción tranquila.
Y sin embargo, al despertarme a tu lado entreveía tu columna que se escondía debajo de las sábanas, y solo podía pensar en que parecías estar en paz.
Parecías estar muerta.
No recuerdo cómo te conocí, solo recuerdo llegar al castillo y ver tu imagen frente a mí en el momento que abrí la puerta.
Ibas desnuda, y tu cuerpo parecía un espíritu, un espejismo de una vida arrebatada.
Tenía la sensación de que tocarte sería mi perdición, pero también la tuya; que tan pronto mis dedos rozaran tu piel desaparecerías, y yo, encantada, desaparecería contigo.
Tan solo arropaste tus manos en mi nuca y, horrorizada, entendí la razón por la que estaban tan frías.
Seguí besándote con fuerza y con una rabia que nunca quise admitir que sentía.
Tu vivirías por siempre y yo no.
Mi cuerpo decaería hasta convertirse en materia muerta pero tú, tú serías siempre la criatura más bella, el monstruo más efímero.
Hicimos el amor en cada habitación del castillo, en la encimera de la cocina y presionadas una contra la otra en el baño.
Cuando cierro los ojos aún noto tu piel erizándose al oir mis palabras de lujuria.
Durante el día sólo podía pensar en ti, en el trabajo me reprimían que nunca estaba presente, más lo único que yo tenía presente era tu silueta desnuda, que cada mañana me hacía olvidar el miedo que te sentía.
Te convertías en una distracción contra ti misma.
Siempre esperé que me mordieras, vampira, de hecho lo ansiaba.
Deseaba sentir tus colmillos clavados en mi cuello, tus labios que parecían ser lo único cálido de ti en mi piel, mi sangre bajando por mis pechos hasta gotear en el suelo.
Déjame ser como tú, pensaba.
Me estoy conteniendo, decías. No querías hacerme daño. No querías asustarme.
Me harté de besarte y de demostrarte mi amor. Ello solía terminar contigo arrancándome la ropa o conmigo con la boca entre tus piernas, más nunca cediste.
Nunca quisiste que fuera como tú.
Intenté arrancarte un mordisco por amor, pero lo cierto es que tan solo me mordiste el día que te maté.
El tiempo pasó y yo me hice mayor mientras que tú, ajena al paso del tiempo, te mantenías como la doncella joven que nunca fuiste.
Mis ganas de ti decayeron y mi rabia empeoró, me convertí en la mujer testaruda y amargada que era mi madre.
Mis deseos habían hecho de mi un despojo de la humanidad. No me había casado ni había tenido hijos, había abandonado mi vida social por un espíritu que rondaba un castillo vestida con tan solo un velo y mucha picardía.
No pensé en mis actos y una noche me pudo la violencia, te agarré de los brazos y te tumbé en la cama matrimonial con las piernas abiertas.
Tú tenías la culpa.
Me chillaste que parara y unas lágrimas que no sabía que poseías me acusaron de ser mala persona, lo cual solo me hizo enfadar aún más.
Pero si lo único que he hecho ha sido quererte, pensaba.
Tú me tenías miedo, tú me negaste la juventud eterna.
Tú tenías la culpa.
Golpeé tu cabeza con fuerza y mis manos sacudieron tu cuello hasta que dejaste de moverte.
De pronto, me aparté de ti y contemplé tu cuerpo, que se estaba tornando de un color más natural, más sano.
Tu piel ya no era traslúcida y tu pelo perdía poco a poco su brillo delicado y feroz.
Tus ojos, pensé.
Ya no eran color sangre, tan solo eran unos ojos marrones que me acusaban en silencio de algo que yo nunca quise cometer.
Tú tenías la culpa.
La forma inerte de tu cuerpo era bizarra, parecías una chica, una chica muy joven.
Tu piel apenas tenía marcas y la falta de líneas del tiempo en tus manos me tornó a mi de un color pálido, de náusea.
Qué he hecho, ¿Tenías tú la culpa? ¿O la tenía yo? Ya no estaba segura.
Me acerqué a ti y no supe hacer nada más que enterrar mi cara en tu hombro, y llorar como jamás lo había hecho.
De pronto, tú mano me acarició el pelo y con la otra me levantaste la barbilla. Tus ojos seguían asemejándose a los de los árboles de tu macabro jardín. Marrones y naturales como la vida, incomptibles contigo.
No tengas miedo, susurraste.
De pronto me besaste y en el acto desesperado de una vida que nunca tuviste y que sin embargo te fue arrebatada, tus labios mordieron los míos.
Entendí lo que habías hecho cuando ya era demasiado tarde.
Tu cuerpo descansaba por fin y yo, en cambio, estaba condenada a vivir una vida eterna hasta que alguien me matara de amor.
Me castigaste a una vida de amores culposos e incompletos.
Me condenaste a estar muerta, a la espera de un beso que fuera a la vez mi perdición y mi salvación.
Mi portal entre la vida y la muerte.
-lunn🎧
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·*cuentos*·
Ficción Generalcada nuevo capítulo es una historia corta, hay vampiros, hadas, bailarinas y mucho más! dale una oportunidad va :) -lunn🍓