misterio de melocotón pt1

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Sabía que no era posible.

Lo sabía desde el momento en que le conocí, por todas las veces que había visto películas de viajes en el tiempo, que esto no iba a terminar bien.

Y lloré, lloré por el día en que tendría que dejarle ir, el día en que el portal se cerrara, el día en que mi cuento de hadas terminara.

Y sin embargo, conseguía olvidarlo todo cuando él se presentaba frente a mí, todos los adioses que había practicado, todos los "esto se tiene que terminar", no tenía sentido intentar alejarle de mí cuando no había cosa más deleitable del mundo.
Del tiempo.

Todo empezó en verano, durante la semana más calurosa de todas.
Una noche abrí los ojos y frente a mí, descansando en el marco de la ventana, había un chico de mi misma estatura, con los ojos miel y la sonrisa más triste del mundo.

"¿Qué te pasa?"

Yo siempre había visto lo que no debía, había oído voces en las paredes, y había cogido la costumbre maleducada de preguntarles sin más, a los fantasmas, probablemente porqué todos los vivos me decían que eso no era normal, y que me tendría que medicar. Más.

"No sé dónde estoy, es decir si lo sé, estoy en mi casa, excepto que no es mi casa y está no es la habitación de mi hermano."
Prosiguió a explicarme que él vivía aquí, con el mismo árbol de melocotones del jardín y la misma piscina de azulejos desgastados y despintados.
Excepto que él habló de que echaba de menos el otro melocotonero, el que daba a la puerta trasera de la casa, frente a la ventana de la cocina.

Habló de cómo había andado y andado por una casa que conocía a medias, asustado y perdido, y vi en sus mejillas el rastro de por donde habían caído las lágrimas.
Vi en aquel chico un ser de luna, frágil y pálido, casi quebrantable al tacto.

Le dije que probablemente estaba muerto y que esa no podía ser su casa, y le expliqué con mi sinceridad menos punzante que tenía que avanzar hacia la luz porque seguramente estaba confundido y bla bla bla.

"Es posible que tengas razón, siento que hace unos días que estoy en un coma forzoso, siento que llevo una semana en un sueño espeso y nublado."
Me contaba con la mente en otro lugar.

Toda la escena era irreal, yo hablándole a la ventana, él sin inmutarse sobre su propia muerte.
Creo que ambos estábamos demasiado cansados para expresar cualquier tipo de sorpresa.

"No sé qué debo hacer." Me confesó.
"Yo tampoco sé qué debes hacer." Le susurré.

Y desde entonces, fuimos amigos.
Amigos.
Lo cierto es que, con el tiempo, fuimos mucho más que eso.

Su cuerpo disperso empezó a tomar más forma, de repente me decía que tenía hambre, sed, se sentía con más energía.

Comprobé con curiosidad morbosa que era capaz de tocarle, pero que él era perfectamente capaz de atravesar paredes y otras cosas.

Investigué su persona.
En secreto, busqué muertes recientes en la zona, pero no encontré nada que fuera relevante.

Hasta que caí en cuenta de un detalle.

Dijo que echaba de menos el segundo melocotonero, el que daba a la puerta de atrás.

Excepto que yo nunca había visto un árbol en ese sitio.

Me puse algo de ropa y corrí hacia el patio trasero una de las tardes en que las nubes tapaban el cielo.
Quizás la respuesta estaba ahí, donde el melocotonero misterioso.

·*cuentos*·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora