manos frías

16 1 0
                                    

Y sus manos estaban frías.
Su cuerpo, tendido de forma humillante e imposible, reposaba las piernas en la cama, mientras su torso y sus brazos colgaban con las manos medio abiertas.

La imagen de los morados, la sangre seca acumulada en las comisuras de sus labios y en las piernas largas penetraba mi mente con violencia.
No recuerdo si vomité al salir de esa habitación.

Parecía tan tranquila...
Me imaginé su voz delicada y su sonrisa que ya nadie tendría el placer de ver.

Me imaginé también, como acariciaba su mejilla con cuidado, y su piel estaba fría... tan fría.

Para mi propia comodidad cerré sus ojos, que antes juraría que me miraban con reproche.
Es tu culpa, decían.

Solo al acercarme de nuevo a su cara noté el recorrido de una lágrima que desaparecía en la curvatura de su mandíbula.
Me pregunto que fue lo que la hizo llorar, si fue el dolor físico o el dolor del corazón.

Miré su piel más de cerca, tuve que hacer el esfuerzo de acorralar en un rincón de mi mente el pudor que sentía al estar contemplando una mujer desnuda.

Más fijarme en su piel lechosa me llevo a una dolorosa ilación: los morados, que adornaban su cuerpo como si fuera un cuadro expuesto en una galería llena de cuervos hambrientos, no podían haber aparecido a menos que la sangre no circulara.

Así que no era la primera vez.
¿Cuántas veces cargaste con la vergüenza y el miedo de que descubrieran la violencia que enmarcaba tu piel?
¿Cuántas veces cerraste los ojos con miedo a que fuera la última vez que los abrirías?

Tuvo que ser desde el día que empezamos a salir, me convencí. El día que te invité a mi casa por primera vez.
El día que adorne tu cuerpo con las rosas más preciosas que jamás he visto.

Me volví adicto a tus ojos, pues estaba convencido que en ellos acontecían las tormentas eléctricas más feroces.

Pero a ti no te gustaba, te empeñabas en esconder la obra de arte que se producía en tu cuerpo, y yo... yo me enfadaba y te quitaba la ropa y otra vez, teñía tu tez blanca de rosas rojas como el fuego y tulipanes índigos como el mar.

Al abrir los ojos de nuevo contemplé el cuerpo desconocido que aún yacía frente a mí, y me acerqué mientras por mi mente pasaban las teorías de que podría haberla hecho terminar así.

Descarté la idea del ex-novio abusivo y, mientras me acercaba a la víctima consideré otra opciones.

Quizás soy un jefe enfadado con problemas de ira, o, quizás soy un cliente sexual que se ha puesto celoso.

Al llegar a su lado me acuclille frente a su rostro y acaricié su brazo como lo hizo probablemente quien la mató.
La yema de mis dedos encontró la punta de los suyos.
Y sus manos estaba frías.

-lunn🦋

·*cuentos*·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora