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Dorian no se acercaba, ni lo dejaba aproximarse, pero no quería quedarse solo

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Dorian no se acercaba, ni lo dejaba aproximarse, pero no quería quedarse solo. Esto se volvía un poco complicado cuando Basil estaba por abandonar la habitación y Dorian se apresuraba a llamarlo o atrapar su mano durante unos instantes y apretarla con fuerza.

Alzaba el rostro hacia él y Basil no era capaz de dar un paso más lejos si lucía tan lamentable. No podría haberlo abandonado allí y seguir durmiendo tranquilo por las noches. Tampoco se le pasó por la cabeza hacerlo.

Pero la situación comenzó a tornarse extraña a medida que transcurrían las horas y Dorian hablaba solo.

Víctor le había dicho, cuando le mencionó después del desayuno que creía haberlo oído, que Dorian acostumbraba hacerlo cuando era un niño, lo retomó tras la muerte de su abuelo, pero él pensó que el hábito se le había quitado al cabo de unos meses. Sugirió que podría haber regresado a causa del estrés.

—No es algo de lo que preocuparse mientras no interfiera con su vida diaria —agregó Víctor—. Esperemos que su duelo haya avanzado un poco y veamos qué tal está.

Basil podía entender lo de hablar consigo mismo. Él con frecuencia lo hacía cuando trabajaba. Se hacía comentarios, se reprendía e incluso se quejaba de sí mismo.

Esto sonaba diferente. Muy diferente.

—¿...así que lo de anoche...? Pero Basil dijo...

—¿...y no te pueden ver?

—¿...pero por qué sólo yo...?

—¿...se darán cuenta...?

Dorian se había colocado en su sillón favorito de la biblioteca, el que estaba junto a la chimenea, y cada poco tiempo buscaba con la mirada a Basil para asegurarse de que seguía cerca, pero no le decía nada, sino que continuaba susurrando "para sí mismo".

Luego de haber realizado un par de dibujos de la biblioteca en un estilo que le recordaba al País de las Maravillas, Basil se cansó y caminó por la habitación. Se detuvo frente al biombo y lo movió sin pensar. Le resultaba muy extraño que estuviese ahí y supuso que Víctor pudo dejarlo estirado cuando limpió la biblioteca.

Dorian se dio cuenta demasiado tarde. Basil ya estaba frente a la pintura cuando le gritó y se puso de pie.

—¡Aléjate de él! Bas, aléjate de-

—¿Por qué manchaste tu retrato? —Basil sonaba herido y estaba ceñudo—. ¿Al final sí lo odias?

—Yo no...

Entonces Dorian se detuvo a su lado y contempló el retrato en silencio durante unos segundos. Lo que mencionaba Basil no era el gesto cruel en la boca, que continuaba ahí, sino la mancha roja en una de sus manos.

Dorian se puso pálido y se llevó una mano a la boca, emitiendo un débil sonido ahogado como si estuviese conteniendo las ganas de vomitar.

Basil se inclinó más cerca del retrato y tanteó la superficie roja con los dedos.

Dorian GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora