Un chico está preocupado por cómo se verá en el futuro y un pintor enamorado de él crea un cuadro que lo puede mantener joven a cambio de un precio.
Un muy, muy terrible precio.
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—¿...cuántos años tiene? Apenas es un adulto...
—...veinte años...
—...mi hijo de quince parece más fuerte que él...
Basil le frunció el ceño a los oficiales de policía que decidieron que la sala de la casa Gray era un buen sitio para sus comentarios. Estos lo notaron y tuvieron la decencia de callarse, al menos mientras él estuvo cerca. Oyó que seguían hablando cuando se alejó.
Víctor lo había llamado en medio de la noche, diciendo que Dorian lo necesitaría ahí. Cuando Basil se bajó del taxi que tomó pensando que era una emergencia, jamás se habría esperado encontrar una patrulla policíaca en el patio.
En ese momento, Dorian estaba hecho un ovillo en el sofá de la sala. Alguien le colocó una manta encima y su mano derecha, la mano cubierta de la sangre de James, temblaba al sostener la taza que le ofrecieron. Sus ojos y nariz estaban hinchados y enrojecidos y el policía que intentaba hablar con él lo observaba con tanta lástima como si se tratase de un niño pequeño en una escena del crimen. Incluso su tono de voz intentaba ser tan suave como el que se usaría con un infante.
Basil se sentó a su lado, avisó que sostendría la taza y se la quitó de la mano para ponerla en la mesa junto al sofá. Mientras Dorian balbuceaba la historia de cómo James se metió a su casa y su intento de echarlo con un arma de su abuelo que encontró y que creyó que no estaba cargada, Basil frotaba su mano con una toallita húmeda.
Esto era demasiado surrealista. Basil escuchaba el nombre de James como si se tratase de un perfecto desconocido. Su mente no podía asimilar que ese James tirado en el patio en un charco de su propia sangre era el mismo James que él conocía.
No había horror, ni más sorpresa, ni nada. Su cabeza organizó todo en ese momento en forma de tareas: comprobar el estado de Dorian, ayudarlo a limpiar un poco la sangre, acompañarlo durante las declaraciones, preguntarle a Víctor si había algo que pudiese hacer. Sus movimientos eran mecánicos, no necesitaba planearlos, y sabía que las miradas que recibió de algunos de los policías eran por su falta de expresión.
¿Qué expresión se suponía que ponías en esta situación? Basil no lo sabía. Y como no lo sabía, no ponía ninguna.
Víctor se apiadó de Dorian y le dijo al policía que él había visto que James se le lanzó encima, y que como ya había intentado detenerlo una vez y fracasado, optó por llamar a la policía. Ahí fue cuando escuchó los disparos. No estaba presente, pero los avisos y llamadas anteriores avisando que Dorian estaba siendo acosado por James podían corroborar la lógica de que se hubiese metido a la casa y lo hubiese atacado.
Eso era lo que hacían los acosadores al final, ¿no?
—¿Cómo no se dio cuenta de que estaba cargada? —preguntó otro de los policías, mirando de reojo a Dorian—. Las armas tienen un seguro que...