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Había transcurrido más de un año desde su primer encuentro cuando Basil experimentó el verdadero inicio de la crisis

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Había transcurrido más de un año desde su primer encuentro cuando Basil experimentó el verdadero inicio de la crisis. La respuesta a esa advertencia que se cernió sobre él aquel día en la galería de la universidad.

Su mano se detuvo a una distancia escasa del cuadro que estaba pintando y el pincel dejó de tocar el lienzo. Bajó el brazo y presionó una mano sobre sus párpados, frotándose los ojos con cuidado de no llenarlos de acrílico.

—¿Qué pasa? —Una voz ronca con un permanente toque de diversión sonó detrás de él—. Te está quedando muy bien. Yo diría que es tu mejor obra hasta el momento, Basil.

Basil colocó el pincel a un lado, recogió el pañuelo que usaba para limpiarse y se giró en el asiento para ver a Henry.

Si se podía decir algo bueno acerca de Henry Wotton era que tenía una habilidad admirable para apropiarse de un espacio. Apenas llevaba media hora en el estudio y había conseguido hacerse un hueco en una mesa, tenderse allí como si fuese un sillón de diván y aprovechar el verano para abrir la ventana sin que el lugar sucumbiese ante una lluvia de lienzos, de manera que Basil pudiese trabajar adentro y él fumar a gusto expulsando el humo hacia afuera y lejos de su amigo que empezaba a toser en cuanto se le acercaba.

Basil consideraba a Henry uno de estos casos en que lo que está torcido permanece torcido durante toda la vida. Se viste bien, pero sigue torcido. Así era Henry, con sus camisas manga larga y el pantalón de vestir, la barba de tres días y la actitud de protagonista de una película que te haría suspirar siempre que no lo tuvieses que soportar en la vida real.

—Nunca te vi tan ensimismado con un retrato, por cierto —continuó Henry. Tenía un modo de hablar arrastrando las palabras que hacía que pareciese perezoso, pero también lograba de algún modo que la gente lo escuchase con mayor atención—. ¿Quién es este chico al que has estado dibujando tanto desde hace meses?

—Un año y poco más de un mes —corrigió Basil, fijándose de nuevo en el chico de su retrato.

—¿Están saliendo? —indagó Henry, inclinándose un poco hacia adelante con una sonrisa torcida—. Me dolería que no me lo hubieses contado si tienes novio, Basil.

—Nada de eso —Basil meneó la cabeza.

—Uhm, bueno. ¿Cuánto por el cuadro cuando esté terminado?

Basil volvió a girarse de golpe y lo observó con los ojos muy abiertos.

—¿Lo quieres comprar?

—No te he comprado un cuadro desde la primavera —razonó Henry, encogiéndose de hombros— y ese está muy bien para distraer a la gente y dejar que se hagan teorías.

Basil frunció el ceño.

—Este no estará a la venta.

—Bueno, ¿y dónde lo piensas exponer? Podría llevar a algunas personas que conozco para que lo vean, ya sabes. Es una gran obra. Casi parece tener vida propia.

Dorian GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora