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Dorian se despertó en su cama de agua que nunca le resultó más incómoda

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Dorian se despertó en su cama de agua que nunca le resultó más incómoda. Estaba desnudo, lleno de mordidas y chupones, la sábana se encontraba tirada en el suelo y hubo un dolor que pareció que podría partir su cuerpo en dos cuando hizo un movimiento brusco.

Se volvió a tender boca arriba, y tras unos segundos, descubrió que estaba conteniendo la risa.

Que duela. Ojalá duela...

Basil realmente sabía cómo cumplir sus caprichos.

Dorian se cubrió la boca con las manos, aunque no hubiese nadie de quien ocultarse ahí. Se retorció feliz en la cama, satisfecho incluso con esa molestia, y sólo se detuvo al notar algo sobre su mesa de noche.

Rosas. Estaban hechas de papel y había una nota al lado con su nombre en la letra de Basil. Se estiró para recogerla.

"Sé que me dijiste que si me despedía, no ibas a dejar que me fuera, entonces tuve que darte un beso mientras estabas dormido, pero me iba a sentir mal con esa despedida. Te dejé el desayuno abajo. Le puedes preguntar a Víctor dónde.

Con amor,

B. H.

PD: por poco te despierto en la mañana para preguntarte si no querías colarte en el viaje a Francia para no tener que dejar a ese lindo Dorian durmiendo"

Dorian soltó una risita que lo hizo sentirse de regreso a los veinte. Negó, dejó la nota a un lado y se levantó, llevándose las rosas de papel. Aún las sostenía cuando abandonó su cuarto, ya limpio y vestido.

En lugar de ir directo por su comida, subió las escaleras y se metió al ático. La llave seguía colgada de su cuello, como de costumbre. La noche anterior se enganchó con su camisa alzada, y aunque creía que Basil la notó de todos modos, su atención estaba puesta en otra parte y no hizo preguntas.

Dorian se aseguró de cerrar la puerta detrás de él y se aproximó al cuadro. Puso las rosas de papel en una mesa que estaba junto a este, tomó aire y retiró la manta que lo cubría.

Se encontró con su propia cara más adulta, las mejillas descompuestas y con larvas, el cabello cada día perdía más color, la sangre de sus manos todavía goteaba fuera del marco. Los labios partidos y llenos de ronchas parecían intentar reírse de él.

Dorian sujetó las rosas de papel con fuerza y se enfrentó al cuadro. Podría jurar que le regresaba la mirada.

—Es el final —le avisó, muy serio—. Seremos buenos, Dorian. Seré bueno. Serás bueno.

Escuchó una risita detrás de él y casi rompió las rosas por la presión que ejerció sobre ellas. No se giró. No le hacía falta. Su abuelo hablaría, lo hiciera o no.

—¿Otra vez con esta historia, Dorian? Maricón inútil.

—Qué alivio haber muerto antes de que crecieras —Esa era su madre—, así no tengo por qué verte en vida haciendo esto. Ojalá tampoco tener que verte en mi muerte. Eres peor que el infierno.

Dorian GrayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora