CAPÍTULO 14

331 64 20
                                    

Se ha liado una buena en cuanto llegó la ambulancia y la policía. No sabemos quién, pudo ser cualquiera, pero alguien empezó a grabar con el móvil la llegada al convento de todo el convoy y cuando nos dimos cuenta habían ya varios periodistas grabando a la madre superiora, al párroco y a sor Almudena saliendo esposados y acompañados por varios compañeros. La policía desalojó al resto de monjas y huéspedes e irán tomando declaración a cada uno de ellos por lo ocurrido.

Sentada en un escalón de una ambulancia espero impaciente a ver salir a Fátima, que se quedó con sor Lara hasta que llegaron los médicos y no se ha movido de su lado. En cuanto la veo salir por la puerta principal y esposada acudo rápida a su encuentro. Los reporteros me cortan el paso para llegar antes y comienzan a importunarla con preguntas, mientras ella replica para que le quiten las esposas alegando que no es cómplice de la madre superiora. Del mismo agobio que siente y con el temperamento que ya trae de fábrica, aparta una cámara de un manotazo después de pedir en varias ocasiones que no la grabaran.

En cuanto llego hasta ellos, me abro paso casi a empujones y pido al compañero que le quite las esposas, que Fátima es la que ha descubierto todo lo que pasaba en el convento y que es inocente.

—Será maleducada la monja —oigo decir al camarógrafo—. Me ha agredido.

—No tergiverses las cosas, no te ha tocado ni un pelo —le reprocho aun sabiendo que grabarán esto y lo pondrán en los medios de comunicación—. Solo ha apartado la cámara cuando te pidió que la dejaras tranquila.

—Es mi trabajo informar —me reprende él con insolencia.

—Claro que sí, informa, pero con la verdad y sobre todo respetando a las personas. Si te pide que no la grabes, respétala.

En cuanto Fátima es liberada de las esposas, rodea al grupo de reporteros para alejarse de allí, ofuscada y rumiando en voz baja. Del convento sale entonces una camilla donde llevan a sor Lara inconsciente y con un aparatoso vendaje en la cabeza. Los reporteros se olvidan de lo ocurrido en menos que canta un gallo y salen disparados a grabar a sor Lara. Entiendo el derecho a la información, pero jamás entenderé el morbo por captar imágenes de una persona saliendo herida en una camilla.

Sigo a Fátima hasta la verja de entrada del convento y la veo sacar del hábito una caja de cigarrillos y un mechero. Aun sabiendo que no es monja, verla fumar con el hábito me resulta cuanto menos chistoso.

—No les eches cuenta —le digo poniéndome a su lado—. Tú mejor que nadie sabes cómo funciona ese mundo, son tus compañeros.

—Por eso que lo sé me molesta —contesta con malos humos—. En el periodismo hay de todo, como en todos lados. Hay periodistas íntegros y otros que saben muy bien cómo cebar una noticia aunque sea con titulares falsos. Que le he agredido, dice...

Fátima chasquea la lengua y se traga un insulto con el humo que inhala de su cigarrillo. No puedo reprimir sonreír divertida, me hace gracia verla pillar estos rebotes. Ella es de esas personas que se enfadan con mucha facilidad, que explotan en el momento, pero luego todo se desvanece, y eso mismo es lo que ocurre a continuación, su rostro se relaja, me mira y suelta una pequeña risa.

—Ya se acabó todo —suelta aliviada mirando al cielo de la misma manera que miraba la imagen de la virgen, pensando seguramente en su madre.

Sí, se acabó la misión que ella misma se adjudicó. Consiguió el objetivo que quería: cerrar el caso de la desaparición de su madre, darle a esos padres el final de la historia de su hija y devolverles a su nieta, que es ella misma.

—¿Piensas retomar el tiempo perdido con tus abuelos?

Formulo con inocencia la pregunta y espero escuchar un "por supuesto", pero una vez más me sorprende su resolución tan contundente y a la vez testaruda.

—No. Yo solo busco la verdad sobre mi origen, no retomar relaciones familiares con personas a las que no conozco de nada.

—No pudiste conocer a tu madre, pero podrías conocer a tus abuelos. Tú misma me dijiste que estaban muy arrepentidos de lo que hicieron —le recuerdo—. No creo que merezcan más dolor del que llevan sufriendo tantos años, ¿no te parece?

Ella tuerce el gesto y no responde en esta ocasión, sabe que tengo razón en el fondo, pero no me la va a dar de primeras. Entiendo que les guarde rencor por haber mandado a su hija al lugar donde perdería la vida, pero ellos no lo sabían. De saberlo, estoy convencida de que jamás la hubieran traído a este convento. De pronto le viene algo a la mente y se señala el hábito.

—Gracias, por cierto. Con estas pintas y al lado de sor Lara herida pensaban que yo tenía algo que ver en el asunto.

—Tranquila, daré orden para que solo detengan a los responsables.

—Recuerda dejar libre a Lara.

—Si sale de esta —indico con un gesto de la cabeza la ambulancia donde la están metiendo para llevarla con urgencia al hospital.

—¿Está muy grave?

—Creo que sí.

—¿Y tú estás bien?

Fátima señala mi brazo vendado donde Luís me hizo el corte con esas afiladas tijeras de podar, y también mira el vendaje nueva que me han puesto en la cabeza. Me han tenido que dar varios puntos de sutura, pero nada de lo que preocuparse.

—Sí, no es nada.

De paso he pedido que revisaran también mis muñecas y me han hecho una nueva cura y puesto nuevos vendajes, así que todo está en orden conmigo, y creo que en mi cabeza también. Sentirme de nuevo útil en una investigación que ni siquiera esperaba encontrarme, me ha hecho sentir mejor de lo que pensaba. Y además Fátima tiene razón al decir que nadie debería sentirse nunca mal por estar feliz. Seguro que él pensaría lo mismo y mi psicóloga estará de acuerdo.

—¿Y Luís?

La pregunta de Fátima me recuerda lo que pasó en la cripta, la pelea que mantuvimos y sus últimas palabras. Señalo la bolsa mortuoria que guarda su cadáver y que sacaron hace ya un rato de la cripta en cuanto les indiqué dónde se encontraba. Fátima arruga el entrecejo y observa con resentimiento como lo introducen en un coche fúnebre. Él no llegó a confesar que no fue el asesino de Alma, pero el diario lo confirma. Aunque de todas formas no creo que Fátima perdone jamás a nadie que haya podido ser cómplice o sabedor del asesinato de su madre y que lo haya guardado por tantos años.

—¿Qué harás ahora? —pregunto llamando de nuevo su atención— ¿Seguirás con la carrera o tomarás los hábitos para siempre?

—¿Qué preferirías tú?

—No es lo que yo prefiera, pero si te digo la verdad, no me gustaría dejar de verte.

Mi sincera respuesta la hace sonreír y acercarse para darme un beso. Algunas de las monjas que están saliendo ya del recinto del convento claman al cielo y se santiguan mirando mal a la alocada novicia con la que llevan mediando los últimos dos meses. Fátima se ríe sin darle importancia.

—Quizás una policía y una periodista no hagan mal tándem —opina ella—. Además creo que no te vendría mal un poquito de alegría.

Eso último lo dice dándome un toquecito en una de las muñecas para luego hacerme pasar el brazo por encima de sus hombros, mientras ella se agarra a mi cintura. Así nos quedamos contemplando la fachada del convento, el cuál quedará cerrado y precintado hasta nueva orden.

Cuando Bruno vea las noticias y se encuentre con esto va a alucinar, ya me imagino la cara que podrá. Él pensaba que este lugar me mantendría tranquila y alejada del trabajo, pero nada más lejos de la realidad, y en el fondo agradezco que así haya sido, sobre todo gracias a la falsa novicia, que sin saberlo ya me ha devuelto ese poquito de alegría que necesitaba. Me ha dado el empujón que necesitaba para volver a mi normalidad.

AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora