CAPÍTULO 5

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Al salir de la capilla, como sor Fátima camina con tanta prisa la he perdido de vista, por lo que me dirijo a recepción y pregunto a la hermana que me atendió el primer día. Ella me indica que la ha visto entrar en la sala de estudio, pero que a saber si sigue ya allí o si se ha metido en otro sitio.

—Esta chica no sabe estarse quieta —comenta con desaprobación—. Si necesita algo, puedo llamar a otra hermana para que la atienda.

—No, descuide.

Me despido de sor Angustias y me voy hasta la sala de estudio, allí se suelen reunir varios huéspedes a leer, pero tampoco la encuentro. Definitivamente esta novicia no puede parar un momento, ¿dónde se habrá metido? Decido adentrarme por un pasillo por el que no he transitado aún y encuentro más de diez habitaciones que deben ser de algunas monjas, pues las habitaciones de los huéspedes están todas arriba excepto algunas ocupadas por varias monjas.

El pasillo termina con una última habitación donde presupongo que será la de la madre superiora. Aquí no tengo mucho más que ver, por lo que vuelvo atrás y me voy al otro ala del convento, donde se sitúa el comedor, la capilla y una pequeña biblioteca. Entro en esta última queriendo encontrar allí a sor Fátima, pero una vez más mi gozo en un pozo, parece que se la haya tragado la tierra.

A quien veo es a la monja que me indicó que no me acercara a la caseta del jardinero, sor Almudena. Tiene una nariz aguileña y unos ojos tan pequeños como intimidatorios. Está hablando con otra monja, quien es incapaz de mirarla a los ojos. Sor Almudena, con las manos detrás de la espalda, se yergue y mira a su hermana con superioridad. ¿Dónde queda el voto de humildad en ella? No tengo nada más que ver en esta biblioteca, así que me marcho y compruebo que Luís continúa trabajando en el jardín.

Aprovechando que ni él ni ella están rondando la caseta, decido pasarme por allí y echar un ojo. No puedo evitarlo, de pequeña me metía siempre en problemas por culpa de mi curiosidad, y hoy a mis 28 años sigo siendo igual. Recorro el camino de piedra sin que el jardinero me vea y llego rápida hasta el lugar. La puerta, por suerte para mí, no está cerrada con llave, pero sí tengo que dar un empujón para conseguir abrirla.

Una estancia pequeña me da la bienvenida. Pequeña y con pocos muebles, pues apenas tiene un pequeño ropero, un camastro y una mesa y una silla como las que hay en mi habitación. Sobre la mesa veo algunos envoltorios de magdalenas, debe haber sido parte del desayuno de hoy de Luís, y por una pequeña ventana de rejas entra la luz y permite que se oxigene el lugar.

Todo muy sencillo y austero. Demasiado en comparación con las habitaciones donde duermen las monjas o dormimos los huéspedes. La estructura de la caseta está hecha de madera y alcanzo a ver manchas de humedad en el techo poco alto, y algunos tablones del suelo están levantados. La situación en la que tienen al jardinero llega a ser precaria, en invierno debe pasar bastante frío, y ni siquiera sé si le pagan por su trabajo, aunque me puedo imaginar que no.

Desde la ventana diviso de pronto a una monja llegar, aunque no logro verle la cara. Sin pararme a identificarla, me escondo rápidamente detrás de la puerta. Ésta se abre y veo a una novicia entrar, y ya solo por la manera en la que se mueve, no tengo que verle la cara para adivinar de quién se trata.

—¿Qué haces aquí? —inquiero saliendo de mi escondite.

Sor Fátima da un respingo del mismo susto que le ha provocado mi inesperada presencia y se gira para verme con una mano en el pecho y la cara pálida. Cuando ve que soy yo la que la ha pillado infraganti se toma un momento para recuperar el ritmo cardíaco normal.

—¿Y tú? —me recrimina enojada— No puedes estar aquí. Como la hermana Almudena te vea...

—Ya, me lo imagino, me la encontré ayer viniendo aquí.

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