CAPÍTULO 13

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La conciencia vuelve a mí. Abro los ojos y lo único que veo es la luz que llega de la sala. Al intentar incorporarme siento un fuerte dolor en la cabeza y un mareo que me hace pensármelo mejor. Sin prisas, aunque tengo toda la del mundo, consigo ponerme de rodillas, palmo mi cabeza y luego veo la sangre en mi mano. Alrededor mía, justo donde tenía apoyada la cabeza, veo un charco de sangre considerable que me lleva al mal recuerdo de mis venas cortadas en aquel fatídico día. Parece que ha pasado mucho de eso, pero realmente no ha sido tanto. Como quizás no sea tanto el tiempo que ha pasado desde que perdí la consciencia, aunque lo siento como si hubieran sido horas.

Consigo ponerme en pie ayudándome de la cama para ello, sorteo el charco y llego tambaleante hasta la sala donde la bombilla se ha vuelvo a aflojar. Esta vez no se me ocurre apretarla, no tengo tiempo para eso. Enfilo el estrecho y empinado pasillo hasta alcanzar la puerta tras el cuadro, que para mi fortuna no la han cerrado. Primero asomo la cabeza para comprobar que no hay nadie en la sacristía y luego me apresuro a salir de allí. Recorro la vacía y silenciosa capilla, cruzo el jardín y compruebo que aún no ha amanecido, aunque no debe faltar mucho para ello. No se escucha un alma cuando paso al interior del convento y subo las escaleras en busca de la habitación de Fátima, que no se encuentra muy alejada de la mía.

Sin preocuparme de si estoy haciendo demasiado ruido con mis pisadas, llego hasta la habitación con el aliento justo para llamar con los nudillos y gritar en un susurro su nombre, pegando la boca a la puerta por si así me oye mejor. Al principio no recibo respuesta, pero vuelvo a intentarlo otra vez.

—¡Fátima! ¡Soy yo!

—¿Patricia?

Por fin la oigo al otro lado. Puedo imaginarla pegada a la puerta y confirmo esa idea al ver el pomo moverse, pero está cerrada con llave.

—Me han encerrado.

—Ya veo.

En ese momento escucho a alguien acercarse y me alejo rápidamente hasta el umbral de la habitación contigua. No es muy ancha y la mitad del cuerpo se me ve por mucho que me pegue a la puerta, pero con la poca luminosidad que hay en el pasillo, rezo por primera vez en mi vida para que no me vea allí escondida sea quien sea que esté llegando. Los pasos se detienen frente a la habitación de Fátima, escucho una cerradura abrirse y me asomo lo justo para descubrir que se trata de sor Lara.

Me apresuro a salir de mi escondite y colarme en la habitación antes de que cierre. Le tapo la boca y por suerte la bandeja con comida que lleva en las manos no se cae, Fátima está atenta y se la quita para evitar cualquier ruido. La ex novicia aprovecha para cerciorarse de que no hay nadie en el pasillo, coge la llave que sor Lara había dejado dentro de la cerradura y cierra. Entonces es cuando la suelto.

—No digas nada, por favor —le pide Fátima poniéndole las manos sobre los hombros.

Sor Lara nos mira a ambas con una expresión de estupor y espanto a partes iguales. Incapaz de pronunciar una sola palabra asiente nerviosa y las piernas le tiemblan de puro miedo, debe pensar que estamos locas.

—No vamos a hacerte nada —le aseguro para tranquilizarla.

—¿Por qué te han encerrado? ¿Y ti por qué te sangra la cabeza? ¿Qué está pasando, hermana?

—Es muy largo de explicar —Fátima le coge ahora de las manos para transmitirle confianza—, pero necesitamos que nos ayudes. Tienes que ir a recepción y usar el teléfono para llamar a la policía.

—¿A la policía? ¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo grave?

Sin querer y a causa del miedo eleva demasiado la voz y Fátima le chista perdiendo por un momento la calma que quiere transmitirle a su compañera. Sor Lara no entiende nada de lo que ocurre, ni siquiera le contamos para qué era la llave que encontró en la capilla, y que de pronto vea a su hermana encerrada y a una de las huéspedes goteándole sangre de la cabeza es para alucinar. Pero no hay tiempo para que lo asimile, necesitamos que actúe cuanto antes.

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