CAPÍTULO 7

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Me cercioro de que estoy sola en el pasillo, llamo con los nudillos a la puerta y al no recibir respuesta, entro rápidamente. La habitación de la novicia es poco diferente de la mía, lo único que la distingue es un crucifijo colgado sobre la cabecera de la cama, unas velas en la mesita de noche alumbrando la imagen de un santo que no identifico, y sobre la cama un rosario junto a una biblia. La puerta del armario medio abierta me deja entrever un segundo hábito idéntico al que lleva puesto cada día.

Me dolió lo que me dijo ayer, pero eso no me va a detener para saber qué oculta, y si ella no me lo quiere decir, tendré que descubrirlo por mí misma. Por fin algo de acción en este aburrido convento. Me dirijo primero a ese armario y saco de dentro la maleta que hay. Al abrirla me encuentro con ropa muy distinta a la que viste como novicia; sudaderas, camisetas, incluso de tirantes, vaqueros y unas botas, aparte de un neceser con maquillaje. La verdad es que no se me hace muy raro imaginar a sor Fátima vestida con esta ropa y maquillada, lo que se me hace raro es verla como monja.

Encuentro además su cartera, lo más interesante hasta el momento. No me gusta tener que mirar dentro y entrometerme en su vida privada, pero la impulsividad me hace echar un ojo a su DNI. Al menos me tranquiliza saber que no me ha mentido respecto a su nombre, Fátima Gutiérrez.

Cierro la maleta y la devuelvo a su sitio. Me acerco a continuación a la mesita de noche y miro dentro de los cajones, pero ahí solo encuentro su ropa interior. Debajo de la cama solo veo alguna pelusa acumulada, y entre las sábanas y dentro de la almohada no hay nada excepcional. Me quedo mirando la habitación con los brazos en jarra, resoplando frustrada. Tiene que haber algo que se me escapa.

Me dispongo a abandonar la habitación cuando algo me anima a hojear la biblia antes de irme. Es solo una biblia, pequeña, de tapa blanda, cubierta negra y páginas amarillentas, pero siempre se puede guardar algo ahí dentro. Algo que sirva de marcapáginas a primera vista, pero que pueda esconder algún secreto.

Cojo la biblia y la abro bocabajo para ver si cae algo. No tiene marcapáginas, es de las que tienen la manía de doblar la esquina de las páginas. Sin embargo, la tela del interior de la cubierta se despega levemente y veo un papel doblado salirse de su escondite. Bingo.

Saco el papel y lo pliego. Es un recorte de periódico que habla de la extraña desaparición a finales de los años ochenta de una chica llamada Alma Expósito, que vivía temporalmente en el convento María de Gracia. Un escalofrío me recorre toda la espalda y los dedos me cosquillean de puro nervio. El convento que nombran es el convento donde estoy, y está claro que sor Fátima ha decidido iniciar su noviciado aquí guiada por este recorte de periódico, sino no lo guardaría con tanto cuidado. La pregunta es, ¿por qué? ¿Será policía como yo? En ese caso, ¿por qué no acepta mi ayuda? O puede que sea detective privado y vaya por libre.

El recorte no cuenta mucho más, solo la edad de la desaparecida, diecisiete años, y el que fue el sospechoso en ese momento: el jardinero del convento, al que ni siquiera detuvieron porque no había ni una sola prueba en su contra. Ahora entiendo por qué ese tipo me daba tan mal rollo, mi intuición nunca falla y ahora menos que nunca me creo eso de que sea mudo, esa idea le tuvo que venir muy bien para no hablar con la policía de la época.

Dejo la nota en su escondite y la biblia tal y como estaba. Compruebo que todo está igual que cuando entré y salgo con precaución de que no me vea nadie. Debería hablar con sor Fátima y decirle lo que he descubierto por mi cuenta, pero prefiero antes intentar hablar otra vez con Luís y comprobar mi teoría de que no es mudo. Así que me dirijo con paso raudo hacia al jardín, pero me freno y me escondo tras una estatua de algún santo desconocido para mí al ver a sor Almudena hablando con él.

—Lleva las cajas a la cripta esta noche —le ordena ella en voz baja, casi sin mover los labios, con esa barbilla altiva—. Espera a que las luces estén apagadas y procura que no te vea nadie.

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