Durante el desayuno, sor Fátima me ha informado de que sor Almudena suele permanecer durante las mañanas en la biblioteca ayudando a la bibliotecaria de turno. Allí me dirijo para intentar hablar con ella, algo nada fácil por esa imagen fría e inaccesible que muestra siempre. Entro al interior y las cabezas de algunas monjas se levantan para verme, luego continúan con sus quehaceres. De entre ellas no tardo en ver a sor Almudena saliendo de una fila de estanterías portando unos libros bastante grandes y con pinta de ser pesados, así que aprovecho la ocasión para acercarme a ella simulando buscar un libro de la estantería.
—Buenas tardes, madre —la saludo al pasar por su lado confundiendo el término a propósito.
La monja, que había emprendido el camino hacia otro pasillo, se frena en seco y se gira sobre sus pies casi como una bailarina. O un militar, que tiene más pinta.
—Hermana —me corrige puntillosa.
—Perdone, es que siempre me confundo. ¿Me permite ayudarla?
Señalo los libros que sostiene y la carpeta que veo que esconde entre ellos, pero Sor Almudena abraza contra su pecho los libros y me mira recelosa.
—No es necesario, gracias —responde haciendo una fina y tensa línea con los labios.
Sin mucho disimulo, me lanza una mirada analizadora de arriba abajo, entorna los ojos y tuerce el gesto. Reconozco que me siento incómoda y acabo desviando la vista. Sor Almudena levanta la barbilla con notable orgullo por haberme ganado el duelo de miradas.
—Mire, ya que está, déjeme hacerle una pregunta —suelta inesperadamente—. Siendo usted atea, porque eso se ve a leguas, ¿qué hace en un convento? Porque la veo hacer de todo menos descansar, que se supone que es para lo que ha venido.
A pesar de estar usando buenos modales, me está recriminando claramente mi actitud en el convento. Tiene razón en que no estoy descansando o meditando como los demás, ya que me la pasado yendo de un lado a otro, paseando por el convento y el jardín y siguiendo a sor Fátima. Envalentonada, le recojo el guante y respondo lo primero que se me pasa por la cabeza.
—No creo que yo sea la única atea que está en este convento, además, me considero más bien agnóstica; ni creo, ni dejo de creer —le aclaro intentando no sacar mucho mi carácter por respeto—. Eso sí, no soporto a esos creyentes de misa diaria, de cruz al cuello y de golpecito en el pecho que luego gira la cara a los más necesitados; que no da de comer al hambriento y de beber al sediento; que no respeta a los demás, sino que los juzga y los manda al infierno; que no aman al prójimo como a uno mismo, sino que señala con un dedo acusador a todos los que no comparten sus ideas. Ante eso, prefiero ser menos creyente y mejor persona.
Sor Almudena arruga el entrecejo y aprieta los labios. Primero abre un poco los ojos, sorprendida, y luego parpadea varias veces procesando el discurso que le he soltado y del que empiezo a arrepentirme. Qué le importará a esta monja saber mis preferencias religiosas cuando ni está de acuerdo con ellas.
—Vaya, para no ser creyente se conoce muy bien las sagradas escrituras —indica con sorna—. Es curioso, pero a veces aquellos que más dicen ser no creyentes son los que más piensan en Dios.
Fuerzo una sonrisa para reírle la gracia, aunque no me hace ninguna. Ya es la segunda persona que me dice algo similar respecto a la religión y sé que tienen razón: sé mucho de religión porque en mi casa me lo metieron hasta en la sopa y porque yo misma quería informarme para decidir si creer finalmente o no en un ser superior al que llaman Dios.
—Pero estará de acuerdo conmigo en que no todos los creyentes somos así —continúa ella queriendo defender su posición.
—Lo sé, pero sí una parte de ellos —insisto siendo más tozuda que objetiva—. El padre Gregorio me ha hablado de un suceso que ocurrió aquí hace unos treinta años.
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Alma
Mystery / ThrillerPatricia, un agente de policía, decide entrar en un convento de retiro espiritual para desconectar de un año repleto de desgracias a los que se ha tenido que enfrentar y que la han dejado agotada. Sin embargo, se encontrará con lo que menos esperaba...