CAPÍTULO 06

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Los primeros meses de clases después de iniciar las clases siempre transcurrían en un parpadeo, un muy estresante pero fugaz parpadeo

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Los primeros meses de clases después de iniciar las clases siempre transcurrían en un parpadeo, un muy estresante pero fugaz parpadeo. No era que nadie pudiera entenderlo, pero para Perséfone era desgastante volver a esa rutina de sonrisas y socialización, después de un verano interctuando solo con quienes le apetecía.

En Hogwarts, había varias decenas de personas esperando cosas de ella, con expectativas demasiado altas de quién debía ser y cómo debía actuar. Esperaban que tuviera las calificaciones más altas en cada mísero ensayo, aún si este no era importante; esperaban que estuviera dispuesta siempre a ayudar a cualquiera, aún si estaba ocupada en ese momento; y esperaban que, pese al aplastante peso de sus expectativas sobre sus hombros, ella se alzara erguida y levantara el cielo, sin un ápice de mal humor o ojeras por la falta de sueño.

Al menos en casa no esperaban la gran cosa de su parte: su madre apenas pensaba en ella, y a sus ojos, sus logros eran más influencia de su hermano que méritos propios; su padre apenas estaba en casa el tiempo suficiente para preguntarle si conocía la función de algún extravagante objeto de origen muggle y esforzarse por recordar su cumpleaños, olvidando que era exactamente el mismo día que Percy; y sus hermanos... Ella no veía a Bill y Charlie desde que terminaron Hogwarts, los gemelos le rehuían por miedo a ser delatados con algún profesor o su madre, y Ron y Ginny solo acudían a ella si había algo que necesitaban.

No era que no quisiera a su familia, pero, a veces, solo a veces, no estaba segura de si era peor que todos esperaran nada menos que la perfección de su parte, o que, al contrario, no esperaran nada en absoluto.

De igual forma, para cuando llego Halloween, ella ya traía sobre sí misma una decena de pociones Pepper Up, que comúnmente combatían el resfriado pero ella las usaba porque la mantenían despierta. Las hurtaba de un gabinete con débiles encantamientos de protección en la enfermería, pero procuraba no usar más de una a la semana excepto en casos de emergencia.

Durante la cena, apenas fue capaz de reprimir los bostezos y de mantener los ojos abiertos, la solución más viable que encontró fue llenar hasta lo posible su plato de golosinas, ganando una mirada extrañada de Percy, que era más que conciente de que ella era más partidaria de lo salado que de lo dulce. Y pronto su plato estuvo repleto de barras de chocolate con caramelo mágico (que se volvía completamente líquido en el momento en que lo metías a tu boca), caramelos de limón muggles (que ella no entendía por qué estaban allí), un enorme trozo de tarta de melaza, y dos grandes porciones de helado mágicamente conservado para no derretirse.

Para cuando terminó de devorar su cena, no tenía suficiente energía como para comenzar a brincar y temblar como un perro Chihuahua pero sí que se sentía menos agotada, con los ojos suficientemente abiertos como para que nadie sospechara de sus irregulares horarios de sueño, y, sin embargo, permanecía distraída y ensimismada.

Se sintió particularmente irresponsable cuando siguió a Percy en silencio a su sala común como si fuera cualquier otra estudiante y no prefecta, y como si no se suponiera que fuera útil y ayudara a su hermano a guiar a los niños de nuevo ingreso, de los cuales los más distraídos todavía tendían a perderse aunque hubieran pasado ya dos meses en el castillo.

El ruido de conversaciones entre estudiantes era tal que apenas escuchababa a su hermano, hablando con voz seria: —Chicos, no se separen.

Los prefectos de sexto año iban a la cabeza del grupo, los de séptimo atrás para vigilar rezagados y los de quinto año iban muy en su asunto, entre la gente, todavía acostumbrándose a sus deberes con los de nuevo ingreso. Así que los de sexto año, entiéndase Percy y Perséfone, fueron los primeros en verlo.

Alguien gritó, una chica, y Perséfone podría creer que había sido ella si no fuera porque ella no gritaba, no desde que tenía cinco años y Percy, que había estado volando en escoba con Charlie, se había caído a cinco metros del suelo. Hubo sangre, lágrimas y gritos, y Perséfone jamás había estado tan asustada en su vida, y como un susto que no superaría nunca, no había vuelto a gritar desde entonces, ni siquiera con lo que había ante sus ojos.

Estaban Harry, Hermione y -se le cortó la respiración por un instante a la chica‐ Ron. Harry cerca de una de las antorchas que había en el muro de piedra, suficientemente cerca para que sus zapatos se mojaran con el charco de agua gigantesco en el suelo y que su mano alzada casi rozara el pelaje de la Señora Norris, que colgaba de su cola, estática. Y en la pared... En la pared había una escritura con sospechosa tinta roja que no engañaba a Perséfone ni por un segundo, era sangre.

—La cámara de los secretos ha sido abierta —se adelantó sin mucho esfuerzo un niño de Slytherin del año de su hermano pequeño, Draco Malfoy, saliendo de entre la multitud como si le hubieran abierto el paso y leyendo en voz alta—. Enemigos del heredero, temed. Los primeros serán los sangres sucias.

Perséfone escuchó un sollozo y se apresuró a avanzar, apartando a Harry de la gata muerta de un poco amable tirón y poniéndolo detrás de ella, junto a sus hermanos y sus amigos, en el momento exacto en el que apareció Filch, gritando.

— ¡¿QUÉ LE HAS HECHO A MI GATA, POTTER?! —vociferó, acercándose al animal. Perséfone se colocó erguida.

—Argus, cálmate —ordenó Dumbledore con serenidad. Parecía haberse materializado de repente, junto con los demás profesores: McGonagall, Snape, Sprout, Flitwick y Lockhart.

— ¡El chico ha matado a mi gata! —espetó, como si fuera a lanzarse sobre él, y Perséfone tomó sutilmente su varita.

Lockhart se acercó a la señora Norris y la pinchó con su varita, algunas chispas salieron y se sobresaltó, pero se recuperó con rapidez y guardó su varita en su túnica azul cielo.

—Ah, como me lo temía, es evidente que esto ha sido obra de la maldición metamorfa. La he visto mientras trabajaba en Brasil, cuando fui capaz de suministrarle a un pueblo amuletos que rápidamente acabaron con el peligro —dijo Lockhart. Todos le ignoraron.

—No está muerta, Argus —declaró Dumbledore, y Perséfone se estremeció. No sabía qué causaba ese efecto en el animal, entonces, pero estaba segura de una cosa: debía ser algo peor que la muerte—. Fue petrificada.

Perséfone no tuvo apenas oportunidad de procesarlo cuando McGonagall intervino.

—Todos los estudiantes, a sus salas comunes —declaró, y antes de que Perséfone pudiera rescatar a Ron y sus amigos, la profesora se giró y los observó—. Excepto, ustedes tres.

Perséfone se tensó, lista para objetar, hasta que miró a su hermano. Su hermano asintió con la cabeza, y señaló a todos los estudiantes tras él, entre los que se encontraban su hermanita y los gemelos.

No estaba feliz, en absoluto, pero sabía que Ron estaría bien con Dumbledore, ¿pero quién garantizaba que sus demás hermanos estuvieran bien? ¿Lockhart?

Con los dientes apretados y la varita fuertemente sujeta, asintió con la cabeza y se colocó al lado de su hermano.

Cuando pasaron junto a la gata y sus zapatos provocaron ruido al pisar el agua, no pudo evitar por un momento ver un destello rojo en el agua y pensar en la sangre de la pared, y en que todos ellos podían estar pisando sangre, y no lo sabrían.

Mientras se alejaban, escuchó a Lockhart balbucear acerca de cómo él pudo haber impedido la tragedia, y Perséfone se encontró deseando que él hubiera sido el petrificado, si es que eso no tenía remedio, en caso contrario, bueno, le desearía mejor la muerte.

MAKE ME YOUR ENEMY, tom riddle [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora