Capitulo 2

19 3 0
                                        

Dos son más que uno.

Había pasado ya un buen rato desde que estaba en el bosque, aún seguía tendida en el suelo. Se sentía fresco, y diferente. Seguía sintiendo que me observaban, pero ya no me asustaba tanto. De hecho, comenzaba a creer que todo era una mala jugada de mi mente. Es decir, son las dos de la mañana ¿quién está despierto a esta hora? Además de mí, claro está.

En el pueblo está prohibido estar despierto a más de la medianoche. Dicen que pasadas dichas horas puedes tomar el riesgo e invocar a las personas sin alma. Y ya que nadie quiere liarse con ellas. Obedecemos. Bueno, obedecen. Porque heme aquí a mí.

Y aunque yo no soy una rebelde, y me gusta cumplir con las normas, hay algunas que me parecen tan absurdas que me sofocan. Me hartan. No les veo ningún tipo de sentido, y es por ello que siempre estoy sola. Estoy sola por tres razones: a las personas les encanta opinar de tu vida sin conocer porque haces las cosas, todos quieren pelear por cualquier estupidez, y antes de quedar mal por dar mi opinión; prefiero reservarla para mi misma.

Y es así como paso cada noche de mi vida. Acostada en el bosque, pensando y hablando con Júpiter. Y realmente siento que es lo mejor que podría hacer en el mundo.

Aunque siendo sincera, algunas veces si quisiera volver a tener a una amiga, tener a alguien en quien pueda confiar. Pero, aquí en Bronsfer es imposible. Nadie, absolutamente nadie es de fiar. Todos esperan recibir información confidencial, para luego convertirla en la noticia estelar del pueblo. Dejándote como la comidilla de todos.

—Agh, ¡estúpidos todos! ¿Quién los necesita?— mascullo en voz baja.

Miro a Júpiter quien está tan tranquilo como de costumbre, y una sonrisa se posa en mi rostro. No necesito más amigos, lo tengo a él, quien vale por más de mil personas.

—Gracias por ser mi mejor amigo, Júpiter. — le sonrió.— en agradecimiento te contaré una historia muy interesante.

—En el viejo pino.— digo mientras me volteo a mirar al nombrado.— vivía una familia. Si, una enorme familia de cazadores. Quienes trabajaban día y noche sin descansos haciendo hasta lo imposible por exterminar a los seres desalmados. Ellos eran fáciles de distinguir, puesto que todos en el pueblo hablaban de sus audaces hazañas. No le temían a nada, y nadie podía decirles que hacer. O sería lo último que hicieran.

—La familia era muy unida, pese al poco tiempo en el que compartían. Aun así, siempre intentaban realizar trabajos juntos para así poder recuperar parte del tiempo perdido. Pero, no contaban con que uno de aquellos trabajos sería lo último que harían en este mundo. Los seres desalmados una trampa le hicieron, y uno a uno, cada miembro de la guarida fue cayendo. Nadie se salvó aquel día. Y aún en la lejanía dicen que se oyen los gritos desesperados de la familia.

Miro nuevamente a Júpiter, aunque esta vez tengo lágrimas rodando por mis mejillas, no entiendo de donde salen estas historias. No entiendo por qué se me ocurren. ¿Estará algo mal conmigo?

Sin darle mucha más importancia, limpio mi rostro y vuelvo a mirar el cielo. Pero aún las estrellas no aparecen.

—Algo no está bien, Júpiter.

La máscara del esqueleto. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora