vii. festival

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 Noviembre
 Lunes, semana 2
 06.42 a.m.

La muerte acechaba las islas del archipiélago de Stdris aquel segundo lunes de noviembre.

 Gracias a la celebración en honor a la reina Aaruh, la población de estas islas descansaba tanto lunes como martes. Sin embargo, para gente como Mingi y Hongjoong, que trabajaban en tiendas de autoservicio, los días libres no eran tan fáciles de conseguir a pesar de lo que hubieran hecho creer.

 Para poder disfrutar del festival, el gerente les propuso a ambos chicos la no tan grandiosa idea de cubrir el turno nocturno de la tienda.

 Terminaron aceptando.

 Por ende, a las seis con cuarenta y dos minutos de la mañana, con el sol saludándolos a duras penas a través del horizonte, Hongjoong rezó a todos los santos, vírgenes, dioses y diosas para que llegaran las ocho y pudiera irse a dormir.

 Mientras jugueteaba con la basura en el mostrador de lo que había sido su cena, el pelinegro todavía reproducía en su mente con clara viveza el momento en el que Mingi llegó a recogerlo al departamento en la motocicleta.

 La noche congelaba y el cielo estrellado ardía totalmente rojo, no como una flama o un incendio, sino como una entidad sedienta de sangre y lujuria; y, caminando en dirección al chico esperando en su vehículo apagado, Hongjoong notó que, a pocas horas de su cumpleaños —y del festival, por supuesto—, la isla se expresaba más mágica. Expedía un aroma más hechizante.

 Aunque el rubio no lo notara, seres feéricos rodeaban su presencia como polillas atraídas a una bombilla. La luz que estos entes emitían rebotaba en las facciones de Mingi: en sus labios rosados, su nariz recta y sus ojos curiosos. Si era honesto, Hongjoong había perdido la cuenta del total de veces que, a su parecer, Mingi se observaba hermoso.

 —¿Te drogaste de nuevo? —cuestionó el muchacho cuando tuvo al pelinegro cerca.

 —¿Por qué lo preguntas? —Hongjoong sonrió.

 Mientras Mingi acomodaba el chaleco que siempre guardaba para su amigo en el cuerpo de este (le había pedido a su tía que, incluso, le tejiera estrellas), explicó:

 —Porque te ves horrible.

 El mayor formó una mueca de disgusto ante ese comentario.

 —Bueno —dijo fingiendo molestia—, ¿a qué hora te pedí tu opinión? —su voz sonó más fuerte de lo que esperaba.

 Hongjoong no lo vio, pero Mingi hizo un puchero al sentarse en la motocicleta.

 —Eres un grosero —murmuró.

 Antes de decir algo más, el pelinegro se sentó detrás del rubio. Lo abrazó como este le había enseñado que debía hacerlo: de manera firme y segura; y con su mejilla recargada en aquella ancha espalda, dijo:

 —Perdón.

 Para el conductor eso fue más que suficiente para sentirse feliz.

 A decir verdad, Hongjoong no imaginaba empezar su cumpleaños trabajando. Aún peor: no imaginaba empezar su cumpleaños trabajando durante la madrugada. Pero emocionado por pasarla bien durante la tarde, el chico creía que arriesgarse a tomar aquel turno había valido totalmente la pena. Además...

Estaba con Mingi.

 Y quisiera admitirlo o no, sus bromas durante toda la noche que pasaron juntos (además de las casi tres tazas de café americano que bebió) fueron el combustible suficiente para mantenerlo despierto y no malhumorarlo.

The Thoughts I Thought I Had Were You All This Time -minjoongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora