Cuando me quedé mirando la hoja con los datos a rellenar me puse a pensar que debía ser honesta con lo que quería, quería relajarme y ser mejor que los demás.
Si, tal vez estaba mal que pensara de ese modo pero no me importaba en lo absoluto. Tenía metas que cumplir y no quedarme de brazos cruzados esperando a que haya un milagro. Milagro que nunca iba a llegar por si sola.
—¿Alguna duda Sara?— miré al canoso y negué regalando una sonrisa más falsa que las uñas de Sandra. Si bien ella no tenía la culpa de mis dramas pero bueno, yo era así. Metiendo a todos a la misma bolsa.
Me alejé un poco y llené el maldito papel dejando claro que pagué el alquiler y que quería el maldito lugar para mí y Sandra.
Y otra parte, odiaba que el lugar que estaba alquilando lo quisieran también más personas que llenaban datos para obtener esa casa maravillosa. ¿Qué tenía que era tan especial? Simple; hermosa vista al mar, al amanecer y atardecer... Podías caminar por el lugar sin ser molestada y eso me era seguro y me gustaba esa vida nueva que estaba adquiriendo y que quería seguir teniendo.
—Aquí tiene.
Me levanté dándole la hoja y saludé con la mano para alejarme, debía ir al bar y ayudar a Mateo con la limpieza de una buena vez. Hoy el chico de los manteles no estaba y me quedé con ganas de obtener mi pedido que le hice.
Al llegar al lugar entré y grité un “ya llegué”. Literalmente Mateo era agradable, pero también tenía su lado cabron y mal llevado. Lo ví salir de su oficina, bueno, oficina que ya no sería suya.
—Sara... Creí que no vendrías.
Suspiró con alivio.
—Soy tu única ayudante aquí, además tuve que pagar el alquiler y mi compañera no estaba para hacerlo ella.
Expliqué dejando mi bolsito a un lado y lo miré, me observaba atento.
—¿Qué pasa?— pregunté bajo.
—El dueño vendrá temprano hoy, tiene asuntos de que ocuparse en la noche así que hay que hacer todo rápido.
Asentí y miré todo el lugar, estaba impecable y precioso, ahora debía limpiar el piso, este si estaba mugroso.
—Limpiare el piso, está demasiado sucio.
Mateo asintió y comencé mi trabajo, debía comenzar en buscar trabajo o pensar en que haría.
Cuando terminé la limpieza y de arreglar la barra con las bebidas nos dedicamos a esperar. Mateo estaba nervioso y lo entendía, merecía el dinero y también tiempo para que disfrutara su vida.
—Mateo, estará todo bien, no te pongas nervioso.
—Es imposible no hacerlo, vendrá en unos minutos y temo que me mande al carajo y me meta un tiro entre las cejas.
—No exageres hombre.
Se sintió el ruido de un motor, y luego apagarse, el golpe de la puerta cerrandose y suspiré calmandome también.
—Ya está aquí.
La puerta se abrió y entró un hombre, cabello recogido en una cola de caballo, era brillante pero horrible a la vez. Me miró a mi y luego a Mateo... Era intimidante.
—¿Ese es el dueño?— pregunté bajo.
—No, es él.
Mis ojos recorriendo el cuerpo completo de aquel hombre envuelto en un traje gris sin corbata. Tenía un cigarro en sus labios y lo bajó con su mano para expulsar el humo.
Tenía unos ojos marrones oscuros, prometían miles de cosas. Su rostro era perfecto, cabello corto desordenado y apuesto.
—Bienvenido señor.
La voz nerviosa de Mateo me puso en alerta, al igual que dos tipos entraron con aquel hombre haciéndole guardia.
—Hay un olor a limpieza, cómo a piso recién lavado.
Me tensé de inmediato al oír su voz, era una mezcla de Alemán y algo parecido al turco, pero su manera de hablar otro idioma era impecable.
—Yo lo lavé.
Su mirada se posó en mi, me miró de pies a cabeza y asintió.
—Tienes suerte, me gusta ese aroma a lavanda.
Dijo con burla y apreté mis manos. Lo ví caminar observando los cuadros que estaban colgados en la pared e hizo seña con los dedos.
—Esas porquerías no me sirven, tirenlas.
Miré a Mateo y luego al sujeto.
—Prefiero conservar esos cuadros.
Pedí rascando mi brazo, el hombre que al parecer sería el dueño no me miró pero asintió mientras seguía caminando. Dejaron los cuadros en la mesa y esperaron alguna orden.
—El lugar está impecable y muy agradable, dale el dinero.
Si un salto cuando un bolso cayó de golpe a los pies de Mateo y lo observé.
—Ten buenas vacaciones, Mateo. Ahora lárgate.
—¿Puedo pedir otra cosa?— apreté mis labios buscando mi bolsito y me acerqué a los cuadros.
—¿Qué quieres?— habló brusco.
—Ella es Sara— me presentó y sentí la mirada pesada del sujeto.
—¿Y qué tiene esta chica?
—Tiene mucha paciencia y habilidades. Solo pido que si harás tu bar a tu manera la consideres para seguir el trabajo aquí, necesita el dinero para su bien.
No.
No iba a trabajar a aquí si Mateo se iba.
—Nadie me dice que hacer, pero tomaré a la chica. Apuesto a que también sabe armar.
Los miré confundida.
—Ella no sabe. Solo prepara bebidas y sándwiches muy buenos.
—Entonces me encargaré de enseñarle muchas cosas.
Sentí el sudor bajar por mi cuello al ver la sonrisa del sujeto. Mateo asintió y se fue sin mirarme.
—Yo no planeo trabajar aquí.
Hablé por segunda vez, no podía respirar con su presencia, estaba algo ansiosa por irme a casa y descansar. Se acercó y se apoyó en la mesa.
—Mi nombre es Cemil, mi bar va a necesitar a una mujer elegante y apuesta como tú. ¿Cómo te llamas?
—Sara.
Dije distante. Me resultaba aterrador pensar en lo que convertiría a este bar. Las personas que antes asistían ya no vendrían y mucho menos a comer o charlar.
—Sara...
Repitió mi nombre en sus labios que sonó perverso.
—Si. Así es mi nombre.
—Entonces estarás contratada. Vendrás dentro de dos días. Te quiero puntual aquí o juro que averiguaré de dónde eres y te daré una visita nada agradable.
—No puedes obligarme a trabajar para ti.
Dije molesta.
—Guarda ese carácter para otro momento, te necesito buena, no una niña mala. Ahora vete.
Tomé los cuadros y me retire de allí molesta. Solo esperaba que el bar no fuera tan malo.
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Pétalos Rojos
SonstigesCuando la vi por primera vez, supe que ella tenía que ser mía. Mis manos picaban por tomar de ella y llevarla a la parte más oscura de mi vida. Destruirla, construirla, corromperla y hacerla entender que ella solo sería de mí pertenencia.