Unos dos días pasaron, até mi cabello y luego el delantal en mi cintura, limpié las mesas y pensé en mis materias pendientes, estaba dando lo mejor de mí en las mañanas para aprender más y dar mis dos últimos exámenes para finalmente graduarme...
El bar estaba vacío, era raro pero gratificante. Miré el pequeño escenario y relami mis labios. Me fijé a ambos lados otra vez y al percatarme que estaba completamente sola dejé el trapo en la mesa y caminé, me subí y acaricié el caño limpio y brillante. Sin dudas esto debía aprovecharlo y darme el lujo de bailar para mi.
Colocando una canción suave y algo erótica en mi celular comencé a bailar, cerré mis ojos, me moví lento, acaricié mis brazos, cuello, pecho y cintura. Quería sentirme deseada por alguien, ser follada y amada, pero a veces ambas cosas nadie te las daba.
Me dejé llevar por las letras de la canción, sonreí cuando me incliné al caño y menee lento moviendo mis caderas, no podía hacer movimientos como subirme o hacer alguna clase de pirueta porque estaba con un pantalón no tan ajustado y otra que no me sentía lista y temía caerme.
Entonces me di vuelta apoyándome en el caño bajé tarareando la melodía, abrí mis ojos y quedé tiesa cuando vi esos ojos marrones observarme fijo y divertido con mezcla de deseo.
—Cemil.
Carraspee y me bajé de escenario limpiando mis manos con el delantal, él no decía nada, me daba vergüenza pero no iba a mostrarme así de fácil.
—Llega temprano, señorita Sara.
Su voz fue ronca, apreté mis labios tomando el celular para apagar la música y voltear a mirarlo.
—Me tomo minutos antes para limpiar el bar, no me gusta ver partículas de polvo en las mesas o barra.
Elevó una ceja y sonrió de lado.
—¿También cuenta el pequeño baile?—preguntó mirándome de pies a cabeza.
—Si, bailes como ese me ayudan a aguantar humores de perros.
Declaré y él carcajeo, se escuchaba bonito.
Maldición.
—Quisiera verla bailar más seguido entonces...— me quedé callada, sus ojos no se apartaban de mi y eso me ponía un poco nerviosa, más que sentía el ligero calor en mis mejillas.
Negué y caminé a la barra.
—¿Por qué nadie llega aún?
—El bar se abrirá entre un rato, la verdad es que debemos preparar “cigarros”—hizo comillas con sus dedos la última palabra.— Sigueme.
Dijo, lo vi caminar con aires superiores y suspiré pesado, lo seguí de nuevo por el mismo pasillo del baño y doblamos, la puerta negra llamaba mucho la atención, la abrió ingresando primero y con dudas pasé, el aroma fue el problema, tosi y lo miré de mal humor.
—¿Qué?— preguntó con una sonrisa burlona y encantadora.
—Odio este aroma. Solo es humo que trae puros problemas para todo el mundo.
—Amor, la marihuana no es problema, se usa para la salud.
Miré alrededor, ignorando lo que dijo, no tenía sentido, algunos preparaban pequeños rollitos que se notaban verde, otros pesaban una pequeña bolsita con un polvo blanco en una pequeña balancita de gramos.
Caminé al lado de Cemil observando una mesa llena de pastillas que prefería no saber los nombres.
—Los kilos están listos, señor. Podemos ya envolverlos en cinta negra o marrón para el cargamento que haremos esta noche en las vías.
Los ojos verdes del tipo pasaron a mirarme, se veía confundido y desconfiado a la vez. Estaba claro que era nueva en este lugar, no conocía nada y ni siquiera sabía porque estaba aquí. No me gustaba para nada y mucho menos quería problemas con la ley.
—Creo que debo irme.
Hablé, la vista del hombre se posó en mí, me sentí intimidada y carraspee.
—Ya nos iremos en un rato, aún faltan treinta minutos para que todos lleguen a ocupar su lugar.— su voz fue firme y algo fría. Podría ser posible que me hiciera armar unos “cigarros” cómo decía él, no iba a mostrarme nerviosa...
En fin era complicado, él lo era al mostrarme unos papelillos y una mesa con hierba, apreté mis labios y mis manos a la vez... El tomó uno, comenzó a hablar mientras me indicaba en como se colocaba cada cosa. No entendía, juro que yo no era de estas mujeres que probaba marihuana.
Lo prendió y fumó cerrando sus ojos, mordí mi labio al ver la manera tan sexi en la que su nuez de Adán se movía y en como expulsaba el humo al aire.
—¿Quieres probar?— negué de inmediato, no. No estaba loca para hacer eso, estaba bien que era llamativo el color pero su aroma no me agradaba en nada.
—No. Quiero volver a mi puesto en el trabajo. Podría pasar por esto.
Señalé y él se encogió de hombros como si no le importara. Volvimos a salir, solo que me quedé parada en la entrada ya que él fue con el tipo que se acercó a hablar sobre una entrega. Las miradas de algunos hombres se posaban en mi y asentían como si fuese una maldita prostituta que me entregaría con cualquiera idiota que me mirara de pies a cabeza.
Miré la hora en mi celular y miré a Cemil que se acercaba.
—Por lo que veo estás apurada, nena, no voy a comerte aquí. Aún no.
Dijo y fruncí el ceño no entendiendo. Caminé primero dejándolo atrás, era un imbécil.
—No quiero que me vuelvas a traer a este lugar cuando todos esos hombres estén ahí. Sus miradas eran degeneradas, son unos puercos.
Bufé mirando sus ojos marrones, se acercó, su pecho chocando mis brazos cruzados, el olor de pegaba a su ropa y más el perfume varonil lo hacía más atrayente aún.
—Entonces te llevaré cuando no haya nadie, seguro nos divertiremos mejor.
Sentí frío en mi nuca por su cercanía, era tan sexi y guapo.
Basta Sara, no pienses de ese modo por este hombre sin escrúpulos y presumido. Miré a otro lado negando.
—Divertirnos me suena que pasará algo más y eso no va en mis planes contigo.
—¿Por qué tan así, amor?— preguntó sujetando mi cintura y me pegó a la pared, tragué grueso y haciendo el esfuerzo lo miré a los ojos.
—Porque tengo a alguien más.
Elevó una ceja, se rió en mi cara y se acercó a mi rostro.
—No te creo, tu quieres muchas cosas amor, lo ví en ese sexi y caliente baile que hiciste ahí arriba.
—Lo hice pensando en él. Contigo no quiero nada, Cemil.
Besó mi mejilla y fruncí el ceño, me estaba provocando.
—Eso lo veremos pronto.
Y entonces me dejó sola en el pasillo, miré su espalda antes de que entrara a su despacho y yo tratara de calmar a mi corazón que no sabía hasta ahora que latía cómo loco.
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Pétalos Rojos
AcakCuando la vi por primera vez, supe que ella tenía que ser mía. Mis manos picaban por tomar de ella y llevarla a la parte más oscura de mi vida. Destruirla, construirla, corromperla y hacerla entender que ella solo sería de mí pertenencia.