8-¿Quién eres?

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Acomodé las hojas en la mesa y miré al techo, el dolor de cabeza se hacía presente de a poco y estaba agotada.

Me levanté quitando mi camisa y la tiré a la cama para salir a la sala, Sandra estaba viendo su novela y le sonreí.

—Saldré a correr un poco, volveré en unos minutos.

—Ve con cuidado, Sara. Supera tus veinte minutos.

—Lo haré, hasta luego.

Al salir de casa el calor golpeó mí cuerpo, estaba cálido y era grandioso, solté un suspiro más calmado y comencé a trotar, necesitaba quitar el estrés de otra forma, pero no podía y solo me quedaba correr y correr hasta que mis piernas no dieran más de dolor.

Pensé en el modo que Cemil me acorraló contra la pared y me provocó, esa noche no le dirigí la mirada en toda la hora. Su cercanía me había afectado demasiado y también me había provocado cosas más profundas que un simple enojo.

—Diablos.

Susurré, debía dejar de pensar en ese hombre, no se veía nada bueno, todo de él desprendía peligro y muerte. Sus ojos marrones eran oscuros, no era sano y mucho menos un ángel. Vi su manera de observar las bolsas llenas de droga en la mesa, su manera de armar un rollo y prenderlo, su porte seguro y demandante... Y luego sus trabajadores que mostraban respeto y lealtad a su persona. Tampoco pasé desapercibido los hombres que estaban en cada esquina del bar.

Que le comprara el bar a Mateo era raro, ya que él nunca tuvo problemas. Pero si Cemil dio esa cantidad fue porque según mí ex-jefe debía un asunto.

Recuerdo el momento que me lo explicó, pero aún no caía en el hecho de que él se fuera y no apareciera. Como si lo borrarán del mapa.

—¡Oye ten cuidado, idiota!—me gritó una mujer, el dolor de hombro se hizo presente pero no dejé de correr, el problema era que cuando pensaba demasiado no sabía lo que hacía, no estaba presente en mis actos.

Al parar ya cansada miré los minutos y eran solo cinco minutos de diferencia, sin darme cuenta estaba frente al bar, el cual estaba abierto. Crucé la calle confundida, recordaba a Cemil decir que hoy no habría trabajo... Pero ¿Por qué el bar estaba abierto?

Entré despacio, el sitio estaba vacío y en silencio. Miré a todos lados, habían vasos vacíos en una mesa y la curiosidad me ganó. Entré a paso lento y caminé al pasillo que Cemil me llevó, apreté mis labios sintiendo el sudor por el riesgo en que me ponía justo ahora.

—Podemos dialogar Cemil, por favor, no hagas esto...

Me acerqué a la puerta negra que estaba entre abierta y miré por ese lado, había un hombre sentado con pies y manos atadas, estaba cubierto de sangre y no tenía su camisa.

—Te di una semana, una para que me cumplieras el trabajo y te dejara libre. Pero al parecer no quieres la libertad, sino atarte a ella y permanecer en las garras del diablo.

Su voz sonaba oscura, fría y distante, como si este Cemil fuera otro. El tipo de cola de caballo que vi la primera vez que Cemil llegó estaba con él, tironeó del pelo del sujeto y sonrió.

—Las traiciones aquí se pagan con sangre, Julio. Es una pena que no hayas cumplido con el deber.

—¡Espero te mueras, hijo de puta!

Entonces el sujeto que sostenía al tal Julio acomodó un cuchillo en su cuello y cortó, la sangre brotó cayendo sobre el pecho del viejo... Un sonido brotó de mí boca y la tapé con ambas manos, sentí pasos apresurados y corrí por el pasillo necesitando salir de allí.

—Ven aquí perra.

Me sujetaron de la cintura en cuestión de tiempo y grité buscando ayuda... Sentí más mis lágrimas y vi a un borroso Cemil hacerse presente.

—Amor, ¿Qué haces aquí?— acarició mi brazo y le di un manotazo, pero solo le causó gracia, se burló de mí con su amigo—Como me gustan las chicas fieras como tu.

—Mataste a un anciano.

Susurré aún sostenida por su cómplice.

—Los viejos como él siempre mueren, ya sea por cáncer, un paro cardíaco o bien,  una muerte segura en brazos de Lucifer.

Hice una mueca por el agarre tan firme en mí cintura.

—Omer déjala. No es momento para presentarse como tal. Mírame Sara, lo que viste fue solo un pequeño disturbio...—explicó mi jefe con calma, no lo entendía, había matado a una persona y se veía como si fuese normal hacerlo.

—Lo mataste.—susurré aún con miedo a su persona.

—Y te mataremos a ti si abres la boca.

Miré al que habló en cuanto me soltó, me daba miedo, Omer solo me sonreía con burla y cinismo, froté mis brazos sentándome, no quería correr por la misma suerte y terminar muerta. Siempre temí por estos hechos al salir de casa y ahora lo estaba viendo, Cemil no era un hombre tranquilo, era peligroso.

Sentí como me cubrió con su saco y lo miré cuando me dejó un vaso de agua en la mesa.

—No tiene nada, solo es agua.

Tomé el vaso desconfiada y di un sorbo. Se sentó frente a mí y el otro hombre se retiró.

—No quiero que por lo que acabas de presenciar dejes el trabajo, Sara. Eres buena mesera y no podemos hacer que te vayas.

—No quiero seguir aquí.

Fueron mis palabras y él negó acomodando su camisa. Me observó elevando una ceja mientras sacaba un cigarro y lo prendía.

—En eso no decides tú. Tengo tu paga aún.—apreté mis labios y lo miré con recelo.

—No quiero la paga, quiero dejar este trabajo. Lo convertiste en un infierno, las mujeres se acuestan con borrachos, se drogan frente a mis ojos y comienzan con sus juegos de apuestas que terminan en tragedias. Cemil, este no es mí mundo, es el tuyo.

Rodó los ojos e hizo un mohín asintiendo, dio una calada a su cigarro y apoyó sus codos en la mesa mirándome con calma.

—Yo no decidí terminar en este mundo, las personas a veces se acostumbran a recibir y dar dolor. Sara, nadie vive con suerte, todos aquí pelean por sobrevivir, que tu no entiendas el significado de supervivencia es tu problema. Pero yo aquí, elijo vivir por mí cuenta y base de mis beneficios.

—¿Quién eres, Cemil?—susurré aterrada de su respuesta.

—Eso lo verás con el tiempo, amor.

Pétalos Rojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora