4-Tratos.

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Cemil:

Hace cuatro años cuando terminé de cumplir con el servicio a mi madre me quedé pensando que tal vez esto era lo que me convertiría en un hombre poderoso.

Mi padre había fallecido por defenderme a mi y a mi madre, dando sus últimas fuerzas para seguir adelante y sobrevivir un día más. Su muerte fue dolorosa y aún vivía con el recuerdo de que él era poderoso y mi guía.

Mi madre en cambio era una mujer llena de vida y talentos en su pinturas, sin embargo toda esa luz se desvaneció cuando el amor de su vida cerró sus ojos.

Ella era una mujer elegante, seguía con los tratos a las mafias irlandesas, tenía sus enemigos y su presencia estaba en la más alta de las categorías de narcos más buscados...y en segundo lugar; Yo.

Mi madre era Alemana, mi padre fue turco, se casaron sin importar sus religiones, mandaron todo al demonio cuando se conocieron y dieron el famoso sí.

—Aún extraño a tu padre.

Habló ella bajo, trazaba líneas con sus lápices de colores sin buscarle alguna forma, la observé mientras llevaba el rollo a mis labios... Sus ojos verdes me miraron y frunció el ceño.

—¿Qué?— pregunté bajo.

—Sabes que no me gusta que fumes. Apaga eso.

Su voz sonó con una orden entre medio, era estricta y malvada. Una mujer preciosa con el diablo dentro. Papá siempre decía que ella era su reina, que ella lo cambió en lo que era.

—Apenas lo prendo.

Me defendí y negó dejando los lápices. Me resultaba fascinante está mujer...

—¿Por qué no fumas?

—Porque da cáncer, además yo preparo para vender no para que tú vengas y me saques como cinco rollos.

Bufé rodando los ojos.

—No seas cínica.

Recibí un golpe en mi hombro, me quitó el rollo y lo tiró en su vaso de agua. Rasqué mi cabeza y la observé en su vestido azul largo, sus pies calzaban unos zapatos ligeros y livianos.

—¿Y bien?

Se cruzó de piernas y me acomodé la camisa. Miré a la sirvienta que estaba al lado de la mesa esperando una orden.

—Prepara un té de tilo para mi madre. Y también hazle unas galletas con pasas de uvas.

—Si, señor.

Se retiró y miré a mi madre otra vez.

—Tengo el bar. Hay que hacer algunas remodelaciones en la barra, quitar el piso gastado y luego pintar las paredes.

—Podrías poner un bonito candelabro de diamantes.

—¿Falsos?

—Reales. Hijo, seamos sinceros. El bar será un lugar de paz, un lugar donde vayan personas a divertirse, y jugar.

—No será de paz si hay drogas y prostitutas en medio.

—Te revuelcas con la puta de Amber. A mi no me veas la cara de estúpida.

Eché mi cabeza hacia atrás suspirando largo, una cosa era que mamá odiaba a Amber. Ella era una bailarina erótica, se presentaba en un vestido dorado con solo una tanga transparente abajo. La primera vez que mamá la observó bailar le dió asco y a mi me fascinó en la manera que movía esas caderas y sus tetas rebotaban, en pocas palabras, mamá la quería muerta.

—Se mueve bien.

Me burlé, pero en cambio a eso me miró mal.

—Para ser mi hijo eres un imbécil.

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