III

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Unos cuantos días habían ocurrido desde el escape del lobo. Había dejado de ir al santuario un tiempo en lo que su madre se relajaba pues el suceso la dejó destrozada pues había creído que había sido herido. No había actuado para lastimarla, pero tampoco pensó demasiado en las consecuencias, algo que era extraño en él el guiarse por instintos más que por la lógica del momento. 

Eso fue demasiado imprudente, Izuku — recuerda a su madre decirlo mientras lloraba a mares con el ceño fruncido dándole a entender que estaba molesta, pero más que nada preocupada por su único hijo — Mi corazón no puede soportar la idea de perderte, por favor prométeme que pensarás mejor las cosas

Mordió su labio sintiéndose demasiado culpable, evidentemente prometió no preocuparla demasiado de nuevo. Ahora mismo se encargaba de los cultivos de la parte trasera de la casa, si había algo que pudiese mantenerlo distraído era justo eso. Aún no lograba ahuyentar a los animales del bosque que solían bajar a robar cultivos o arruinarlos pisándolos.

— ¿Tal vez debería hacer que el espantapájaros tenga movimiento? Un par de cables y latas en los árboles de alrededor también podrían asustarlos con el ruido que provoque el viento o el paso de alguien cerca — comenzó a murmurar como sólo él sabía mientras caminaba a casa para intentar poner en marcha ese plan improvisado que aún no lo convencía, pero prefería no quedarse con la duda de si aquello hubiese funcionado.

Su madre como era habitual a esas horas se encontraba en el pueblo, esperaba que pudiese platicar con alguien. Ella no era la única que se preocupaba en casa, él también solía pasar buenos ratos preguntándose por qué su madre no quería interactuar demasiado con los lugareños. Era consciente de lo tímida y nerviosa que podría ser, pero ya llevaban ahí lo mismo que él de vida, diecisiete años exactos.

— Al menos es buena amiga del señor Toshinori — sonrió y prosiguió con lo suyo, por momentos se le escapaba una suave risa al recordar los días en su infancia en que pensaba que aquel gran hombre se convertiría en su padre ya que era muy evidente que la mirada de él hacia su madre no era precisamente de sólo una bonita amistad, pero tal cual era su pretendiente, él también era demasiado tímido con esas cosas.

¿Quién imaginaría que ese intimidante señor se volvería tan suave ante la presencia de una pequeña mujer? Una agradable sensación se insertó en su pecho ayudando a mantener por más tiempo su bella sonrisa. El tiempo transcurrió entre pensamientos sobre los cultivos, recuerdos de la niñez, pláticas triviales con su madre que había vuelto de hacer las compras y en un lobo.

Mentiría si dijese que la huida del gran animal no lo hubiese dejado mal. Por alguna razón lloró durante dos noches tratando de no hacer ruido para evitar preocupar a su madre, pero se sentía tan deprimente la situación. Como si algo realmente importante le fuese arrebatado, aunque desconocía todo sobre él.

¿Quién era? ¿Tendría un nombre? ¿Una familia? ¿Vivirá todo el tiempo en el bosque o será un lugareño misterioso que aún no ha conocido? Porque gracias a su sub género podía recordar a las personas por sus aromas, pero el olor del lobo le era nuevo. De ser alguien del pueblo lo sabría tan pronto abrió la jaula ese día.

Un curioso olor a canela picosa, ¿Era posible algo así? Le pareció provocador, pero había algo más que pudo percibir que fue lo que lo cautivó por completo y que le causaba aún más intriga que la rara mezcla de aromas anteriores. Era otra que parecía ser contradictoria, llena de incógnitas.

El primero era un olor que sentía cuando admiraba el paisaje desde la salida del santuario pues, al estar en lo alto de la colina, podía apreciar los terrenos de cultivos y el resto de vegetación de su alrededor. Libertad. ¿Cómo olía eso? La mezcla de tantos aromas puros que sólo la naturaleza puede ofrecer ayudándose con el aire que te empuja mientras disfrutas de ello, tan cautivador para el pequeño Izuku que amaba ese estilo de vida.

Y su contraparte, una desesperación horrible. Incomodidad, incluso podría decirse que era ansiedad. Uno que pudo experimentar durante un tiempo en la ciudad pues el ritmo que llevaban en ese temeroso lugar era demasiado para él, le hacía sentir como si cualquier cosa que decidiera hacer fuese una pérdida de tiempo. Querer hacer actividades que ofrecieran resultados rápidos, asfixiante. ¿Cómo definir entonces un aroma así? Ni siquiera quería pensarlo, era de cierta forma agobiante.

¿Acaso el lobo se sentía terriblemente mal encerrado en aquel hábitat y por eso percibió todo aquello?

— Ojalá poder vernos de nuevo, tantas dudas acabarán por volverme loco — se hallaba recostado en la entrada de su casa, al principio observando con detalle las ramas de los árboles que alcanzaba a ver como ejercicio pues deseaba poder dibujarlas de memoria en cuanto fuese por su libreta, pero de nuevo se encontró a sí mismo pensando más en el lobo que en su práctica. Cerró sus ojos derrotado y soltando el milésimo suspiro del día. Nunca había suspirado tanto en su vida como lo habría estado haciendo desde que lo vio por primera vez.

Decidió quedarse ahí unas horas más hasta que su madre le llamase o se hiciera de noche, sólo pasar un momento relajante, pero todo eso se vio interrumpido en cuanto pudo escuchar el ajetreo de las latas atadas en la zona de cultivo que había colocado temprano. Se levantó tan pronto como pudo y corrió al lugar pues el sonido era constante, su primer pensamiento fue que tal vez algún pequeño animal se hubiese atorado con tantos hilos esparcidos.

En cuanto llegó su corazón dio un vuelco, se quedó estático observando con cautela al animal que había "capturado". No era precisamente un animal pequeño, sino un enorme lobo. Esto hubiese alegrado a Izuku pues sus súplicas habrían sido escuchadas, pero su primera reacción fue estar inmóvil ante el terror que lo atravesó.

Podía escuchar sus latidos y ver todo en cámara lenta de nuevo como la vez que fue al santuario guiado por su curiosidad, pero esta vez los sentimientos eran totalmente distintos. Sus instintos comenzaron a gritarle por primera vez moviendo su cuerpo como si perdiese control sobre sí mismo, corrió sin mirar atrás yendo por un camino distinto que no fuese su hogar para evitar que su madre viese al animal que ahora lo perseguía una vez se vio liberado de su patética trampa.

Tampoco podía ir al pueblo o el santuario, tenía que hacer todo por su cuenta y por ello su único camino favorable fue adentrarse al bosque. Creyó que con tanta vegetación le sería difícil al can seguir su paso, confiaba en sus años de haber jugado en ese ambiente y su velocidad para moverse entre tanto camino irregular, pero era más que evidente que la bestia podría seguirlo sin complicaciones.

Después de todo había entrado a su zona. Quien tropezó primero fue Izuku, tan brusco que sintió el ardor de sus rodillas y manos que tal vez ahora sangraban. Se dio vuelta tan pronto pudo para taparse el rostro con sus brazos en un vago intento por evitar alguna mordida fatal pues el lobo aprovechó la caída para situarse encima suyo y gruñirle.

Pero tan pronto se situó sobre él, también fue removido. La luz que atravesaba las copas de los árboles le dio directamente en el rostro y brazos indicándole que ya no había nadie ahí, despejó su mirada buscando a su agresor. No fue complicado, estaba a unos pocos metros peleando a sangre fría con otro lobo.

De nuevo, si la situación no fuese la que estaba ocurriendo él se alegraría de volver a verlo, sin embargo no sabía qué hacer. Sólo podía ver al lobo rubio ceniza defenderlo del otro de un color grisáceo.

Sus ojos conectaron por un instante con los carmín que añoraba y pareció ser suficiente para transmitirle tantas cosas...

Estoy aquí — fue lo que juró escuchar en sus adentros cuando lo vio. Y se sintió seguro.




Una vida en el campo [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora