Prólogo

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La naturaleza tiene su propia belleza, Izuku era consciente de ello desde muy temprana edad y por ello había pasado largos años dibujando todo aquello que esta pudiese mostrarle durante su andar por las distintas calles del pueblo o sus paseos cotidianos a través del bosque que rodeaba su casa. Desde que tenía memoria había vivido en ese sitio, respirando tanta paz que prometió a su madre quedarse el resto de su vida a cuidar de sus tierras.

No fue obligado ni nada por el estilo, tampoco desconocía de qué había más allá del mundo que conocía pues en su momento una amiga de su madre que escuchó sus sueños infantiles le hizo dudar en cuanto le mencionó que aún le faltaba mucho por ver antes de decidir vivir ahí por siempre. Palabras de una mujer cansada de su día a día tan monótono en ese lugar que ansiaba algún día tener suficiente capital para mudarse a la ciudad.

Los comentarios de los adultos siempre calaban demasiado en su mente, por ello viajó un corto tiempo a la ciudad más cercana junto a dos amigos de la secundaria para continuar sus estudios en ese nuevo lugar. Pero Izuku no aguantó.

— ¡Demasiado ruido! — exclamó fastidiado desde el balcón del departamento que había rentado junto a sus amigos. Ellos suspiraron sonrientes pues los que conocían de años al joven pecoso sabían lo unidos que eran él y su vida en el campo, aquello era una prueba y con esto llegaron todos a una conclusión: Su destino era vivir en las tierras donde había nacido.

Con todo esto, regresó a su pueblo al siguiente semestre y decidió mejor dedicar su tiempo a aprender todo lo que pudiese sobre el campo, el pueblo y el bosque. Su madre aceptó, no podía permitirse ser un obstáculo para él. Aún se seguía sintiendo culpable por situaciones del pasado con respecto a la familia.

Principalmente su padre, pero lo que más le preocupaba era su propia naturaleza.

Izuku no desconocía nada del mundo, por más que algunos adultos o ancianos del pueblo pudiesen regañarle por cortar sus propias alas, él solía recordarles que no era precisamente necesario pues gracias a la biblioteca del lugar y sus cartas a sus amigos que sí decidieron quedarse en la ciudad era que podía descubrir siempre de todo un poco.

La situación peligrosa de las grandes ciudades, el calentamiento global, aritmética, no importaba qué él se enteraba de esas cosas. Era como llevar clases particulares en casa, le fascinaba que fuese así. Tampoco es que fuese demasiado introvertido, por lo contrario le encantaba tomar su bicicleta y bajar la colina donde se situaba su hogar para ir al pueblo que quedaba a media hora para conversar con las personas que encontrara en su paso.

Sobre todo ir al santuario natural que quedaba al otro lado subiendo más la colina, este era un bello lugar que contaba con un pequeño zoológico de animales que necesitaban cuidado, guarda bosques y una gran reserva detrás del sitio, el gran bosque que era parte de su hogar también.

Una mañana como cualquier otra en la que decidió ir justamente al santuario se enteró de una captura reciente de un gran lobo que había sido llevado al apartado del zoológico para recibir cuidados pues parecía haber llegado en mal estado. Motivado por su curiosidad pidió el permiso para verlo antes de que llegara visitas al lugar, había llegado demasiado temprano.

— Claro, joven Midoriya — el amable guarda bosques le pasó sin cuidado las llaves del sitio, todos ahí conocían al peliverde así que no temían que ocurriera nada, después de todo el lobo se encontraba enjaulado en un hábitat tras un fuerte cristal. ¿Qué podría salir mal con ello?

En cuanto tomó las llaves salió a pasos apresurados al sitio. Por alguna razón pudo ver todo aquello casi como si se encontrara a cámara lenta, no le tomó demasiada importancia.

"Estoy demasiado ansioso" Se dijo a sí mismo buscándole una razón de esa extraña sensación, prosiguió girando las llaves en la puerta doble que daba al pequeño zoológico, al pasar cerró detrás suyo sin seguro para volver y salir rápido cuando lo necesitara. Caminó por unos minutos hasta llegar al hábitat que le indicaron era el del lobo, sus manos comenzaron a sudar por la emoción y... ¿Nervios? Era su primera vez viendo un animal de ese tipo.

Una vez pudo visualizarlo, su cuerpo perdió fuerzas cayendo de trasero bruscamente al piso. Su respiración comenzó a ser entre cortada, su visión se nubló por segundos y su cuerpo sudaba por el extremo calor que estaba sintiendo, como ondas explosivas que hacían rebotar su corazón.

El lobo frente a él de un curioso, pero increíblemente precioso pelaje rubio cenizo y unos hipnotizantes ojos carmín pareció verse afectado también por su presencia que, en cuanto sus miradas conectaron, se levantó con prisas acercándose como pudiese al cristal tratando de alcanzar al joven que parecía estar afectado por algo.

Ninguno creyó que aquello ocurriría de esa forma, tan peculiar, un primer encuentro con su pareja destinada. Porque sí, aquel lobo enjaulado se trataba de un perdido alfa que había tenido un mal día hasta ese omento.

Y el pequeño Izuku era un omega que creyó nunca enamorarse.

Una vida en el campo [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora