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—¡No te muevas!—Hablo frustrado Tweek mientras limpiaba mi nariz. Kenny no se encontraba, el rubio, estaba con Stan para ver como se encontraba. Por eso, Tweek se había ofrecido a ayudarme. Este podía ser intimidante cuando se lo proponía, había intentado irme a ver si Wendy estaba bien, pero la resistencia de Tweek había sido más consistente, haciendo que me da algo de miedo desafiarlo, claramente el chico era más fuerte que yo.
Suspire frustrado sosteniendo el papel de mi nariz, el cual comenzaba a gotear de sangre. Probablemente, el hijo de puta me había roto la nariz, si pudiera lo mataría ¿Cómo se atreve a humillar a mi prima de tal manera? Imbécil.

Distintos pensamientos rondaban en mi cabeza tal moscas, odio las moscas, odio a Stan, me odio. El remordimiento hipócrita zumbaba por mi mente, ¿Cómo podía enojarme con Stan, si yo fui el primero en traicionar a mi Wendy? Odiaba sentirme tan vulnerable, tenía tantas cosas de las que pensar y aun así mis emociones lograban dominar mi raciocinio, mis sentimientos. Lograba sentir un vacío inconsciente al dejar caer las memorias de mi hipocresía, eran como granizo. 

—¿Estás bien?—La aún tormentosa voz de Wendy culmino la habitación. Tweek salió junto a Craig de la cocina, dejándonos a los dos solos. 

—Sí.—Respondí evitando su mirada. Podía sentir como me miraba apenada. 

—Gracias, eres un buen primo, valoro eso.—Dijo tímida, acercándose más a mí. Los nerviosismos recorrieron mi cuerpo, la tensión en mí era notable. —Quizás no deberías haberlo golpeado, pero sé que lo hiciste por mí.—Alce levemente la cara con una falsa sonrisa en mis labios. Aún se podía notar las secas lágrimas por sus brillantes mejillas, ahora pintadas de negro. 

—Me gustaría estar solo.—Respondí volviendo a bajar mi mirada. Sentí como la sonrisa se desvanecía de la cara de Wendy, pero ella solo asintió afligida y se fue.
Me sentía solo, y lo estaba. La cocina estaba completamente vacía y a oscuras, la música se escuchaba tras las paderes.

Me dejé caer al piso, mire a mi alrededor, la soledad era notable. Mire a mi costado analizando la situación, un pequeño espejo se encontraba tirado en el piso, los vidrios estaban agrietados, pero aún era visible. Lo recogí suavemente y me miré en las distintas fragmentaciones de este, era extraño. Sentía como si cada espejo fuera una parte distinta de mí, pero aun así todas estaban fragmentadas. Yo estaba roto. 

No lograba comprender quien era, la recurrente pregunta aparecía en mi cabeza casi todos los días, veía a la gente a mi alrededor y la envidia hacía presencia en mí, todas parecían saber quien eran y quienes querían ser. 
Pensaba que tenía todo resuelto, que era como los demás, pero llegar a este pueblo me hizo reflexionar mis ideas. No podía dejar de meterme en peleas, no podía parar de mentir, no podía controlarme. 

La visión era borrosa, mi cabeza dolía. Había comenzado a llorar. Salí lo más rápido que pude por la puerta trasera, corrí tanto como mi aliento me permitía, hasta llegar a mi casa. Trate de reprimir las lágrimas, pero fue en vano. Entre a casa deseando que mis rojos ojos no fueran notables. No fue así. 

—¿Cómo te fue en la fiesta?—Pregunto mi madre, la cual recogía la mesa. 

—Bien...—Logre susurrar por lo bajo. Mi padre se levantó del sofá y me analizo al escuchar mi débil voz. El miedo comenzó a hacer presencia. Pronto sentí un impacto en mi cachete. Unas pocas lágrimas silenciosas salieron, haciendo enfadar más a mi padre. 

—¡NO LLORES!—Grito enojado. Otra cachetada impactó en mi mejilla, Retrocedí levemente por el dolor, pero las lágrimas pararon de salir. —¿Eres una pequeña mariquita? Las niñitas lloran, tú no puedes, pensé que había quedado claro, pero...—Desabrocho lentamente su cinturón, preparándose para educarme propiamente. Cuando finalmente iba a comenzar, un fuerte ruido se escuchó. El jarrón de mi abuela había caído al piso, mi madre lo había tirado. Mi padre se giró furioso hacia ella. Mi madre me miro con un gesto sutil, indicándome que suba a mi habitación. Seguí su indicación y me encerré rápidamente en mi cuarto.

Caí rendido apenas la puerta cerro. Llore, no podía evitar aquello. Enojado y sin control ninguno sobre mi mismo agarre mi encendedor, lo miré levemente por unos segundos, tome aire y lo encendí. Comencé a colocar la llama bajo mis piernas, tratando de aguantar el llanto. Era una forma de castigar mis actos.
 El ardiente rojo de la llama era hipnotizante. Mi mente no entendía a mi cuerpo y mi cuerpo no comprendía mi mente. Estaba confundido, pensar en Stan me generaba una extraña sensación de enojo, pero decepción al mismo tiempo. Había golpeado al chico por lastimar a Wendy, pero quizás yo era peor que él, quizás él era como yo. 

No pude evitar pensar en Nueva York, mi padre estaba tan ocupado que apenas lo veíamos, mi popularidad estaba por los cielos y mi madre parecía feliz con sus lujosos vestidos, extrañaba mi antigua vida. 
Mi teléfono comenzaba a llenarse de notificaciones, distintos mensajes de la gente en la fiesta aparecían "¿Dónde estás?" "Eso fue genial" "Deberíamos juntarnos" "enséñame a pelear" "¿Quieres ir una fiesta el domingo?" Siempre fui popular y siempre amé serlo, pero últimamente no lo disfrutaba, no lograba llenar mi vacío. Mis pensamientos no compraban con mis emociones y la frustración era mayor a lo demás, al no lograr comprenderme, hacía que mi ira fuera mayor. Quería que la gente piense que yo era perfecto, lindo, intimidante. Pero solo era un débil niño. 


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 Cap corto de 926 palabras. No tenía ganas de escribir algo muy largo, así que es más centrado en Charlie y de paso da cierre al capítulo anterior ;)

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ONE LAST KISS | Stan Marsh °Donde viven las historias. Descúbrelo ahora