Gerard no era precisamente una persona romántica, nunca se le había dado bien saber cuando Frank quería que le leyera cursi poesía o le regalara ramos de flores, eso no iba con él, se sentía un estúpido. Pero desde que le dieron aquella triste noticia todo cambió. Esas pocas palabras pronunciadas fueron suficientes para poner su mundo del revés, para que dejara de hacer ciertas cosas y tratara de aprender a hacer otras. Bueno, había una cosa que estaba mal, pero lo demás estaba bien, y era razón suficiente para mantenerse en la línea de la normalidad y tratar de ser feliz.
Gerard suspiró, acabando de meter todas las cosas que había preparado al interior del coche, para luego cerrar el maletero y sentarse en su correspondiente lugar en el asiento del conductor. Encendió el motor, este rugió con fuerza, haciéndole sentir mariposas en el estómago, como cada vez que le oía gruñir al acelerar o el chirrido del derrape de las ruedas en asfalto mojado.
Gerard amaba su coche.
Condujo aquél maldito camino, lo sabía de memoria después de tantos meses ya, y hoy por fin sería la última vez. Se miró en el espejo retrovisor, se había echado tanto maquillaje que a pesar de ocultar las ojeras violetas no lucía mucho mejor, estaba pálido, como un vampiro. Gruñó por lo bajo, no pretendía lucir asi, pero calmó sus nervios al acomodar la roja corbata de su traje color carbón.
"Estás bien, estás guapo, calmate Gee." dijo para si mismo en un murmullo, aunque en su cabeza esas mismas palabras eran pronunciadas con la ronca voz de Frank. Luego su sonrisa se visualizó ante él y todo parecía volver a girar con normalidad. Detuvo su Alfa Romeo color cereza en el borde de la calle, frenando con brusquedad, muchas miradas se posaron sobre él mientras bajaba del coche con las gafas de sol puestas. Su negro pelo bailando con el viento, la corbata siguiendo su mismo ritmo y la ajustada camisa perfectamente abotonada, junto a esos ceñidos jeans que realzaban su jugoso trasero ante aquellos a los que permitía mirarlo, por lo tanto solo Frank.
El pequeño pelinegro se encontraba parado bajo el árbol a pocos metros del coche, con una camisa blanca y pantalones bastante rotos y gastados. Su sonrisa desapareció al pensar que quizás no lucía tan bien como su amado. Frank se veía pálido aún sin maquillaje, leves ojeras bajo sus ojos y algunas arrugas le hacían lucir más viejo de lo que era. Su silueta se veía delgada, capaz de remarcar algunos de sus huesos cuando no llevaba la ropa encima. Apretó más entre sus manos la roja rosa que sostenía pegada a su pecho. Finalmente la distancia entre él y su amado desapareció, y ambos pudieron juntar sus labios con ternura.
Las miradas de los curiosos seguían fijas en ellos, bajo aquel árbol, besándose gentilmente, con precaución y un amor en magnitudes que ninguno de los presentes llegaría ni a entender, ni a sentir jamás.
Cuando se separaron, la mirada avellana brilló en el reflejo de la más verdosa, la cual parecía emitir toneladas de diferentes sentimientos a la vez."¿Cómo está mi pedacito de cielo hoy?" preguntó el mayor acariciando con las yemas de sus dedos la suave textura en la mejilla del contrario, esta tomó color al instante.
"Deseando que le lleves hasta las estrellas." rió extendiendo sus manos hacía a Gerard. Entre sus dedos seguía aguardando la hermosa rosa que había robado aquella mañana.
Gerard sonrió alzando ambas cejas ante la sorpresa, recibió el regalo y se fijó en que una de las espinas había hecho un pequeño corte en el dedo del más pequeño."Gracias, pero...¿De dónde la has sacado?" preguntó tomando la mano de Frank y llevándose el herido dedo a la boca para sucionar la sangre y que dejara de brotar escandalosamente.
"Es un secreto, es nuestro secreto." rió liberando su mano del agarre y llevándose el dedo índice para sellar sus labios en señal de silencio.
"Tienes que contármelo para que sea nuestro secreto." rió Gerard, pensando en que quizás Frank no se acordaba de que no le había dicho ningún secreto. Últimamente solía pasarle, era como si tuviera conversaciones con un Gerard que no existe y luego creyera que había estado hablando con el real.