(Avisos: Contenido obsceno, violencia y no digo más que pierde la gracia.)
Sé que has estado esperando a alguien para que entre en tu vida y sea tu refugio por las noches. No decaigas ahora, arrastrate a ti mismo hacía a la luz, no dejes de luchar...
Sé que estás sufriendo y te sientes desgarrado por dentro. Veo el océano en tus ojos. Por eso espero que encuentres para ti un lugar en el paraíso, ahora corre, corre antes de que vuelva la tormenta......
Gerard se encontraba frente al espejo como todas las mañanas, con ojeras, como todas las mañanas, con moratones, como todos los días. Sorbó por la nariz y negó ante su nefasto reflejo. Dejó su flequillo apartado detrás de la oreja y sacó el maquillaje de tonalidades blanquecinas del cajón. Volvió a mirarse, analizando las marcas de los leves golpes en el rostro y a continuación los enrojecidos hematomas que arruinaban la homogénea textura de su piel en el torso. Bastante maquillaje fue a parar bajo sus ojos, cubriendo el violeta que confirmaba sus faltas de sueño. Luego vino el moratón del ojo, imborrable marca de su desobediencia, seguido de las tres rayas desde su ojo izquierdo hasta la mejilla, símbolo de autoridad por parte de su dueño. Finalmente un poco más sobre la gratuitamente atacada nariz, después de provocar sin necesidad. Para acabar, la herida que más le dolía, aparte de la que perforaba noche tras noche su débil corazón, un trazado al rededor del cuello, rojo, ardiente, con tonalidades oscuras y claros indicios de como la piel había sido arrancada de allí milímetro a milímetro, dejando montones de sangrientos restos tanto por su cuello como por el collar de cuero que tantas noches lo había rodeado. Demasiados dolores, demasiadas heridas que demostraban la eterna sumisión de Gerard Arthur Way Lee.
Y todo iba a terminar esta noche, porque para él ya no había otra mañana lamentándose frente al espejo, ya no podía más y le sobraban motivos, aunque faltasen agallas cada vez que sacaba el tema. Se vistió despacio, como si no fuera suficiente con ver el daño causado por su gran amor, ahora también lo sentía. Como la tela de su ropa rozaba sus heridas queriendo destriparlas más, tan solo recordándole que debía acabar con eso cuanto antes. Gerard tenia mucho amor que dar, pero la paciencia era el sentimiento que se le estaba agotando. Suspiró con fuerza y luciendo mínimamente decente, salió. Atravesó el dormitorio y el salón, dirigiéndose al enorme comedor donde Frank se encontraba desayunando a la vez que hacía su maleta.
"Buenos días..." susurró Gerard aproximándose con precaución. Frank levantó la mirada y sonrió.
"Hoy estás radiante..." musitó Frank, besando tiernamente los labios del mayor. Éste se sonrojó al momento, olvidando lo horrendo que realmente sentía lucir su rostro.
"¿Ya te vas?" preguntó Gerard mirando de reojo la enorme maleta que yacía abierta en el suelo, dentro, algunos conjuntos de ropa y calzado.
"Mañana, pero ya sabes que me gusta prepararme antes, o siempre se me olvida algo... " rió estrujado con ganas el trasero de su novio, mientras sus labios seguían buscando los ajenos.
"No te olvides de la foto." murmuró el esmeralda alargando el brazo hasta la estantería y cogiendo aquella enmarcada en cristal foto de su boda, que Frank siempre se llevaba consigo de gira, declarando orgulloso que era su amuleto de la suerte.
"Claro que no, cielo." susurró cogiéndola para dejarla en su sitio, Gerard pareció satisfecho con la respuesta y se dejó besar un poco más. "¿Qué tal si hoy te llevo a desayunar fuera?" añadió tierno, rozando la punta de su nariz con la respingona de Gerard, haciéndole sentir mariposas en el estómago, en los pulmones, el corazón, los intestinos, en todas partes.
Gerard estaba por explotar de la emoción."¡Sí!" gritó con voz afónica, achuchando al más pequeño entre sus brazos como a un peluche.
"Bien... Será un último capricho para mi conejito antes de que me vaya, ¿huh?" inquirió coqueto, manoseado aquellas tiernas nalgas que a poco le servían de desayuno.