SEGUNDA PARTE DE RIVALES
Les quitaron el derecho a estar juntas, lo que las mantenían vivas, la oportunidad de ser hermanas para toda la vida, las a obligaron a huir y desaparecer de su hogar.
Pero eso fue hace mucho, hace tres años todo cambió.
So...
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Povs Rose
-Si sabe alguna cosa más llámeme-
Colgué a uno de los cinco inspectores que trabajan con BTS, había estado toda la mañana hablando con ellos, pero al final todo derivaba a una misma cosa. Vincent no había dejado rastro.
Ya habian pasado cinco dias desde que Jennie desapareció. Todos estábamos cansados, no había minuto en el cual nadie hablase del tema para intentar saber algo.
Entraron por la puerta Jungkook y Jimin, ambos con papeles en la mano los cuales habían estado con viendo desde ayer. Eran los últimos movimientos bancarios de uno de los hermanos Leblanc.
Jimin se acercó a mi angachandose para darme un beso en la mejilla, me miro con una sonrisa intentando buscar mi aprobación sobre si yo estaba bien. Le conteste igual, con la misma sonrisa forzaba que había estado teniendo desde que Jennie se fue, es decir, nula.
-¿Bien?- se sentó a mi lado agarrando mi mano.
-Ya sabes que no- dije triste fijando mi mirada en aquellos papeles.
-Seguimos con esto, pero no parece que de ningún fruto-
-¿Enserio?-
-Me temo que no- dijo apretándome más la mano -Pero ya verás que al final encontramos algo-
Asentí con el ánimo aún más en la mierda, de verdad que parecía que el gilipollas del mafioso había desaparecido de la faz de la tierra.
Me levante nada mas llegar Jisoo, la vi y ambas nos dijimos hacia la puerta.
-¿Has ido a verle?- me pregunto.
-No, estaba esperándote-
Asintió y ambas fuimos a por una de las bandejas que había en la cocina, tenía comida y nos la llevamos para que hoy al menos, si había suerte, comiese algo.
-Ayer nos mando bastante a la mierda- dije mientras Jisoo y yo esperábamos al ascensor.
-Lo se- suspiro ella -Pero tiene que comer, no podrá ayudar si no está bien-
El largo pasillo que teníamos delante había sido una rutina desde que Jennie se fue, cada día que íbamos era peor que el anterior, nos volvíamos siempre con la sensación clavaba en el pecho de que la persona que ahora vivía con nosotros, se acabaría consumiendo en su propia ira y tristeza.
Abrimos la puerta de golpe, ya es que ni llamábamos, porque nunca había respuesta, pero sabíamos que el estaba ahí.
Entramos y le vimos sentado en la mesa con miles de hojas por el suelo, uñas rotas y otras arrugadas.