Capítulo 1

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Elizabeth Willer.

Habíamos estado en este lugar escondido por dos meses y medio. La comida era buena, el clima lo era. El viento era perfecto al atardecer, porque había palmas y del otro lado bosque. Sin duda era el lugar más hermoso que haya podido ver.

Isaac y yo escogimos los viernes para ir a nadar a la playa y los domingos al lago. Los sábados íbamos al pueblo porque normalmente ese día hacían fiestas, era divertido, y no tenía idea de lo que teníamos pero me gustaba más de lo que creí. Aunque para él parecía no extrañarle, era muy hogareño, siempre tenía mi desayuno listo, yo me encargaba del almuerzo mientras él practicaba con esa espalda o buscaba leña.

Adoro verlo picar leña. Es tan sexi.

Lo único que nublaba mi juicio eran las extrañas noches donde despertaba perdida y Isaac debía calmarme, sucedía a menudo pero poco a poco disminuyó gracias a él. Me abrazaba toda la noche o cantaba canciones de cuna. No dormía hasta el otro día después de que yo despertaba para cerciorarse que mi corazón no se acelerara mientras dormía.

Jugábamos ajedrez los martes por la tarde y cuando yo ganaba le pedía algo a cambio, a veces simplemente me lanzaba hacia él porque era yo quien iniciaba siempre esa situación, quizá porque para Isaac era una tortura. No lo decía pero yo lo sabía, tenía miedo de matarme en el proceso. Tal vez suene masoquista pero jamás me arrepentiría de eso, Isaac es... Isaac.

Hubo una vez en que le dije:

—Sorpréndeme.

Y todo cambió, porque a decir verdad jamás pase una mejor semana, para mí era como vivir en un sueño.

Estábamos en la orilla de la playa, la cabaña se cubría con unas palmas, y a mi derecha estaba la playa. Me encantaba esa tarde porque los rizos de Isaac destacaban tanto con la puesta de sol, y al mover las piezas de ajedrez se veía tan concentrado, con el ceño fruncido y el pecho con algo de tierra.

Me dió un beso fugaz que me dejó anonadaba. Se lanzó al mar, y lo perdí hacía lo más profundo, pude ver el golpe debajo del agua cuando se impulsaba, sin embargo lo perdí. Yo estaba preocupada, así que me acerqué a la orilla de la playa. Casi caigo sobre mi rostro al intentar tocar el agua con mis pies.

—¡Isaac!

Odiaba esto, tenía tanto miedo de despertar y que fuese una pesadilla donde él aparecía muerto. La verdad es que mi mente era la que lo hacía, no había tenido sueños desde que llegamos aquí.

—¡Isaac! —el estómago comenzó a revolverse— ¿Estás bien?

Comencé a dar vueltas hasta que escuché un suspiró a mi lado. Corrí hacia él y me anclé de su nuca, le di un beso que respondió a la brevedad, y me alejo divertido.

—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —acarició mi mejilla y elevó la comisura de sus labios.

—¿Por qué tardaste tanto? —suspire del alivio.

—No la encontraba —dijo con coquetería que lo caracterizaba.

—¿Qué cosa?

—Esto —descubrió la mano que escondía en su espalda y miré una almeja. Esbocé una sonrisa y fruncí el ceño—. Aún no está terminada.

—¿Qué harás?

—Acompáñame.

Vi que arrancaba la pulsera de oro que tenía en el tobillo, y quedé boquiabierta.

—¿Por qué lo hiciste? —Era una vieja pulsera que había comprado en España.

Se sentó en las escaleras y comenzó a abrir la almeja. Cuando vi lo que tenía mis ojos brillaron. Aún no sabía lo que haría pero lo suponía. Colocó la pulsera en su mano y en segundos estaba fundiéndose.

El alma en su miradaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant