II

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La historia del incidente en el lavabo se extendió de inmediato. Dondequiera que iban, los campistas señalaban a Percy y murmuraban algo sobre el episodio. O puede que sólo miraran a Andromeda, quien seguía empapada y lanzando chispitas por todos lados.

Annabeth y Andromeda le enseñaron unos cuantos sitios más: el taller de metal (donde los chicos forjaban sus propias espadas), el taller de artes y oficios (donde los sátiros pulían una estatua de mármol gigante de un hombre cabra), el rocódromo, que en realidad consistía en dos muros enfrentados que se sacudían violentamente, arrojaban piedras, despedían lava y chocaban uno contra otro si no llegabas arriba con la suficiente celeridad.

Por último, regresaron al lago de las canoas, donde un sendero conducía de vuelta a las cabañas.

—Tengo que entrenar —dijo Annabeth sin más—. La cena es a las siete y media. Sólo tienes que seguir desde tu cabaña hasta el comedor.

Sin decir más, se fue. Dejando a la hija de Zeus sola con Percy Jackson. Ella tamboreó los dedos en su pierna, para luego decir:

— Yo también tengo que entrenar, nos vemos luego... Percy.

Pero antes de que se fuera, Percy la tomó del brazo.

—Andromeda, siento lo ocurrido en el lavabo.

—No importa.

—No ha sido culpa mía.

Lo miró con aire escéptico, y Percy reparó en que sí había sido culpa suya. Había provocado que el agua saliera disparada desde todos los grifos. No entendía cómo, pero los baños me habían respondido. Las tuberías y él se habían convertido en uno.

—Tienes que hablar con el Oráculo —dijo Andromeda.

—¿Con quién?

—No con quién, sino con qué. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.

Percy miró el fondo del lago, deseando que alguien le diera una respuesta directa por una vez.

No esperaba que nadie le devolviera la mirada desde el fondo, así que se quedó de una pieza cuando notó que había dos adolescentes sentadas con las piernas cruzadas en la base del embarcadero, a unos seis metros de profundidad. Llevaban pantalones vaqueros y camisetas verde brillante, y la melena castaña les flotaba suelta por los hombros mientras los pececillos las atravesaban en toda direcciones. Sonrieron y lo saludaron como si fuera un amigo que no veían desde hacía mucho tiempo.

Atónito, les devolvió el saludo. Las náyades miraron con desagrado a Andromeda y cuchichearon entre ellas.

—No las animes —le avisó Andromeda—. Las náyades son terribles como novias.

—¿Náyades? —repitió—. Hasta aquí hemos llegado. Quiero volver a casa ahora.

Andromeda puso ceño.

—¿Es que no lo entiendes, Percy? Ya estás en casa. Éste es el único lugar seguro en la tierra para los chicos como nosotros.

—¿Te refieres a chicos con problemas mentales?

—Me refiero a no humanos. O por lo menos no del todo humanos. Medio humanos.

—¿Medio humanos y medio qué?

—Creo que ya lo sabes.

Él no quería admitirlo, pero sí lo sabía.

—Dios —contestó—. Medio dios.

Andromeda asintió.

—Tu padre no está muerto, Percy. Es uno de los Olímpicos.

—Eso es... un disparate.

Midnights , Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora