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  —Despierta, Andy. Creo que acabo de ver a Avril Lavigne.

Sólo así lograron sacar de su sueño a Andromeda.

  —Dioses, no me llames así frente a Avril Lavigne —murmuró mientras se tallaba los ojos.

  —Creo que ya me había quedado claro lo fan que eres de ella —suspiró Percy.

  —¿Quieres volver a escuchar mi melodiosa voz cantando ska...?

—¡No! Gracias. Tenemos que bajar, de hecho.

Andromeda estiró los brazos y le dió a su amiga una cara de disgusto.

—No duermo en mucho tiempo, y, ¿cuando logro dormir me despiertas por... esto?

Annabeth le sonrió.

—Venga, rayitos. Vamos a hacer un poco de turismo cultural.

—¿Turismo?

—El Gateway Arch. Puede que sea mi única oportunidad de subir. ¿Venís o no?

Percy y Andromeda intercambiamos miradas.

La rubia quería decir que no, pero era imposible al ver a emoción en la cara de Annabeth. Además, si la hija de Atenea pensaba bajar de todos modos, supuso que no estaría tranquila quedándose en el carro mientras ella se arriesgaba a encontrarse con monstruos por un maldito monumento.

Le echó una mirada a Grover y este se encogió de hombros.

—Si hay un bar sin monstruos, vale.

Andromeda soltó un supiro y se levantó de su asiento.

—Vamos a ver el condenado Getaway Arch.

El arco estaba a un kilómetro y medio de la estación. A última hora, las colas para entrar no eran tan largas. Nos abrimos paso por el museo subterráneo, vimos vagones cubiertos y otras antiguallas del mil ochocientos. No era muy emocionante, pero Annabeth no dejó de contarles cosas interesantes de cómo se había construido el arco, y Grover no dejó de pasarle gominolas a los chicos, así que tampoco se aburrieron.

No obstante, Andromeda no dejaba de mirar alrededor, a las demás personas de la fila.

—¿Hueles algo? —le susurró a Grover.

Sacó la nariz de la bolsa de gominolas lo suficiente para inspirar.

—Estamos bajo tierra —dijo con cara de asco—. El aire bajo tierra siempre huele a monstruos. Probablemente no signifique nada.

Pero ella tenía un mal presentimiento, la impresión de que no deberían estar allí. Algo le decía que no era la única que sentía lo mismo.

—Chicos —les dijo Percy—, ¿sabéis los símbolos de poder de los dioses?

Annabeth estaba intentando leer la historia del arco, pero levantó la vista.

—¿Sí?

—Bueno, Hade... —Grover se aclaró la garganta—. Estamos en un lugar público... ¿Te refieres a nuestro amigo de abajo?

—Esto... sí, claro —contesté—. Nuestro amigo de muy abajo. ¿No tiene un gorro como el de Annabeth?

—¿El yelmo de oscuridad? —dijo ella—. Sí, ése es su símbolo de poder. Lo vi junto a su asiento durante el concilio del solsticio de invierno.

—¿Estaba allí? —preguntó Percy.

Asintió.

—Es el único momento en que se le permite visitar el Olimpo: el día más oscuro del año. Pero si lo que he oído es cierto, su casco es mucho más poderoso que mi gorra de invisibilidad.

Midnights , Percy JacksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora